Emilia Pérez, México no es un telón de fondo
"En realidad la película de Emilia Pérez sí se basa en situaciones y contextos específicos de nuestro país".

El debate en torno a la película Emilia Pérez no cesa. La actriz Zoe Saldaña, quien ganó el Oscar a mejor actriz de reparto, lamentó que muchos mexicanos se hubieran sentido ofendidos, reiterando que esa no era la intención del filme.
Ahora, la omisión de la realidad de las víctimas en la película es un tema de debate. ¿Fue un descuido que no ameritó mayor atención por parte de los realizadores pues la cinta está escrita desde una visión colonialista que ignora al sur y sus complejidades, o solo fue ingenuidad y falta de pericia al hacer cine?
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Tras recibir el oscar, Saldaña fue cuestionada por reporteros sobre la mala recepción de la película en nuestro país. La actriz, de origen dominicano, respondió que la cinta no trataba sobre un país específico, sino sobre cuatro mujeres universales que luchan todos los días. “Para mí, el corazón de esta película no es México. No hicimos una película sobre un país. Estábamos haciendo una película sobre cuatro mujeres. Y estas mujeres pudieron ser rusas, dominicanas, afromericanas de Detroit, de Israel, pudieron ser de Gaza. Es sobre mujeres que luchan todos los días, tratando de sobrevivir a la opresión sistemática, y tratan de encontrar su voz auténtica”, afirmó.
Pero en realidad la película de Emilia Pérez sí se basa en situaciones y contextos específicos de nuestro país, sus personajes, no solo se desarrollan en un país llamado México, sino que fueron construidos a partir de este. El problema radica en que esto se hizo desde la irresponsabilidad social, la simplificación y la exotización.
Pareciera que algunas personas, incluyendo el elenco de la película, aún no comprenden por qué la narrativa resulta una representación ofensiva, aquí algunas razones:
La banalización del dolor. Al tratar las desapariciones como un recurso narrativo más, la película banaliza el sufrimiento de las víctimas de desaparición y sus familias. La falta de responsabilidad histórica. Las desapariciones en México son un crimen de Estado y un legado de décadas de violencia e impunidad que debe ser abordado con mucha sensibilidad. La explotación del trauma. Utilizar un tema tan delicado y doloroso para entretener a audiencias internacionales es una forma de explotación cultural. Las desapariciones no son un tema para ser consumido como entretenimiento, sino una tragedia que exige reflexión, empatía y acción.
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Emilia Pérez cae en la trampa de reducir México a una serie de clichés visuales y narrativos que refuerzan una imagen exótica y superficial del país, desde una perspectiva folclórica, reforzando estereotipos dañinos y simplificando un problema estructural complejo, pero lo más grave, usando a las víctimas como telón de fondo, retratadas de manera frívola, sin darles voz ni agencia en la historia.
El cine tiene el poder de dar voz a quienes han sido silenciados, pero si una película toca estos temas sin reconocer la realidad de las víctimas, corre el riesgo de convertir el dolor en un espectáculo irrespetuoso. Porque cuando la violencia y el sufrimiento de un país se convierten en un elemento decorativo de una historia que luego es aclamada en festivales y premiaciones, sin un abordaje serio que reconoce a quienes viven esas tragedias, se siente como una explotación del dolor ajeno.
No menos desafortunado es decir que Emilia Pérez es una historia sobre mujeres que luchan y sobreviven a la opresión sistémica. Lejos de representar figuras que se enfrentan a un sistema injusto, el papel de la ganadora del oscar, retrata a una abogada oportunista y superficial que poco a poco encuentra cómo moverse con comodidad dentro de un mundo corrupto, sin reflejar evolución ni conflicto moral. Por su parte, el personaje de Emilia Pérez encarna a una figura poderosa dentro del mundo del narcotráfico, una lideresa que opera desde una posición de privilegio, control y violencia, y aunque su historia podría sugerir una transformación o redención, no cuestiona ni desafía las estructuras de poder que la rodean; en cambio, las usa para mantener su dominio e incluso violentar física, emocional y patrimonialmente al personaje de su esposa e hijos menores de edad. (Más irrazonable, por no decir ridículo resulta que este personaje posteriormente sea alabado por el pueblo mexicano bajo una suerte de “santificación”).
El filme no enfrenta las dificultades sistémicas que afectan a las mujeres verdaderamente oprimidas en México o en el mundo, como la pobreza, la violencia de género o la falta de acceso a la justicia. Las condiciones de sus personajes principales contrastan, por ejemplo, con la realidad de las madres buscadoras, quienes sí confrontan a un sistema que las ignora y las revictimiza. Así, Emilia Pérez no solo no es un símbolo de lucha o resistencia, sino que desaprovecha la oportunidad de ofrecer una representación auténtica, compleja y respetuosa de las mujeres en contextos de violencia y opresión.
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Las madres buscadoras han arriesgado todo por encontrar la verdad y justicia, incluso sus vidas. Si su dolor se usa solo como insumo para un guion sin que la realidad tenga voz en espacios de poder y visibilidad, es una injusticia.
El problema no es que se cuenten estas historias, sino cómo se cuentan, quiénes las cuentan y quiénes se benefician de ellas. Si la narrativa termina favoreciendo únicamente a la industria del entretenimiento, sin generar un impacto real en la lucha contra la violencia, la justicia, la memoria de las víctimas o la reflexión, entonces es un ejercicio vacío.