Expedición virtual en el desierto de Sonora: un viaje por la Reserva de la Biósfera El Pinacate y el Gran Desierto de Altar


Cráteres imponentes, un enorme escudo volcánico, un campo activo de dunas que cambia constantemente de forma y una vasta biodiversidad, forman parte de la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, un paisaje desértico imponente situado al noroeste de México.

Esta Reserva creada el 10 de junio de 1993, con una superficie de 714 mil 556 hectáreas ubicadas mayormente en el estado de Sonora y una fracción en Baja California y Baja California Sur, además de Arizona y California en Estados Unidos, cuenta con la mayor concentración de cráteres tipo “maar”, formados por explosiones de agua subterránea en contacto con lava o magma.

De entre los cuatro desiertos de Norteamérica, este se considera el de mayor diversidad biológica pues, de acuerdo con los registros de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), aquí se pueden encontrar más de 540 especies de plantas vasculares, 200 especies de aves, 40 de mamíferos, 40 de reptiles y, por increíble que parezca, también anfibios y peces por la existencia de los humedales Agua Dulce nombrados como Sitio Ramsar. En la zona se han identificado especies endémicas, amenazadas y en peligro de extinción.

Viajamos a este espectacular paisaje a través del lente de Sergio Müller, fotógrafo y ambientalista originario de Sonora, quien recorrió la Reserva durante tres días en 2019.

Primera parada: los cráteres y el escudo volcánico

Estas formaciones son sin duda lo que caracterizan a la zona. Se puede caminar entre ceniza volcánica, flujos de lava y bordes de cráteres, con un escudo volcánico integrado por más de 500 conos cineríticos compuestos por la acumulación de ceniza y rocas expulsados durante las erupciones.

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El cráter McDougal es el más grande de los 10 que se encuentran en la Reserva El Pinacate, con mil 740 metros de ancho. Foto: Sergio Müller.

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Vista aérea del Cerro Colorado, uno de los cráteres más llamativos, nombrado así por el tono rojizo que lo caracteriza. Foto: Sergio Müller.

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Vista del Cerro Colorado y un campo de sahuaros jóvenes. Foto: Sergio Müller.

“Esta es una vista del Cerro Colorado y un campo de jóvenes sahuaros (Carnegiea gigantea) [un bosque de cactáceas de hasta tres metros de alto]. A estos les toma 70 años desarrollar sus primeros brazos, lo cual da idea de la importancia de conservar estos espacios para las generaciones futuras”.

Sergio Müller, fotógrafo.

Segunda parada: las dunas

El Gran Desierto de Altar,  con más de 5 mil kilómetros cuadrados, alberga lo que los especialistas llaman un “extenso mar de arena”. Se trata de la zona de dunas activas más grandes de Norteamérica con tres distintas formaciones: dunas de medialuna, de estrella y de alta reversión.

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Las dunas de la Reserva se consideran un campo activo, pues cambian de forma con el viento al no tener vegetación encima. Foto: Sergio Müller.

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La caminata para fotografiar las dunas y los cráteres de la Reserva duró tres días. Foto: Sergio Müller

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Según la Conanp, el “mar de arena” tiene tres orígenes: los sedimentos fluviales y deltaicos del Río Colorado, las playas del Golfo de California, y los abanicos fluviales y arroyos formados en la zona volcánica y en las sierras graníticas del norte. Foto: Sergio Müller.

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“Fue una experiencia increíble”, dice el fotógrafo sobre su recorrido en las dunas. Foto: Sergio Müller

“Nos tomó tres días caminar más de 60 kilómetros, recorriendo los cráteres McDougal, El Trébol y el Rancho El Pozo Nuevo, que es surreal porque está en las orillas del campo de dunas: ves vacas por ahí y la sierra completamente enterrada. Es un lugar que no tiene comparación”, agrega el fotógrafo.


Tercera parada: la fauna

Según la Semarnat, debido a la variación climática y ambiental de esta Reserva, es posible encontrar muchas más especies de plantas y animales que en los desiertos Chihuahuense, Great Basin y Mojave. Por ello es que hay más áreas protegidas en el desierto sonorense que en cualquier otro desierto del mundo.

En la zona destaca la presencia del Berrendo sonorense (Antilocapra americana sonorensis), un mamífero en peligro de extinción, y del Borrego cimarrón (Ovis canadensis mexicana), sujeto a protección especial. Sin embargo también habitan aves, reptiles y numerosos insectos.

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Halcón cola roja (Buteo jamaicensis) captado en la Reserva de la Biósfera de El Pinacate y el Gran Desierto de Altar. Foto: Sergio Müller.

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Los hespéridos (Hesperiidae), familia de lepidópteros que incluye mariposas robustas y pequeñas también están presentes en la Reserva de la Biósfera de El Pinacate y el Gran Desierto de Altar. Foto: Sergio Müller.

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Los cuervos (Corvus corax) también pueden ser vistos en la zona. Foto: Sergio Müller.

Cuarta parada: la vegetación

Aunque pareciera un territorio inhóspito, proliferan los bosques de sahuaros (Carnegiea gigantea), los mezquitales (Prosopis velutina) y plantas como los ocotillos (Fouquieria splendens) y las choyas (Cylindropuntia), además de matorrales xerófilos.

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Los ocotillos (Fouquieria splendens) son plantas endémicas del desierto. Tienen ramas grisáceas que, en primavera y verano, lucen pequeñas hojas verdes y flores de un rojo intenso. Foto: Sergio Müller.

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Choya Güera (Cylindropuntia bigelovii) cactácea fácil de identificar por las múltiples espinas que cubren sus brazos cilíndricos y que pueden pegarse a la piel o la ropa. Foto: Sergio Müller

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Sahuaros (Carnegiea gigantea) y cardones (Pachycereus pringlei) también tienen una presencia importante entre las cactáceas de la Reserva. Foto: Sergio Müller

Es un lugar que atrapa por sus contrastes y por cómo la vida se puede dar en un lugar aparentemente inhóspito. Ver las dunas, los cráteres con el escudo volcánico de roca negra y la vegetación con choyas amarillas contra esos tonos negros. Es un lugar muy impresionante, es difícil de creer que existe un lugar así y mejor aún que existe en Sonora”,Sergio Müller.

Quinta parada: la noche

De noche, el panorama luce completamente distinto. Lejos de la iluminación de las ciudades, El Pinacate ofrece un espectáculo de estrellas, una de las temáticas favoritas de Müller para fotografiar. Aquí contrastan la oscuridad del escudo volcánico y los tonos dorados de las choyas con los reflejos de la luna.

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La Vía Láctea vista desde la Reserva El Pinacate. Abajo y a la izquierda, la contaminación lumínica de la ciudad de Phoenix, Arizona. A la derecha, el mismo efecto, pero originado en Puerto Peñasco, Sonora. Foto: Sergio Müller.

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Quedarse en la Reserva El Pinacate garantiza un espectáculo visual nocturno. Foto: Sergio Müller.

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Los atardeceres desérticos contrastan con la oscuridad del escudo volcánico. Foto: Sergio Müller.

“La fotografía nocturna es de un cielo sumamente limpio. Desde ahí, incluso puedes ver la contaminación lumínica de la ciudad de Phoenix, en Estados Unidos. Por eso la importancia de cuidar los cielos nocturnos”, concluye Müller.

Este artículo se publicó originalmente en Mongabay. Consúltalo aquí.