La pandemia llevó al siguiente nivel la supervisión de los trabajadores
Foto: Glenn Carstens-Peters / Unsplash.

Por Rachel Connolly*

Uno de los peores trabajos que he tenido fue especialmente malo por los esfuerzos microadministrativos del jefe de mi jefe. Parecía que se pasaba el día acechando a todos, mirando por encima del hombro de los más jóvenes para ver si estábamos trabajando. Si veía a alguien hacer algo que consideraba no apropiado, como leer la noticias o comprar en línea, llegaba por detrás, señalaba la pantalla y moviendo el dedo decía: ”Esto no es trabajo”.

A veces sí era trabajo, pero para qué discutir. Se trataba de un ambiente frustrante y corrosivo, y que no contribuía a que se hicieran las cosas. Su medida de productividad era un instrumento chato y en lugar de fomentar la motivación, creaba un ambiente de paranoia y resentimiento.

Con frecuencia pienso en él, más de lo que me gustaría, especialmente cuando leo algo sobre la supervisión en los lugares de trabajo. Este término suele surgir en el contexto de las nuevas tecnologías con implicaciones alarmantes de privacidad que permite que los directivos den seguimiento a lo que los empleados hacen en sus computadoras. Pero el concepto no es nuevo, la idea de que se tiene que vigilar a la gente para que trabaje con eficiencia data de las teorías de Taylor de principios del siglo XX sobre cómo organizar al personal de una fábrica.

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Durante la pandemia, hay una sensación de pánico renovado por las implicaciones de que las compañías monitoreen a sus empleados. La mayor parte del trabajo de oficina se realiza en línea, y los métodos de vigilancia se han adaptado a esto. Las compañías que ofrecen software de monitoreo remoto han reportado un aumento de interés en sus productos. Se han generado cuestionamientos como el destino de los datos que se recogen de las llamadas por Zoom y con las compañías con las que se pueda compartir la información.

El último escándalo se dio el mes pasado cuando salió a relucir que Microsoft 365, un paquete de software que salió en 2019, le da a los directivos una calificación general de la productividad de su equipo al medir cosas como el número de emails que manda el personal, con quién se comunica y también permite calificar a las personas. Es posible ver cuánta gente participa en los grupos de chats, y cuánto contribuyen con documentos compartidos.

Hay softwares que miden cosas como lo que escribe y qué tan rápido escribe la gente y qué miran en sus pantallas y eso provoca escalofríos a la mayoría de la gente. Pero si te enfocas principalmente en estos métodos, en parte porque parecen nuevos, dejas de tomar en cuenta lo arraigado que está este instinto de observar y medir a los trabajadores.

La tecnología no creó la supervisión pero sí la facilitó. Se ha dicho que el Covid aceleró estas prácticas, pero tal vez la pandemia sólo hizo evidente hasta qué punto llegan.

Los empleadores relacionan la eficiencia de la gente con su visibilidad, y esta lógica se ha mantenido en los trabajos modernos. Ya en 1915 inventaron el “escritorio de eficiencia moderna” que era un escritorio plano de metal que se colocaba en filas y que se diseñó para que los oficinistas que antes utilizaban escritorios de madera rodeados de montones de papel estuvieran más visibles a la hora de trabajar y por tanto, que fuera más fácil vigilarlos.

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Mi viejo jefe era un ejemplo extremo, pero en cualquier oficina abierta es normal que los supervisores te vigilen continuamente. De hecho, una de las características de venta de estos muebles es que facilitan la supervisión. Por tanto, una experiencia común es tratar de orientar la apariencia de tu productividad hacia lo que piensas que están vigilando en lugar de hacer el trabajo de la mejor manera posible. El tiempo que se necesita para realizar un trabajo se extiende para que el jefe no piense que estás evadiendo responsabilidades al irte temprano, por ejemplo.

Muchos trabajos de cuello blanco, como los de abogados y contadores, hacen que los empleados registren sus actividades, incluso minuto a minuto, para poder cobrar a los clientes. Este mismo sistema se usa para el tiempo que no se cobra. Algunas cosas que se presentan como beneficios adicionales como llaves digitales, sistemas con reloj para los horarios flexibles, y los teléfonos de la compañía que se pueden usar para comunicación personal y socializar en la oficina, pueden llevar dentro mecanismos de monitoreo. Además, las formas digitales de comunicación, como Slack chats, generan un registro automático de todo lo que la gente dice, incluso si la conversación es casual.

Lejos del mundo de los cuellos blancos, los empleados de Amazon operan bajo regímenes de vigilancia extrema, con redes de cámaras de seguridad, objetivos de productividad por hora para mover paquetes. En muchos call centers, se registra toda la información empezando por la duración de la llamada y el número de llamadas transferidas, hasta el tiempo que pasa la gente en descansos para ir al baño. Por supuesto que esto es más invasivo que un programa que monitorea la comunicación por email entre oficinas, pero el propósito es casi igual.

Todas estas mediciones se hacen con la finalidad de maximizar la productividad. Pero la mejor medida de la productividad es simplemente la calidad y la cantidad del trabajo de las personas. Monitorear lo que la gente hace no es lo mismo que medir su productividad. De hecho, un reporte de Harvard Business Review de principios de este año argumenta que vigilar innecesariamente a los empleados puede afectar la confianza. Exaltaba los beneficios de las nuevas formas de seguimiento desde la perspectiva del jefe, pero enfatiza que no todo lo que pueda registrarse es relevante o útil, a veces sólo es algo que puede medirse.

Tenemos la idea de que los ambientes profesionales tienen en su construcción una capa de vigilancia, y ahora que este ambiente llegó a la casa de muchos empleados algunas de estas prácticas pueden sentirse más extremas. La discusión sobre la vigilancia no debe empezar y terminar con las herramientas que los empleadores utilizan para monitorear el tiempo de trabajo en casa. En realidad deberíamos preguntarnos ¿qué tan necesario es esto?

*Rachel Connolly es periodista de Belfast con base en Londres.

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