La lucha para salvar uno de los últimos bares lésbicos en EU: ‘Somos como una especie en peligro de extinción’
Cubbyhole, uno de los bares lésbicos que quedan en Nueva York y en Estados Unidos. Foto: Tom Silverstone

Todos en el Cubbyhole tienen una historia de origen.

Mona Williams tenía 21 años, era queer y había sido expulsada por su familia cuando llegó por primera vez al pintoresco y pequeño bar de lesbianas en la esquina de la calle West Village en Nueva York. Habían buscado en Google “bares de lesbianas en Nueva York” y después de algunas horas se encontraba afuera del bar, sola y sin saber qué esperar.

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Mona Williams con una amiga afuera del Cubbyhole.

“Me había súper arreglado, estaba usando un vestido con estampado de leopardo. Recuerdo que estaba muy nerviosa. Me sentía como: No conozco a nadie aquí. ¿Cómo voy a hablarle a las personas?”, recuerda.

Pero su incomodidad no duró mucho.

“Entré y me sorprendió la cantidad de lesbianas que había en el lugar”, se ríe Williams. Incluso recuerda a su primera barman. “Su nombre era Debbie. Ella era un sueño, esta pequeña cosa, ¡más pequeña que yo! Me hizo sentir tan bienvenida. Ella dijo: te veo sentada ahí toda sola. ¿Qué te traigo?

Williams, quien fue criada como Testigo de Jehová, nunca había celebrado algún cumpleaños, por ello los trabajadores del Cubbyhole le organizaron su primera fiesta de cumpleaños ahí.

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Daniel Reiche, barista que ha trabajado en el Cubbyhole por 10 años, durante la cuarentena en julio de 2020.

Hay tantas historias parecidas a la de Williams de clientes habituales del Cubbyhole. Daniel Reiche, uno de los baristas, recuerda la vez que su abuelo lo visitó en su primer turno hace 10 años. “Se sentó ahí a observarme, riéndose con los clientes diciendo: ¡vean a mi nieto en el bar de señoritas!”. Y allá por la década de 1980, la actriz Jane Lynch, que acababa de terminar el posgrado, recuerda “lucir muy hetero y como una persona típica del medio oeste”, pero que intentaba demostrar confianza al entrar de todos modos.

En Nueva York, una ciudad sobrepoblada llena de gente solitaria, puedes vivir en un edificio durante años y nunca conocer los nombres de tus vecinos. Pero en el Cubbyhole, la vida es diferente.

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Lisa Menichino, dueña actual del Cubbyhole.

Es el tipo de lugar increíblemente cálido”, dice Lisa Menichino, la dueña actual. En cualquier noche, puede ser que estés tú solo y que salgas con nuevos amigos.

Unidas entre sí, esas historias pintan el lienzo de esta comunidad unida que se ha creado en uno de los últimos tres bares lésbicos que quedan en Nueva York. Es un lugar en el que la gente encuentra a su “familia elegida”, un concepto hermoso, pero también un recordatorio de cuánta gente es desplazada solo por su sexualidad.

Durante marzo del año pasado, el Cubbyhole cerró por primera vez en toda su existencia. Menichino lo mantuvo abierto durante el 11 de septiembre, a través de huracanes y tormentas de nieve. Pero cuando la pandemia puso en cuarentena a la ciudad, no tuvo más opción que cerrarlo.

Los clientes no soportaron la idea de perder solo un bar, se arriesgaban a perder su historia, su lugar seguro y un lugar que se sentía como estar en casa.

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En mi primer encuentro con Menichino en mayo del año pasado, el Cubbyhole era un caparazón en sí mismo. El techo alegre, del cual cuelgan cientos de adornos bonitos, se siente extrañamente yuxtapuesto en el vacío y silencioso bar. Es escalofriante.

En la pared hay una imagen del Cubbyhole en tiempos mejores, que muestra un bar abarrotado con personas riendo, platicando y bailando, apretujados uno al lado del otro.

Menichino ha empezado a reorganizar las sillas todas las mañanas, revolviéndolas como si el lugar hubiera estado lleno la noche anterior, a pesar de que ningún cliente ha visitado el bar en tres meses. Ella se da cuenta de que extraña incluso las cosas que odiaba: las colillas de los cigarros en los floreros que tenía que limpiar todas las mañanas, la gente derramando las bebidas y vomitando en los baños.

Lo extraño, de verdad. Amo este bar. Es mucho más que solo un bar. Tanya, la dueña anterior, solía decir: es un lugar vivo que respira, y también siento lo mismo”, destaca Menichino.

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Tanya Saunders, anterior dueña del Cubbyhole.

Su clientela obviamente siente lo mismo: mientras muchos bares y restaurantes fracasaron durante la pandemia, más de mil personas donaron a la página GoFundMe de Cubbyhole, recaudando casi 80 mil dólares para que los trabajadores siguieran recibiendo su sueldo. No fue suficiente para cubrir los 30 mil dólares para los costos básicos del bar (personal, alquiler, seguro), pero era algo.

“Me pone sentimental porque mucha gente estuvo en el mismo barco pero no recibió ese tipo de ayuda. Pensé: qué privilegio. Fue abrumador, la gentileza y el amor”, dice.

Poco después, mensajes empezaron a desbordar la bandeja de entrada de Menichino, acerca de varios acontecimientos que habían ocurrido en su bar: “Conocí a mi esposo”. “Conocí a mi esposa”. “Tuve mi primer beso”. “Fue el último lugar en el que estuve antes de muriera mi pareja”.

También recibió mensajes absurdos. Uno decía: “¿Recuerdas la lámpara con la jirafa que estaba en la mesa que tenías hace tres años? Bueno, fui yo quien se la robó. ¡Perdón, por favor, abre otra vez!”

Hace un año, Menichino no estaba segura si el Cubbyhole volvería a ser el mismo de antes. Pero la larga lucha que lo ha mantenido abierto es sorprendente.

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El Cubbyhole en West Village en Nueva York.

El Cubbyhole abrió por primera con el nombre Fat Cat de DT en copropiedad en 1987, y en 1994 cambió a su nombre actual. Fue la creación de Tanya Saunders, una inconformista a la que le gustaba decorar su techo con souvenirs. Los clientes han adoptado esta tradición y ahora traen recuerdos de todas partes del mundo para pegarlos en el techo: un pequeño pescado proveniente de las Islas Turcas y Caicos; un buzo de México; una bicicleta de Paris. Aún cuelga un obituario de Saunders en la pared, y un árbol que plantaron afuera del bar en su honor con una placa para recordarle.

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Stormè DeLarverie trabajando como portera en 1986. Foto: Joan E Biren.

Saunders quería abrir un bar lésbico para todos sin importar su orientación sexual. Una niña refugiada de la Alemania nazi, había alcanzado la mayoría de edad en Nueva York en la década de 1950, cuando las redadas policiacas en los bares gays eran comunes.

Los años 60 marcó el comienzo de una ley que ilegalizó la venta de alcohol a los homosexuales en los bares, Saunders se unió a la escena gay clandestina, socializando en eventos tipo bar clandestino donde los gays podían bailar y beber. Siempre habría alguien cuidando de la policía, y si llegaba, los hombres y las mujeres comenzarían a bailar unos con otros para evitar ser arrestados.

La familia de Saunders no aceptaba que fuera lesbiana, así que ella y su pareja se casaron con dos hombres homosexuales que vivían en el departamento de arriba. Actuaron como fachadas los unos de los otros y fueron amigos durante toda la vida.

Durante 1980, Saunders estaba rodeada de buena compañía: había 200 bares lésbicos en Estados Unidos. Hoy, solo quedan 21.

“Somos como una especie en peligro de extinción”, dice Menichino. “Los bares lésbicos fueron la conexión entre las lesbianas que celebran nuestra identidad y visibilidad, y, nuestras aportaciones en la lucha por los derechos de los homosexuales. A medida que desaparecen, eso también lo hace”.

“Puede que algunas personas crean que entienden la lucha, pero a menos que hablen con alguien que ha estado ahí y sepa lo que es vivir ridiculizado y simplemente tener que soportarlo, no es lo mismo. Necesitamos sobrevivir, porque necesitamos tener una voz”.

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Una pareja en el Cubbyhole durante su reapertura en junio.

Durante mi visita al Cubbyhole en su primera gran reapertura oficial, el ambiente es radicalmente diferente. Debido al Covid-19, los clientes tienen que hacer reservaciones para entrar y Menichino ha tenido que crear un sistema para prevenir que los clientes regulares las acaparen, lo que significa que solo puede se puede ofrecer servicio de mesa a 30 clientes al mismo tiempo. Se siente contrario a todo lo que era el Cubbyhole: ruidoso, abierto, libre.

“Es como si hubiera una gigantesca bomba hedionda que se ha colocado durante todo el 2020”, dice Menichino, quien había programado casarse en 2020, pero que tuvo que cancelar el evento. “Estamos intentando hacer lo de las terrazas, pero hay una lista de literalmente 15 páginas con reglas que tienes que seguir”, suspira. Ella vive con ingresos cero, su personal casi se paga a través de donaciones.

Cuando la nevada más grande de la década golpeó Manhattan en diciembre, Menichino no tuvo más opción que cerrar. También decidió aceptar ayuda al final.

Una vez destrozada por la decisión de si aceptaba tomar las donaciones, Menichino finalmente comenzó a decir que sí a todo lo que le ofrecían. Un artista local pintó una ilustración de lo que solía ser del Cubbyhole para usarla como mercancía y pronto, los lugareños se pusieron camisetas, sudaderas y chalecos de Cubbyhole, recaudando decenas de miles de dólares.

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Área para sentarse afuera construida por carpinteras y pintada por un artista local.

Un grupo de carpinteras lesbianas ofreció sus servicios de forma gratuita y construyó un área para sentarse al aire libre. Un artista local la pintó de verde para que coincidiera con la fachada del bar, y un grupo de floristas adornó la estructura con hermosas flores falsas, asegurándose de que el área exterior coincidiera con el ambiente interior.

Andy Cohen, el primer presentador de un programa de entrevistas nocturno abiertamente gay de Estados Unidos, quien ha sido un patrocinador durante mucho tiempo, pasó por el lugar en la noche de reapertura y motivo a la personas en redes sociales a acudir. Influencers subieron videos sobre el bar en TikTok.

Solo se trata de cuidar a tu familia, así es como lo veo”, considera Candance Hewitt, quien organizó a las carpinteras y ha estado visitando el bar durante 18 años.

Lo especial de este lugar es que las personas siempre están recogiendo después de haber sido atendidas”, describe Ji Hae Byun, la florista. “Ves a gente recogiendo los vasos de otras personas para cuidar el lugar. Si vamos a entrar a este lugar y ocupar un espacio, también vamos a echar una mano para mantenerlo limpio y funcionando. Lo que hicimos fue solo parte de ello”.

La gente estaba tan agradecida de que reabriéramos. Fue increíble”, dice Menichino. “He trabajo aquí por 20 años y siento que solo soy un engranaje en su maquinaria, esto pertenece a la comunidad, así de conectados están a esto”.

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El 22 de junio, un fin de semana antes del día del Orgullo Gay, el Cubbyhole está irreconocible y al mismo tiempo se ve igual que antes. Menichino me dice que a veces quiere llorar cuando ve que la fila de la gente formada da la vuelta a la esquina, esperando incluso después de la última llamada por si acaso ven la magia que se desarrolla en el interior.

Incluso con la dueña a mi lado, apenas puedo encontrar un lugar para sentarme durante la primera hora y media. La gente está pegada codo con codo, riendo, bebiendo y besándose.

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“Alguien me preguntó hasta qué punto volvería a sentirme feliz otra vez”, narra Menichino. “Dije que quiero ver a la gente bailando en alguna esquina del bar, una pareja besándose en la otra, una pelea en algún lado y alguien tirando su bebida sobre sí mismo. En ese momento me sentiré feliz”.

Me cuenta sobre una vez reciente en que se encontró a una cliente vomitando sobre sí misma mientras iba al baño. “Normalmente me daría asco, pero dije: ¡Está bien! ¡Vamos por una servilleta!

“Se acabará muy pronto”, se ríe. “Pero ahora mismo, estoy feliz”.

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