Cómo Joshua Coombes se convirtió en el peluquero de las personas sin hogar y en un ejemplo para todos
Beneficiarios de los cortes de cabello de Joshua Coombes. Fotos: Joshua Coombes

Una tarde de la primavera del 2015, Joshua Coombes hizo algo que cambió su vida para siempre. Caminaba hacia la casa de un amigo después de terminar su trabajo en una peluquería cuando se detuvo a hablar con un vagabundo que había visto muchas veces en el mismo lugar. En el pasado, le había comprado algo de comer o le había dado algo de dinero, pero esta vez se le ocurrió una idea: ¿qué tal si le ofrezco un corte de cabello? Llevaba sus herramientas en la mochila y le cortó el cabello ahí mismo, en la calle. Mientras trabajaba, ambos cayeron en la intimidad de la plática entre peluquero y cliente, abriéndose uno al otro. La siguiente vez que se encontraron, el hombre le presentó a Coombes un par de amigos suyos y él sacó su maquinita y sus tijeras para ellos también.

Al poco tiempo, dice, se encontraba en las calles de Londres tan seguido como podía, disfrutando de la oportunidad de cambiar vidas, a menudo desesperadas, de una forma pequeña y sorprendente. “Un corte de cabello no es lo primero en tu lista de cosas en las que pensaste hacer en ese día, si estás sentado ahí en la calle“, me dijo cuando nos reunimos para ir a tomar un café cerca de su casa en Peckham, al sur de Londres. “Estás pensando dónde vas a conseguir tu próxima comida o dónde te quedarás esa noche. Así que el que me acercara y les ofreciera un corte de cabello era algo inesperado y la mayoría de las veces la gente se mostraba muy dispuesta. Y si no es así, tampoco pasa nada. Simplemente platicaré con alguien y veré a dónde llega”.

Coombes, quien creció en Exeter, ahora tiene 34 años. Aproximadamente un año después de aquella primera tarde de primavera, dejó su trabajo en la peluquería y se dedicó de tiempo completo a su nueva vocación. Comenzó a tomar fotos del antes y el después de sus “clientes” sin hogar y a publicarlas en su cuenta de Instagram junto con las historias que escuchaba sobre sus vidas; había visto cómo esas historias habían tocado un punto sensible de la gente y hacían que “dejaran de desplazarse durante 10 minutos”. Se le ocurrió el hashtag #DoSomethingForNothing, lo que llevó a que algunos lectores de sus publicaciones pensaran en lo que ellos podían hacer. Un amigo, por ejemplo, que es veterinario, comenzó a salir y a ofrecer sus servicios para atender a los perros de la gente en la calle; otros publicaron historias sobre sentirse inspirados para prepararles comidas a los que las necesitaban, ofrecer clases gratis de yoga o simplemente tomarse un tiempo para detenerse y escuchar. La publicidad que recibió Coombes le llevó a recibir invitaciones para hablar sobre su iniciativa en escuelas y empresas. Tiene una presencia carismática y ojos brillantes (fue guitarrista en varias bandas que no llegaron a triunfar antes de convertirse en peluquero) y ahora financia su trabajo con los pagos que recibe por dar conferencias y de las exposiciones de arte que organiza.

Durante el confinamiento, aprovechó la pausa obligatoria para plasmar en un libro las historias de muchas de las personas a las que les cortó el cabello, tanto en Gran Bretaña como en viajes posteriores a India y a Estados Unidos, con el fin de seguir concienciando a la población (las regalías se destinan a la caridad).

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‘Si algo hemos aprendido en el último año es que todos necesitamos a alguien con quien hablar’: Joshua Coombes. Foto: Antonio Olmos/The Guardian

No se pueden leer las historias de ese libro, ni siquiera mirar las fotos, sin entender la simple humanidad del gesto de Coombes. Cuando da sus conferencias, dice, que algunas audiencias pueden tener ideas bastante fijas respecto a las personas en situación de calle. Él intenta empezar con “cosas en las que todos podemos estar de acuerdo”. Una de ellas es: “No queremos vivir en ciudades y pueblos donde la gente muere en la calle“. Se refiere a la investigación realizada el año pasado que indicó que casi mil personas en Reino Unido murieron en la calle en 2020, solo el 3% de ellas tenían Covid-19, y fueron un tercio más que el año anterior. Los efectos secundarios de la pandemia, la finalización de la política de viviendas de emergencia “sin desalojo”, simplemente inflarán esas horribles cifras este invierno. “Nos han hecho creer que esto solo es parte de la vida en nuestros pueblos y ciudades, pero no tiene que ser así”, dice Coombes. Aunque sostiene que el gobierno debería hallar el dinero para cambiar la situación (“solo hay que ver lo que han gastado en el último año”), el mensaje de su iniciativa es que el dinero por sí solo no es suficiente.

Se puede proporcionar todo el financiamiento que se desee, pero falta una pieza del rompecabezas, la cual es el reconocimiento de la importancia de conectar con las personas y tratarlas con dignidad“, destaca. Al detallar las muy diferentes historias de las personas que ha llegado a conocer, confronta los estereotipos con un corte de cabello a la vez. “Tan pronto como llames a alguien drogadicto, tan pronto como lo llames un desperdicio, te permite darlo por perdido y decir que en realidad, bueno, ellos han tomado esas malas decisiones. Y después puedes pasar de largo sin sentirte muy culpable. Si algo hemos aprendido en el último año es que todos necesitamos a alguien con quien hablar. La versión de Hollywood consiste en sentarse en el sofá de un psiquiatra y pagar 500 dólares por hora. No podemos esperar que la gente se ayude a sí misma si nuestra única solución es meterla en una habitación minúscula, mugrienta y parecida a una celda, donde están aislados y comparten el baño con 10 personas”.

El poder del ejemplo de Coombes es que ha estado dispuesto a volverse lo suficientemente vulnerable como para escuchar de la mejor manera. Me pregunto si, para empezar, tuvo algún remordimiento al hacer su oferta inusual.

“Obviamente, en ocasiones la gente no se ha podido bañar durante una semana o no ha podido lavar su ropa“, narra. “No me estoy comparando con los médicos y las enfermeras, pero la forma en que lo hice fue pensando de esa manera. Todos nos enfermamos a veces, y cuando estamos enfermos no tenemos el mejor aspecto, pero confiamos en que la enfermera o el médico no nos juzgarán por ello. Intento tener la misma perspectiva. Y, por supuesto, soy muy higiénico con lo que hago, siempre desinfecto todas mis cosas, especialmente ahora con el Covid-19“.

Se esfuerza por recalcar que no es un santo. “Vivo en Londres, pago renta, tengo una novia, planeamos tener un hijo uno de estos días, espero, así que también necesito ganar algo de dinero. Fui bastante egoísta y hedonista durante mucho tiempo. Pero llegué a un punto en el que me dije que: emborracharme un sábado por la noche no me servía para nada. Y me di cuenta de que había otra parte de mí que quería estar disponible para la gente. No para darme una palmadita en la espalda, sino para entender que cuando cuidas a los más vulnerables de nuestra sociedad, en realidad te estás cuidando a ti mismo“. Estamos demasiado predispuestos a pensar en la caridad solo como una transacción financiera, sugiere. Le gustaría pensar que puede haber “una nueva idea de lo que puede ser el altruismo al nivel de la calle”.

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Cortándole el cabello al irlandés Mike, Washington Square Park, Nueva York. Foto: Valérie Jardin

El cliché sobre las personas en situación de calle es que todos estamos a un par de cheques de pago de resolver el gran problema. Coombes no cree mucho en esa idea. Su libro detalla la forma exacta en que cada uno de sus amigos sin hogar se encontró en el lugar en que estaba. En algunos casos, hubo una tragedia o un accidente que desencadenó el declive: un hombre, David, nunca había superado el choque de un carro en el que iba a toda velocidad y en el que murió un familiar. Con más frecuencia, se trata de personas que nunca habían tenido muchas oportunidades, que habían comenzado desde el lugar equivocado.

“En cierto modo, la historia de la caída en desgracia de alguien como David es más aceptable“, considera Coombes. “Pero hay otras historias de personas que sufrieron abusos desde una edad muy temprana o que se perdieron en el sistema de atención. Yo crecí en una zona de viviendas sociales con mi madre y mis dos hermanas. No teníamos muchos recursos económicos, pero me amaban de verdad. Tenía a mi madre, que sabíamos que estaría ahí en las buenas y en las malas. Esa es la diferencia”.

Se ha propuesto ser un punto fijo para las personas con las que se relaciona, estando disponible por teléfono, indicándoles dónde podrían encontrar más ayuda. Evidentemente, no está en condiciones para resolver todos sus problemas complejos. ¿Cómo se las arregla?

“Es curioso”, dice. “Tenemos esta terrible forma de pensar como humanos de que, como no podemos resolver los problemas de todo el mundo, ni siquiera necesitamos ayudar a la persona que tenemos delante de nosotros. Durante los primeros años, solía pensar: ‘Todo esto está muy bien, pero ya sabes, ¿cómo puedo ayudar a más gente? ¿Cómo puedo aumentar mi impacto?’ Con el tiempo me di cuenta de que utilizaba mejor mi energía conociendo de mejor manera a unas cuantas personas, contando sus historias y dejando que se extendieran. Si quieres crear una gran organización benéfica y pensar en términos de números e impacto, está bien, pero yo lo veo de otra forma. No vamos a lograr nada hasta que todos comencemos a ver a los demás como seres humanos…

En muchas ocasiones en las que ha entablado una conexión para luego perder el contacto con una persona; las personas sin hogar desaparecen todo el tiempo y por muchas razones. Sin embargo, algunas veces, las suficientes, sus esfuerzos han perdurado mucho más allá del primer corte ‘corto de atrás y de los lados’. Cuenta la historia de Kenny, a quien solía cortarle el cabello en la estación de Victoria, pero al que no había visto desde hace un par de años. Hace poco, Kenny le llamó de repente, desde Burnley, donde creció, para contarle cómo había arreglado algunas relaciones con su familia, conseguido un trabajo y un lugar donde vivir. Solo quería darle las gracias por las conversaciones que habían tenido. “El día siguiente a mi último corte de cabello“, dijo Kenny, “salí de la estación y me subí a un tren para volver aquí. Ese fue el comienzo“.

“Tengo que ser sincero contigo, Tim”, dice Coombes. “Esa idea, hacer algo por nada, no es cierta en absoluto. Porque para mí no es por nada. Yo también saco mucho provecho de esto”.  

Do Something for Nothing, de Joshua Coombes, es publicado por Murdoch Books.

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