Una historia de dos ejércitos: por qué las fuerzas afganas no fueron rival para los talibanes
Combatientes talibanes. El organismo de control del gasto de Estados Unidos para la ayuda descubrió que el ejército estadounidense era demasiado optimista sobre la capacidad militar afgana. Foto: Ghaith Abdul-Ahad

Los talibanes cuentan con 80 mil soldados en comparación con los 300 mil 699 soldados nominales que sirven al gobierno afgano, sin embargo, todo el país ha sido invadido eficazmente en cuestión de semanas, ya que los mandos militares se rindieron sin luchar en cuestión de horas.

Es la historia de dos ejércitos, uno mal equipado pero con gran motivación ideológica, y el otro supuestamente bien equipado, pero dependiente del apoyo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), mal dirigido y lleno de corrupción.

El organismo de control del gasto de ayuda de Estados Unidos para Afganistán advirtió el mes pasado que las fuerzas armadas estadounidenses tenían pocos o ningún medio para determinar la capacidad de las Fuerzas de Seguridad y Defensa Nacional afganas (ANDSF, por sus siglas en inglés). Esto cuando se requirió que operaran de forma independiente a las fuerzas estadounidenses, a pesar de un gasto de 88 mil 300 millones de dólares para la reconstrucción relacionada con la seguridad en Afganistán hasta marzo de 2021.

Un informe descubrió que el ejército estadounidense era persistentemente demasiado optimista sobre la capacidad militar afgana, a pesar de no contar con evidencia confiable para hacer dicha valoración, y reveló que la salida de miles de contratistas estadounidenses, acordada por Estados Unidos y los talibanes en 2020, “podría afectar significativamente la sustentabilidad de la ANDSF, en particular su capacidad para mantener aviones y vehículos“.

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Helicóptero Black Hawk de la Fuerza Aérea afgana fotografiado en marzo de este año. Foto: Wakil Kohsar/AFP/Getty Images

El organismo de control señaló que había advertido en repetidas ocasiones sobre “los efectos corrosivos de la corrupción” dentro de las fuerzas. Al depender de equipos avanzados, y con el analfabetismo generalizado en sus filas, el ejército no podía mantener de forma confiable su fuerza y su preparación para el combate.

De los 88 mil 300 millones de dólares invertidos, el organismo de control señaló: “La cuestión de si ese dinero se ha empleado bien se responderá en última instancia con el resultado de los combates en el terreno, quizá el ejercicio más puro de control y evaluación”.

Es probable que el Congreso de Estados Unidos revise las claras advertencias del informe, ya que pretende entender por qué un gasto tan grande en el entrenamiento de los militares afganos ha llevado a un colapso ante los talibanes en cuestión de semanas, dejando a los políticos occidentales sorprendidos y desconcertados.

También plantea la cuestión de por qué la administración del presidente estadounidense Joe Biden pensó en su momento que era seguro dejar a las fuerzas afganas por su cuenta después de décadas de dependencia de Estados Unidos para las capacidades clave, incluyendo la cobertura aérea, la logística, el mantenimiento y el apoyo para la capacitación respecto a los vehículos terrestres y los aviones de la ANDSF, la seguridad, el apoyo para las bases y los servicios de transporte.

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El presidente de Estados Unidos comentó el 8 de julio que no existía la posibilidad de que Afganistán fuera invadido.

Simultáneamente, el nivel de los ataques talibanes aumentaba. En cada período de tres meses desde el 29 de febrero de 2020, la fecha del acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, se produjeron significativamente más ataques iniciados por el enemigo que en sus trimestres correspondientes del año anterior.

Sin embargo, una semana antes de que Biden dijera que Afganistán no sería invadido, la red independiente Afghan Analysts Network informó que los talibanes habían tomado 127 de los 420 centros de distrito, aproximadamente el 25% del total, y el 21 de julio, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, afirmó que la cifra era superior a la mitad.

En junio, afirmó, habían sido solo 81. Era notable que algunos de los distritos que caían estaban en zonas tradicionalmente antitalibanes.

Un problema adicional fue un gobierno central que se enfrentaba a una grave crisis fiscal provocada por la pérdida de ingresos aduaneros y la disminución de los flujos de ayuda. Muchos funcionarios se quejaron de que no habían recibido su salario durante meses.

El miedo era otro factor. A medida que el movimiento se inclinaba hacia los talibanes, fomentado por las redes sociales de los talibanes, la velocidad de los acontecimientos se vio alimentada por el miedo a la venganza y a los ajustes de cuentas personales encubiertos por la toma del control, especialmente en una gran ciudad como Kabul.

El gobierno afgano no proporcionó ninguna contranarrativa.

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Para entonces, la retirada de Estados Unidos estaba muy avanzada y era casi irreversible; el 5 de julio se había completado en más de un 90%.

El proceso incluyó 984 cargas de aviones C-17 que se transportaron fuera de Afganistán, la entrega de más de 17 mil equipos y la entrega de 10 instalaciones, incluido el aeródromo de Bagram, al Ministerio de Defensa afgano.

El informe Sigar señaló que hasta marzo se habían destinado 88 mil 300 millones de dólares para la reconstrucción relacionada con la seguridad, frente a los 36 mil 000 millones de dólares destinados para el gobierno y el desarrollo, pero descubrió que al Pentágono siempre le ha resultado “extremadamente difícil” evaluar la capacidad de combate y administración de la ANDSF.

El Pentágono comenzó su multimillonario entrenamiento de las fuerzas afganas en 2002, y tres años después asumió el control de la formación de la policía y el ejército, por lo que los instructores militares estadounidenses han dispuesto de casi dos décadas para preparar a las fuerzas afganas para una insurgencia talibán.

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Desde el principio, Estados Unidos comenzó a transformar el Ejército Nacional Afgano, que dejó de ser una fuerza de infantería ligera para convertirse en un servicio de armas combinadas con el ejército, la fuerza aérea y las fuerzas especiales.

El reporte Sigar descubrió que, desde 2005, los militares estadounidenses habían tratado de evaluar la preparación para el combate de las tropas que habían estado entrenando, pero que en 2010 reconocieron que sus procedimientos de seguimiento y evaluación “no medían factores de preparación más intangibles, como el liderazgo, la corrupción y la motivación, todos ellos factores que podrían afectar la capacidad de una unidad de utilizar su personal y su equipo durante los combates reales”.

El mecanismo de evaluación cambió nuevamente en 2013, pero en 2014, ante los escasos indicios de progreso, se decidió que los informes de evaluación deberían pasar a ser clasificados. Se cambió el enfoque de los batallones a los cuarteles generales de mando.

El informe también encontró una disyuntiva entre lo que los generales declararon al Congreso y lo que informaron los oficiales de nivel inferior.

Sigar informó, por ejemplo, que en el testimonio de marzo de 2011 ante el Congreso, el general David Petraeus, entonces comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, afirmó que “las inversiones en el desarrollo de líderes, la alfabetización y las instituciones han generado importantes dividendos” para la ANDSF, que las fuerzas afganas estaban asumiendo importantes funciones de combate contra los talibanes, y que las unidades de policía local afganas estaban limitando cada vez más la capacidad de los talibanes de intimidar a las comunidades”.

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Muchos otros generales estadounidenses hicieron afirmaciones igualmente optimistas. Pero otros informes indicaban “la ausencia de éxito en prácticamente todos los niveles”.

En un artículo del Armed Forces Journal de 2012, el teniente coronel Daniel Davis, que pasó un año en Afganistán dialogando con las tropas estadounidenses y sus homólogos afganos, escribió que sus observaciones “no se parecían en nada a las optimistas declaraciones oficiales de los líderes militares estadounidenses sobre las condiciones en el terreno“.

El informe Sigar también arremetió contra la tendencia de los políticos y los militares de alto rango de buscar buenas noticias. Dice que existe un “deseo natural de que se transmitan buenas noticias a la cadena de mando”.

En palabras de un antiguo oficial militar de alto rango: “A medida que la información se abre camino hacia arriba, se consolida y se atenúa; se politiza. Se politiza porque una vez que los responsables políticos tienen en sus manos, y francamente, una vez que los comandantes operativos la tienen en sus manos, le imprimen su toque”.

“Los mandos operativos, los responsables políticos del Departamento de Estado y los del Departamento de Defensa serán intrínsecamente optimistas en sus evaluaciones. No van a aceptar la información irrefutable”.

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