Haití necesita ayuda, pero ‘no de los trabajadores humanitarios que nunca se bajan de sus camionetas’
Los haitianos, afectados por el terremoto, se enfrentan a la tormenta tropical Grace en un campo para refugiados en Les Cayes la semana pasada. Foto: Joseph Odelyn/AP

El número de muertos sigue aumentando 10 días después de que un catastrófico terremoto azotó el sur de Haití la mañana del 14 de agosto, destruyendo gran parte de Les Cayes y sus alrededores.

Hasta el momento se han registrado más de 2 mil 200 muertes, mientras que al menos 30 mil familias han tenido que abandonar sus hogares. Muchas personas estaban durmiendo en las calles cuando la tormenta tropical Grace llegó dos días después, provocando fuertes vientos y lluvias torrenciales.

Pero a pesar de las dificultades, muchos haitianos desconfían de la respuesta masiva de la ayuda internacional que continúa en curso. “No nos gusta la ayuda internacional, pero no es como que tengamos otra opción“, comenta Marjorie Modesty, líder de la comunidad de Les Cayes, cuya casa quedó inundada y dañada por la doble catástrofe.

Las organizaciones internacionales gastan su dinero en cosas equivocadas, como hoteles y automóviles costosos. Nuestra relación con ellos es, en el mejor de los casos, regular”.

La relación de Haití con la ayuda humanitaria es larga y frecuentemente tóxica. El país caribeño, que comparte la isla de La Española con su vecino más rico, República Dominicana, es el más pobre del hemisferio occidental. Casi la mitad de sus 11.4 millones de habitantes padecen inseguridad alimentaria. Situado en la cima de una falla geológica, Haití con frecuencia es azotado por terremotos y fenómenos meteorológicos extremos.

La violencia política y la guerra entre pandillas urbanas han azotado a Haití durante más de dos años, y los bloqueos de carreteras, la escasez de combustible y los apagones son una realidad cotidiana. El descarado asesinato del presidente Jovenel Moïse el 7 de julio, supuestamente perpetrado por mercenarios colombianos, empeoró la situación. Las pandillas también han complicado la labor de ayuda, bloqueando esporádicamente las carreteras más importantes y retrasando la distribución de alimentos y suministros.

La población está traumatizada por las repetidas catástrofes“, explica Jean Raymond Delinois, quien trabaja para Acape, una organización educativa sin fines de lucro en Jeremie, la cual sufrió graves daños. La casa de Delinois sigue en pie pero necesita reparaciones. Todavía no ha presenciado ningún despliegue importante de ayuda internacional en su provincia. “Sin la coordinación y la participación de los agentes locales, no cambiará mucho”, señala.

En 2010, gran parte de Puerto Príncipe quedó destruido por un terremoto de 7 grados de magnitud, que cobró 220 mil vidas. El último terremoto fue dos puntos decimales mayor en magnitud, pero golpeó una región menos poblada.

La labor de ayuda humanitaria de hace 11 años estuvo rodeada de polémica. Se descubrió que los trabajadores humanitarios de Oxfam intercambiaban alimentos y suministros por sexo, mientras que un brote de cólera que provocó más de 9 mil muertes probablemente comenzó con la llegada de la misión de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en octubre de 2010.

Desde entonces, se ha desconfiado de las organizaciones benéficas y humanitarias internacionales. Camionetas blancas, con los logotipos de las organizaciones, trasladan a los empleados extranjeros por las ciudades, utilizando a los haitianos como chóferes y seguridad privada. Con más de 3 mil organizaciones que operan dentro de sus fronteras, Haití es descrito con frecuencia como un “Estado de ayuda”.

“Las (organizaciones internacionales) hacen lo que quieren, no lo que necesitamos“, afirma Modesty, desde su hogar dañado. “Ignoran a las comunidades, a los líderes y las necesidades de las comunidades”.

El primer ministro de Haití, Ariel Henry, quien dirige el país desde el asesinato de Moïse, reconoció la difícil relación de Haití con la ayuda humanitaria después del terremoto de 2010. “Mi gobierno no tiene la intención de repetir la historia sobre la mala gestión y coordinación de la ayuda”, tuiteó la semana pasada en francés, un idioma que hablan pocos aparte de las clases dirigentes. “Me aseguraré personalmente de que esta ayuda llegue a las verdaderas víctimas“.

En las provincias meridionales de Grand Anse, Sud y Nippes, afectadas por el terremoto, los rescatistas locales y los habitantes de las aldeas trabajaron inicialmente por su cuenta en la recuperación, al haber quedado aislados del resto del país por la tormenta. Ahora cuentan con el respaldo de las brigadas internacionales que buscan entre los escombros a los supervivientes y los cuerpos. Los analistas consideran que hay pocas razones para creer que no se repetirán los errores anteriores.

Parte del problema es que la gente internacional no habla con la gente del lugar, y eso resultará peor esta vez porque todo el mundo está asustado por la situación de seguridad“, señala Emily Troutman, una escritora independiente que lleva más de una década informando sobre la relación de Haití con la ayuda humanitaria.

“Así que tienes a un montón de gente blanca conduciendo en sus camionetas todoterreno blancas, sin bajarse de sus autos, y ellos son los que toman las decisiones sobre lo que los haitianos necesitan y dónde lo necesitan”.

Troutman señala que las organizaciones que llevan años operando en Haití, estableciendo relaciones con las comunidades, son las que están en mejores condiciones para contribuir positivamente a las labores de ayuda: “las organizaciones que ya disponen del capital humano, el capital físico, los conocimientos técnicos y el capital social para hacer algo”.

“Lo que Haití no necesita es un montón de gente fugaz que aparezca durante la catástrofe y desaparezca.

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