Ómicron revive la preocupación por la salud mental de EU tras ‘dos años sombríos’
Una mujer en Nueva York. La variante ómicron suscita nuevas preocupaciones y el impacto que podría tener en la vida pública este invierno. Foto: Xinhua/Rex/Shutterstock

Sarah Isaacs, terapeuta en Raleigh, Carolina del Norte, atiende sobre todo a clientes de entre 22 y 30 años, muchos de ellos privados de las citas y las redes habituales a causa de la pandemia de Covid-19.

“Literalmente, no han podido hacer nada durante dos años”, dijo Isaacs, que se especializa en el trabajo con personas con trastornos alimenticios y personas que se identifican como LGBTQ+.

Ellos solo son algunas de las personas en Estados Unidos cuya salud mental se ha visto afectada durante la pandemia. Una encuesta de Gallup realizada en noviembre reveló que, al igual que el año pasado, solo el 34% de los estadounidenses describe su salud mental como “excelente”. Se trata de los niveles más bajos en dos décadas.

Aunque muchas personas en Estados Unidos ya están vacunadas contra el virus y pueden adoptar algo parecido al estilo de vida anterior a la pandemia, la población del país sigue sufriendo ansiedad y depresión.

Y ahora surgen nuevas preocupaciones sobre la variante ómicron y el impacto que podría tener en la vida pública este invierno. La nueva variante, que, según sugieren los primeros informes, podría ser más contagiosa que las cepas anteriores, ya se está extendiendo por Estados Unidos, desatando la preocupación. Si la variante ómicron genera otro brote de Covid-19, las repercusiones en la salud mental serán graves.

“A pesar de las vacunas, seguimos observando que la gente no recupera los niveles de bienestar anteriores a la pandemia”, señaló Silvia Saccardo, científica social y coautora de un reciente estudio sobre estudiantes universitarios de la Universidad de Pittsburgh. “Y no han retomado los niveles prepandémicos de actividad física, lo que también podría tener consecuencias, y esto es bastante preocupante, porque si no repuntan de forma natural los hábitos de vida y el bienestar, es importante pensar en lo que debemos hacer, es decir, en las intervenciones para ayudarlos”.

Los psicólogos y otros profesionales que estudian la salud mental atribuyen los elevados índices de ansiedad y depresión a la continua preocupación por el virus y a los traumas persistentes derivados de los peores momentos de la pandemia.

No se trata de una situación inusual, comentó Sharon Hoover, codirectora del Centro Nacional de Salud Mental Escolar, con sede en la Universidad de Maryland. Por ejemplo, más de 18 meses después del huracán Katrina en Nueva Orleans, el 15% de los jóvenes expuestos a la catástrofe natural seguían padeciendo trastornos emocionales graves, como los de ansiedad, en comparación con un promedio nacional del 4.2%, según un estudio publicado en el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry.

Al igual que los veinteañeros que Isaacs atiende, los niños y adolescentes también se perdieron acontecimientos vitales significativos, señaló Hoover, y “eso no se soluciona de la noche a la mañana reintroduciendo esas cosas”.

“Muchos niños y adolescentes aún no cuentan con los mecanismos de afrontamiento que podrían necesitar, y en algunos aspectos dependen de los adultos que están ahí para cuidarlos”, explicó Hoover. “Es un grave error que la gente diga: ‘Nuestros hijos van a estar bien, solo los adultos son los que sufrirán'”.

Las mismas preocupaciones sobre la salud mental continúan en los campus universitarios. Antes de la pandemia, en el otoño de 2019, un tercio de los estudiantes universitarios de todo el país reportaron que tenían problemas con la ansiedad y una cuarta parte reportó depresión, según un informe de la American College Health Association. Una encuesta realizada por la organización en la primavera de 2021 reveló que uno de cada cuatro estudiantes presentó un diagnóstico positivo de pensamientos suicidas.

“Si todavía existen preocupaciones sobre una variante o quién sabe lo que puede surgir en el camino, eso representa mucha ansiedad anticipada“, comentó John Dunkle, un exdirector de servicios de orientación en la Universidad de Northwestern que ahora es un director senior con la Fundación Jed sin fines de lucro, una organización de prevención del suicidio.

Para combatir lo que algunos grupos de salud pública han declarado como una emergencia nacional de salud mental, las escuelas deben desarrollar habilidades de afrontamiento para los adolescentes en los salones de clase en lugar de “esperar a que los niños sean canalizados a proveedores de salud mental que tal vez no vean durante seis meses”, en parte debido a la escasez de personal, explicó Hoover.

“Hicimos que los niños regresaran a la escuela para reforzar su pérdida de aprendizaje en el contexto del Covid-19, pero también tenemos que prestar apoyos sociales y emocionales en el entorno escolar”, señaló Hoover.

Aunque hay un déficit de profesionales de la salud mental en los Estados Unidos, Dunkle señaló que centrarse en el número de proveedores en un centro de orientación debería ser solamente una opción. Las escuelas también deben capacitar al resto del personal sobre cómo responder a las necesidades de salud mental de los estudiantes y ayudar a los estudiantes a navegar por las cuestiones de los seguros, dijo.

A pesar de la preocupación por los problemas de salud mental de los estudiantes, Dunkle considera que existen razones para ser optimistas. Junto con la organización de Dunkle, el Ithaca College estableció recientemente una “Semana para detenerse y respirar”, cuyo objetivo es ayudar a “los estudiantes a sobrellevar el estrés de prepararse para los exámenes finales”.

Después de que dos estudiantes de la Universidad de Saint Louis se suicidaron en septiembre, la escuela canceló las clases durante un día para ayudar a los estudiantes a centrarse en su salud mental.

“Es una buena señal, en la que les decimos a los estudiantes de la comunidad: ‘detengámonos y pensemos en nuestra salud mental y nuestro equilibrio’”, explicó Dunkle. Lo ideal sería tomar estas medidas “de forma proactiva, no necesariamente tras una tragedia”.

Isaacs, la terapeuta de Carolina del Norte, también puede extraer aspectos positivos de los recientes informes sobre salud mental en Estados Unidos. Ella y el otro proveedor en su clínica tienen una lista de espera de dos meses de personas que buscan citas, en parte porque la terapia se ha vuelto algo más normativo, comentó.

“Creo que el hecho de que la gente busque terapia en masa es algo bueno”, dijo Isaacs. “Han sido dos años sombríos, pero creo que el hecho de que todo el mundo lo esté viviendo al mismo tiempo ha hecho que la gente sienta que no está tan sola”.

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