‘Mi abuela escondió a niños judíos’: La red clandestina de refugiados de Polonia
Kamil Syller, de 50 años, y su esposa crearon una red no oficial de residentes y activistas locales que intentan brindar cobijo a los refugiados.

En el ático de una cabaña en el bosque cerca del pueblo polaco de Narewka, un joven kurdo iraquí se agacha, temblando de frío y miedo. A través del tragaluz, las luces azules de las camionetas de la policía destellan en las paredes de su escondite. Afuera, decenas de guardias fronterizos buscan a personas como él en la tormenta de nieve. Abajo, el dueño de la casa se sienta en silencio con su aterrorizada esposa e hijos.

El joven kurdo es uno de los miles de solicitantes de asilo que entraron a Polonia a través de su frontera con Bielorrusia, donde muchos otros se quedaron atrapados en su camino hacia Europa. La familia polaca le ofreció refugio. Pero si la policía polaca lo encuentra, se arriesga a que lo devuelvan a través de la frontera a los bosques bajo cero de Bielorrusia, mientras que sus protectores se arriesgan a ser acusados de facilitar la inmigración ilegal.

Mientras las personas que huyen del conflicto o del hambre quedan atrapadas en la frontera entre Polonia y Bielorrusia en medio de un invierno gélido, las familias polacas han estado escondiendo en secreto a cientos de personas desesperadas en sus casas.

El temor a que la policía fronteriza toque la puerta para iniciar una búsqueda trae consigo terribles reminiscencias de la segunda guerra mundial, cuando miles de judíos polacos recibieron refugio de parte de sus vecinos durante la ocupación nazi.

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Un joven kurdo iraquí escondido en un pequeño ático en el bosque cerca de Narewka, Polonia, mientras decenas de guardias fronterizos lo buscan a él y a sus compañeros de viaje.

Aclaremos una cosa, esto dista mucho de ser el Holocausto“, dice una mujer polaca que alberga a una familia siria en su casa desde hace cinco días. “Al mismo tiempo… cuando tienes a seis personas escondidas en tu ático obligadas a permanecer en la oscuridad para evitar ser devueltas, como polaco no puedes evitar pensar en las similitudes con aquella época”.

Todos los días desde principios de octubre, Jakub*, de 38 años, procedente de Narewka, busca en los bosques cercanos a la frontera a personas que necesitan agua, comida y un lugar seguro para dormir. Junto con su perro, Jakub sigue las señales de la presencia de personas que intentaron cruzar la frontera: pañales, mantas húmedas o refugios improvisados construidos con ramas de árboles.

Durante la guerra, uno de sus tíos, que falleció hace unos años, ayudó a decenas de familias judías de Varsovia a evitar la deportación. Ahora, 80 años después, Jakub ha escondido y ayudado a al menos 200 personas que corrían el riesgo de ser devueltas a Bielorrusia a través de la frontera. “Nunca he comparado lo que hago actualmente con lo que hizo mi tío”, dice Jakub. “Ayudo a estas personas porque necesitan ayuda. Es así de sencillo”.

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Jakub y un voluntario siguen las señales de la presencia de personas que intentaron cruzar la frontera.
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Dos hombres de Siria hablan por teléfono con un intérprete antes de presentar una solicitud de asilo en Polonia. Llamaron a los guardias fronterizos para mostrarse, no obstante, temen que la policía los regrese a Bielorrusia.

La Unión Europea (UE) acusa a Bielorrusia de provocar de forma intencionada una nueva crisis de refugiados al organizar el traslado de personas desde Medio Oriente hasta Minsk y prometerles un paso seguro hacia la UE, como represalia por las sanciones que Bruselas le impuso a su régimen. Polonia, por su parte, ha sido acusada por las organizaciones de derechos humanos de hacer retroceder con violencia a miles de personas a través de la frontera. Personas como Jakub, al ver a las familias desesperadas acurrucadas en la nieve, decidieron ayudar. Con frecuencia se trata de una carrera entre los voluntarios locales y la policía para encontrar primero a las personas que cruzan la frontera.

En su cuarto de una pequeña casa a pocos kilómetros de Sokółka, Bartek, de 14 años, inventó un dispositivo para localizar a las personas que corren el riesgo de ser devueltas a Bielorrusia. “Abrí cuentas para poder enlazar los teléfonos de los migrantes”, explica. “Configuré sus cuentas en Google y WhatsApp y vinculé sus teléfonos a una de mis cuentas. Así puedo ver en qué lugares se conectaron recientemente y enviarles ayuda”.

Bartek y su tía, Ewa, ayudaron a una familia siria cuyo hijo mayor tenía cinco años. Los habían devuelto a Bielorrusia 17 veces.

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Bartek, de 14 años, inventó un dispositivo para localizar a las personas que fueron expulsadas a Bielorrusia.

“Lo que está ocurriendo aquí es completamente inaceptable”, dice Ewa, de 40 años, cuya abuela introdujo de contrabando tocino y papas en el gueto judío durante la segunda guerra mundial.

Mi abuela también escondió a niños judíos en su casa“, comenta. “La trampilla del suelo estaba cubierta por una cama en la que se acostaba mi bisabuela. Siento que estoy continuando el trabajo de mi abuela“.

Ewa compró cámaras térmicas para localizar a las personas durante la noche. “Cuando vas al bosque, no sabes lo que te espera, si hay alguien detrás de ti”, explica. “El próximo año, cuando vayas al bosque a recolectar hongos, no sabes si vas a encontrar hongos o cadáveres. Algunas personas dijeron haber encontrado cuerpos de refugiados destrozados por los animales. En la zona donde acampan los migrantes, a veces se percibe un intenso olor a putrefacción”.

Desde el inicio del enfrentamiento fronterizo entre Polonia y Bielorrusia han muerto al menos 19 personas. La mayoría de ellas murieron congeladas. Algunos de esos cadáveres fueron enterrados en el cementerio musulmán del pueblo de Bohoniki, cerca de Sokółka, en el corazón del bosque que cobró sus vidas.

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Un cementerio musulmán en el pueblo de Bohoniki, cerca de Sokółka, donde han enterrado a algunos solicitantes de asilo.

Mientras las temperaturas descienden hasta casi el punto de congelación, Bartek, Jakub y Ewa pertenecen a una red de polacos que trabajan desesperadamente para evitar más muertes.

“Estamos haciendo algo normal para ayudar a los demás”, dice Ewa, “pero te convierten en un criminal“.

Puesto que Polonia impuso el estado de emergencia, toda la ayuda para los habitantes de los bosques depende de los residentes y activistas locales. En las últimas semanas, la policía ha detenido a cada vez más trabajadores humanitarios y ciudadanos, y ha registrado al menos tres casas en busca de migrantes.

“Parece que la situación se ha agravado y la policía se ha vuelto más violenta con los trabajadores humanitarios“, señala Witold Klaus, profesor en el Centro de Investigación sobre el Derecho de la Migración de la Universidad de Varsovia. “Esto forma parte de la intimidación y probablemente está calculado para que tenga un efecto intimidatorio: disuadir el brindar ayuda a los inmigrantes. Prestar ayuda humanitaria no es un delito. Pero esta es la ley que figura en los libros y eso no impide que las autoridades la incumplan”.

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Guardias fronterizos polacos durante una operación cerca de la frontera.

El 14 de diciembre, personal militar detuvo a un grupo de activistas en los bosques cercanos al pueblo de Zabrody. Los obligaron a ponerse boca abajo en el suelo y los registraron. El 15 de diciembre, las fuerzas policiales armadas polacas efectuaron una redada en uno de los centros de ayuda humanitaria de la región fronteriza de Podlachia, incautando celulares y laptops.

Sospechan que estamos organizando cruces ilegales de la frontera“, dice Anna Alboth, del Minority Rights Group de la ONG. “Pero si alguien está creando un espacio propicio para el cruce ilegal de la frontera son las autoridades bielorrusas y polacas, que obligaron a cruzar la frontera a personas congeladas y hambrientas que no tenían otra opción”.

Los ministerios polacos de Interior y Defensa no realizaron ningún comentario cuando The Guardian los contactó.
Durante las recientes protestas a favor de la inmigración en Michałów y Hajnówka, los jóvenes activistas conocieron a personas mayores que dieron cobijo a fugitivos durante la segunda guerra mundial. Jakub comenta: “Dijeron que ellos escondieron a judíos durante la guerra y que tenían algo en común con nosotros“.

En 1939, Tatiana Honigwill, una joven judía polaca de Varsovia, fue deportada al campo de concentración alemán de Ravensbrück. Tras la liberación rusa en 1945, Tatiana regresó a Polonia. Murió hace unos años y en la actualidad le sobreviven varias nietas. Una de ellas es Maria Przyszychowska, de 43 años, pintora, que ahora vive cerca de la ciudad fronteriza de Hajnówka.

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Maria Przyszychowska y su hija en su casa cerca de la ciudad fronteriza de Hajnówka.

Ella y su esposo, Kamil Syller, de 48 años, crearon una red no oficial de residentes y activistas locales que colocaron luces verdes en sus ventanas para mostrar que su casa es un espacio seguro temporal para los refugiados. Al principio fue un gesto simbólico. Después, de repente, las primeras personas comenzaron a aparecer en sus puertas.

La pareja los recibe en su casa y les ofrece artículos de primera necesidad. “Intentamos proteger a los solicitantes de asilo y ahora nuestra actividad se ha convertido en un tipo de resistencia”, explica Kamil. “Pero no queremos ser héroes. Y se está volviendo muy frustrante”.

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Maria Przyszychowska y su esposo, Kamil Syller, colocan luces verdes en sus ventanas para mostrar que su casa es un espacio seguro temporal para los refugiados.

Desde hace semanas, la casa de María y Kamil se encuentra bajo vigilancia. Los guardias fronterizos patrullan las calles que rodean su inmueble. Las luces verdes también han comenzado a atraer a los guardias, que se esconden en los bosques y esperan a que la gente salga para hacerla retroceder.

El prohibirle a una persona el derecho a solicitar asilo es una violación a los derechos humanos. A pesar de que las personas manifiestan su intención de solicitar asilo, las personas que llegan a Polonia se ven obligadas a regresar en sistemáticas expulsiones masivas.

“Tal vez algún día, cuando esto termine, podremos hablar abiertamente de lo que la policía le hizo a los migrantes y de lo que tuvimos que pasar para ayudarlos”, dice Jakub. “No sé cuándo, pero estoy seguro que ese día llegará. Hasta entonces, seguiremos trabajando en secreto. Al final, somos lo que nos llamaron: guerrilleros secretos“.

*Se cambiaron algunos nombres para proteger la identidad de las personas.

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