Vivir en un cuerpo de mujer: Me mutilaron y juré que impediría que le ocurriera a alguna otra niña
'Ninguna mujer es libre hasta que todas las mujeres sean libres'… Agnes Pareyio. Foto: Marvi Lacar/Getty Images

Tenía 14 años cuando mi madre y mi abuela anunciaron que me iban a cortar el clítoris, los labios mayores y los labios menores. Dijeron que si me resistía era una cobarde. En mi cultura, lo peor que te pueden llamar es cobarde.

Nunca fui ingenua. Crecí como una niña masái en Kenia en los años 60 y 70. En algún momento de mi infancia, me di cuenta de que existía un rito de paso a la feminidad. Una anciana debía mutilar mi vulva con un instrumento sin filo. Pero también formé parte de la primera generación de niñas masái que fueron a la escuela, donde conocí a niñas de comunidades que no practicaban la mutilación genital femenina (MGF). De ellas aprendí que se puede llegar a ser adulta con la vulva intacta. Eso era lo que yo quería.

Regresé con mi familia y les expliqué que no me iban a mutilar. Mi padre se puso de mi lado: dijo que no era necesario. Sin embargo, en el pueblo se burlaron de mí y dijeron que no sabían cómo decirme si no me mutilaban: “¿Te llamaríamos niña o mujer? ¿Quieres seguir siendo una niña toda tu vida? ¿Con quién te vas a casar?”

El día que me mutilaron, me despertaron a las tres de la mañana y me sacaron, desnuda, porque los aldeanos creían que si sentía la brisa de la mañana en mi cuerpo me refrescaría y sangraría menos. Vi que el objeto con el que me iban a cortar no estaba afilado. No me ofrecieron ningún tipo de anestesia, pero me dijeron que no llorara: tu padre está en la casa, dijeron, y no debe escucharte llorar.

Estaba decidida a demostrar que no era una cobarde, así que me esforcé mucho por no mostrar ninguna emoción. Como consecuencia, me cortaron aún más y no pude dejar de sangrar. Perdía y recuperaba el conocimiento y, cuando me desperté, estaba extremadamente mareada.

Lo que sustituye tu vulva después de la MGF es un tejido cicatricial extremo. Me prohibieron juntar las piernas, ya que el tejido cicatricial se podía fusionar. Ataron mis piernas separadas con una cuerda para que no se juntaran, incluso cuando dormía. Tuve que permanecer así durante días, mientras sanaba.

Después de ser mutilada, me hice una promesa: haría todo lo posible para evitar que esto le ocurriera a otra niña. Mis hijas, y todas las hijas de los masáis, no serían mutiladas.

En 1975, la inmensa mayoría de las mujeres del condado de Narok, en Kenia, eran mutiladas genitalmente. Por eso, cuando yo y otras personas decidimos actuar, sabíamos que teníamos que abordar esta lucha de forma cuidadosa. Por lo general, la mutilación de una niña es una preparación para un matrimonio precoz, así que recorrimos una aldea tras otra explicando que, si las niñas iban a la escuela y no se casaban (y no eran mutiladas) a una edad temprana, podrían ganar dinero y mantener a su familia.

Les explicamos que la vagina es lo suficientemente elástica como para expulsar a un bebé, pero que el tejido cicatricial no se puede estirar de la misma manera. Cuando una mujer intenta empujar a un bebé a través de esta cicatrización, el bebé suele quedar atrapado y queda privado de oxígeno. Como resultado, un número desproporcionado de niños de comunidades que practican la MGF sufren daños cerebrales. Le dijimos a las personas que sería mucho menos probable que esto ocurriera si dejábamos de practicar la MGF.

Seguimos llevando a cabo programas educativos y talleres, dirigiéndonos no solo a las mujeres, sino también a los hombres. Si no convencemos a los hombres -y les enseñamos a amar a sus mujeres y sus cuerpos- no podemos ganar.

V-Day, la organización precursora de One Billion Rising, me ayudó a crear un refugio para niñas y jóvenes que se negaban a ser mutiladas. Lo dirijo desde hace casi 20 años. Cuando comencé esta labor, algunas personas reaccionaron con ira. Hubo momentos en los que temí por mi seguridad.

Hace poco, recibí una llamada de una mujer que me contó el caso de una joven que se quería resistir a la mutilación, pero que sus padres la estaban obligando. Cuando llegué, ya la habían enterrado en una tumba poco profunda tras morir desangrada. Me aseguré de que la policía realizara una investigación. Ahora, su padre está cumpliendo nueve años de prisión por homicidio culposo, pero sé que tenemos que esforzarnos más.

Cuando las mujeres se levantan y se defienden, funciona. Según la Encuesta Demográfica y de Salud de Kenia de 2014, el 21% de las mujeres siguen experimentando la mutilación genital femenina, lo que supone un gran descenso en los últimos 50 años, pero sigue siendo demasiado elevado. Ninguna mujer es libre hasta que todas las mujeres sean libres.

Soy una parte de una lucha mundial, una lucha que une a los mil millones de mujeres de todo el planeta que han sido golpeadas, violadas o mutiladas. Te invito a unirte a nosotras.
Agnes Pareyio es una activista de One Billion Rising
y V-Day, fundadora de la Iniciativa Tasaru Ntomonok y de V-Day Safe Houses for the Girls. Es la directora de la Anti-FGM Board en Kenia y es candidata al parlamento keniano.

Síguenos en

Google News
Flipboard