The Homecoming: Las fantasías masculinas de Pinter regresan en la era del #MeToo
Harold Pinter como Lenny con Jane Lowe como Ruth en una producción de 1969 de The Homecoming en el teatro Watford Palace. Foto: Tony Prime/ANL/Rex/Shutterstock

Si llamamos a una obra de teatro “clásico moderno”, le damos una capa de respetabilidad. Pero, aunque se utilice ampliamente este término para referirse a The Homecoming (Retorno a casa), de Harold Pinter, sospecho que no ha perdido nada de su poder para provocar y perturbar. La prueba llegará cuando se estrene en el Theatre Royal Bath el reestreno de Jamie Glover de la obra de Pinter de 1965, ahora con un reparto encabezado por Keith Allen, Mathew Horne y Shanaya Rafaat, antes de emprender una gira nacional.

Entonces, ¿qué tiene The Homecoming que molesta a la gente? Cuando escribí una biografía de Pinter en 1996, descubrí que la obra estaba motivada por la experiencia de uno de los amigos judíos más antiguos de Pinter, que se fue a vivir a Canadá y durante 10 años no le dijo a su padre del municipio de Hackney, Londres, que se había casado con una chica pagana y que tenía su propia familia. Sin embargo, Pinter siempre negó que The Homecoming fuera una obra específicamente judía o una transcripción de la realidad. Lo que la obra muestra es a Teddy, ahora un académico en Estados Unidos, regresando a sus raíces del norte de Londres para presentarles su esposa, Ruth, a su padre, su tío y sus dos hermanos.

El argumento gira en torno a la decisión que debe tomar Ruth: volver a Estados Unidos con Teddy o instalarse en Londres con su bulliciosa familia política. Uno se preguntará dónde está la ofensa: desde la obra de Ibsen Casa de muñecas, las esposas le han dado la espalda a sus esposos e hijos en un intento de independizarse. La diferencia en The Homecoming -como sabrán la mayoría de los espectadores- es que de Ruth no solo se espera que atienda a su nueva familia, sino que, al parecer, Lenny, su cuñado proxeneta, la introducirá en el negocio.

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Ian Hart (Lenny), Lia Williams (Ruth) e Ian Holm (Max) en The Homecoming en el Comedy theatre en 2001 en Reino Unido. Foto: Tristram Kenton/The Guardian.

En 1965 muchas personas se escandalizaron por la negativa de Pinter a condenar moralmente a esta brutal familia. En el mundo actual -donde el movimiento #MeToo ha conducido a una mayor concienciación sobre la explotación femenina- sospecho que The Homecoming volverá a desencadenar un feroz debate. Incluso aquellos que admiten que Ruth escapa de un matrimonio estéril y adquiere una nueva capacidad de decisión al final de la obra sostienen que lo hace a un precio humillante.
Sin embargo, al releer la obra, me sorprendió un hecho cegadoramente obvio: el hecho de que Ruth es la única realista en una casa de hombres fantasiosos. Max, el patriarca malhablado, dice tonterías evidentes sobre ser un mago de las carreras y asesor de un grupo de carniceros continentales. Lenny, el aparentemente sofisticado proxeneta, queda reducido a un tembloroso desastre en su primer encuentro con Ruth, en el que ella consigue el dominio a través de un vaso de agua. Joey, el aspirante a boxeador profesional, solo tiene, como admite su padre con rara honestidad, un problema: “No sabes cómo defenderte y no sabes cómo atacar”.

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Grandes ilusiones… Donald Pleasence como Davies y Colin Firth como Aston en The Caretaker de Harold Pinter en el Comedy Theatre, Londres, en 1991. Foto: Tristram Kenton/The Guardian


La única producción que he visto que expuso despiadadamente esta casa de sueños fue dirigida por el difunto Luc Bondy en París hace 10 años. El Max de Bruno Ganz era un irreal vanidoso fanfarrón, el Lenny de Micha Lescot un neurótico que se abusa a sí mismo e incluso el tío Sam, el chofer supuestamente de primera clase, una figura torpe con una mala peluca. La idea de que la equilibrada y firme Ruth de Emmanuelle Seigner se convirtiera en una esclava de estos inadaptados era ridícula.

Por supuesto, esta no es la única manera de interpretar The Homecoming, pero me llama la atención la frecuencia con la que Pinter muestra a sus personajes masculinos viviendo en un mundo de ilusión. Sin duda es el caso de The Caretaker, donde el vagabundo Davies, el manipulador Mick y el inútil Aston viven de ilusiones. Y en su última obra, Celebration, los vulgarmente ricos comensales masculinos habitan un mundo de su propia creación. Pinter tenía un oído tan agudo como cualquiera -incluido David Mamet- para el lenguaje de la pretensión masculina y la forma en que la conversación agresiva suele ocultar la inseguridad privada. Vale la pena recordar esto cuando The Homecoming reinicie el debate, como seguramente lo hará, sobre si Ruth es una víctima sexual o una vencedora de la masculinidad tóxica.

The Homecoming estará en el Theatre Royal Bath, del 30 de marzo al 9 de abril, y estará de gira hasta el 21 de mayo.

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