Así fueron mis dos semanas bajo el infierno de la viruela del mono
'Me preocupa mucho que esto se convierta en otra enfermedad endémica, especialmente entre los hombres homosexuales', Sebastian Kohn. Foto: Cortesía de Sebastian Kohn

Me contagié de viruela del mono y ha sido una verdadera pesadilla.

Cuando comenzaron las festividades del día del orgullo en Nueva York, era consciente de que la viruela del mono era un problema emergente –especialmente para los hombres homosexuales–, no obstante, también tenía la impresión de que el número de casos en la ciudad era relativamente pequeño. Lo que no comprendía era lo absolutamente deficiente que era la capacidad para realizar pruebas: en ese momento, la ciudad solo tenía capacidad para procesar diez pruebas al día.

Tuve relaciones sexuales con varios chicos durante el fin de semana. Entonces, una semana después, el 1 de julio, comencé a sentirme muy cansado. Tuve fiebre alta con escalofríos y dolores musculares, y mis ganglios linfáticos estaban tan hinchados que sobresalían cinco centímetros de mi garganta.

Primero, me realicé una autoprueba de Covid: negativo. Entonces comencé a sospechar que tenía viruela del mono. Le envié un mensaje a un amigo: Simplemente estoy sentado aquí esperando a que aparezca el sarpullido.

Soy un hombre de 39 años de Suecia, que vive en Brooklyn y trabaja en el ámbito de la filantropía. Durante la última década, mi trabajo se ha enfocado principalmente en la salud y los derechos sexuales y reproductivos, por lo que estuve al tanto del brote desde el principio. Incluso intenté vacunarme cuando la ciudad de Nueva York lanzó una campaña inicial de vacunación el 23 de junio. No obstante, al igual que la gran mayoría de los neoyorquinos que intentaron obtener una cita, no tuve suerte.

Dos días después de que comenzaran mis síntomas, el sarpullido comenzó en forma de lesiones anorrectales: úlceras dolorosas en mi ano y recto. Al principio tenía una sensación de ardor y picor. En ese momento no me sentí asustado. Me dijeron que sería leve y yo era una persona completamente sana y sin enfermedades subyacentes. Sin embargo, no tenía ni idea de cuán grave iba a ser.

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Sebastian Kohn, un neoyorquino de 39 años que se contagió de viruela del mono. Foto: Cortesía de Sebastian Kohn

Tuve una consulta de telesalud con mi doctora general y ella estuvo de acuerdo en que debía realizarme la prueba. Así que fui a urgencias. Tenía todos los síntomas de la viruela del mono y, afortunadamente, nadie cuestionó si debía realizarme la prueba o no. También solicité un panel completo de ETS.

Quería recibir el medicamento antiviral que se utiliza para tratar la viruela del mono, el TPOXX (tecovirimat), pero primero es necesario que el resultado de la prueba sea positivo. Por eso me enviaron a casa con Tylenol. (Los reguladores europeos aprobaron el TPOXX como un tratamiento eficaz contra la viruela del mono, aunque la FDA solo lo ha aprobado para tratar la viruela. Los CDC conservan una reserva de TPOXX y permiten su “uso compasivo” durante los brotes de viruela del mono).

Después de regresar a casa, el sarpullido comenzó a extenderse y empecé a sentirme ansioso. Desarrollé lesiones literalmente en todas partes; al principio tenían el aspecto de picaduras de mosquito antes de convertirse en ampollas con granos que finalmente reventaban y después formaban una costra antes de dejar una cicatriz. Las tuve en mi cabeza, en mi cara, en mis brazos, en mis piernas, en mis pies, en mis manos, en mi torso, en mi espalda, y cinco solo en mi codo derecho. En el momento más crítico, tenía más de 50 lesiones, una fiebre de 39ºC y un dolor intenso, lo cual me provocó un ataque de pánico. Irónicamente, el único lugar donde no tenía lesiones era en mi pene.

Al día siguiente recibí los resultados de la prueba de ETS: positivo a gonorrea. No obstante, aún no sabía nada de la viruela del mono. Fue en ese momento cuando me salió urticaria por todo el cuerpo desde el cuello hacia abajo, además de dolor de cabeza, dolor de artritis en los dedos y los hombros y un extraño dolor en mi espinilla que llegó a ser tan doloroso que no me podía poner de pie. En las noches, me despertaba enloquecido tanto por el dolor como por la comezón de las lesiones y la urticaria, sentándome simplemente en la cama y rascándome. Me sentía aislado, solo y frustrado por cuán injusta era la situación. Era evidente que estaba muy enfermo, y aun así tenía que improvisar un plan de cuidados por mi cuenta.

Mis lesiones anorrectales, que ya de por sí eran muy dolorosas, se convirtieron en heridas abiertas. Sentía como si tuviera tres fisuras una al lado de la otra, y era absolutamente insoportable. Gritaba literalmente cuando iba al baño. Incluso el hecho de mantener la zona limpia, como lavarme, era extremadamente doloroso. Era un proceso de dos horas cada vez.

Cuatro días después de la prueba, me llamaron de urgencias para informarme que había dado positivo a la viruela del mono. Sin embargo, no me dieron más información. Así que comencé a llamar para saber cómo podía acceder a los antivirales. Sabía que los CDC habían publicado guías sobre quiénes debían ser considerados para el tratamiento, y eso incluía a las personas que presentaban lesiones anorrectales, lesiones en la garganta y problemas dermatológicos, como era mi caso.

No obstante, simplemente me remitían en círculos. Llamaba a urgencias, donde me decían que contactara al departamento de salud. El departamento de salud me decía: “Oh, no, su médico general tiene que solicitar el tratamiento por usted”. Entonces contactaba a mi doctora general, y me decían: “Podemos presentar el caso al departamento de salud, pero para que tengas en cuenta, ellos rechazan la mayoría de nuestras solicitudes, así que no te ilusiones”.

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Personas esperan en la fila para recibir la vacuna contra la viruela del mono. Foto: Kena Betancur/AFP/Getty Images

Entonces mi garganta comenzó a hincharse. Mis amígdalas estaban cubiertas de pus blanco. Hablé por video con alguien del consultorio de mi doctora general y me dijo, “Creo que deberías ir a Urgencias”.

En Urgencias determinaron que se trataba de una amigdalitis bacteriana y me dieron una serie de antibióticos. No obstante, cuando les pedí antivirales, me comentaron que no me los darían porque solo se los proporcionaban a personas gravemente inmunodeprimidas. Les dije: “Esas no son las normas de tratamiento de los CDC”. No lo permitieron y me dieron de alta a las 2 de la mañana. Me sentí increíblemente desanimado.

La noche siguiente, finalmente recibí una llamada de una clínica del Centro Médico Irving de la Universidad de Columbia. Dijeron que el Departamento de Salud les había pedido que aceptaran mi caso. Al parecer, de este modo fui uno de los pocos afortunados invitados a recibir el tratamiento. Como el medicamento no ha sido probado extensamente en humanos, existe un proceso de consentimiento informado y admisión bastante significativo. Pasé aproximadamente una hora en la clínica y me fui con un suministro de dos semanas de TPOXX. Me sentí muy aliviado.

Tienes que tomar tres pastillas cada 12 horas, con una dieta alta en grasas. Estoy comiendo una gran cantidad de tocino y crema batida, que son lo segundo mejor de este tratamiento. Las lesiones empezaron a secarse con mucha rapidez y ahora solo me quedan tres pequeñas costras. Únicamente en los dos últimos días he podido ir al baño sin sentir dolor.

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Kyle Planck, de 26 años, que se recuperó de la viruela del mono, muestra un frasco de Tecovirimat, medicamento utilizado para el tratamiento contra la viruela del mono. Foto: Yuki Iwamura/AFP/Getty Images

Todavía me encuentro en aislamiento. No puedo expresar cuán harto estoy de mi departamento en este momento. Soy una persona bastante privilegiada en el sentido de que tengo los recursos necesarios para pedir comida y medicamentos y recibirlos en mi puerta. Tengo servicio de lavandería en mi departamento, así que puedo lavar mis sábanas y mi ropa. Conozco a otras personas que realmente sufren por el aislamiento porque no se encuentran en la situación en la que yo me encuentro.

Al día siguiente de empezar el tratamiento, el 13 de julio, finalmente recibí una llamada de una rastreadora de contactos del departamento de salud, quien me dijo que posiblemente estuve expuesto a la viruela del mono el 26 de junio. Le comenté que ya tenía viruela del mono y me preguntó por mis síntomas. La llamada duró aproximadamente media hora y obviamente estaba leyendo un guion. Después me contestó: “De acuerdo, gracias por su tiempo, que se mejore”, y colgó. Ni siquiera me preguntó cuáles fueron los contactos que tuve.

Todo esto se siente como un gran fracaso que no se debería haber permitido, sobre todo no a los dos meses y medio del inicio del brote. Si alguien como yo, que ha trabajado en el sector de la salud sexual durante mucho tiempo, tuvo tantas dificultades para recibir atención médica, no puedo imaginar que otras personas lo logren. Conozco a varias personas que simplemente están sentadas en casa con un dolor agonizante debido a que no están recibiendo el apoyo que necesitan.

Me preocupa mucho que estemos cerca del punto en el que esta será otra enfermedad endémica, especialmente entre los hombres homosexuales, si es que no hemos pasado ya ese punto. Me preocupa que la tengamos para siempre.

Como se contó a Wilfred Chan.

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