‘Me grabaron sin mi consentimiento’: el lado feo de los videos de amabilidad
Cuando un hombre de repente te regala flores... probablemente tiene que ver con TikTok. Foto: Dmitrii Melnikov/Alamy

Maree solo quería comprarse unos zapatos. Un par que le gustaba estaba de oferta, así que viajó a la ciudad para probárselos. Era una tarde de junio, pleno invierno en Melbourne, y el centro comercial estaba tranquilo. Después de realizar su compra, Maree se detuvo a tomar un café. “Y fue entonces cuando ocurrió”, comenta.

Un hombre joven se le acercó llevando un ramo de flores. El joven le pidió a Maree que se las sostuviera mientras él se ponía la chaqueta. “Ojalá hubiera confiado en mi instinto y le hubiera dicho que no”, comenta. “Todo fue tan rápido”. Maree tomó las flores y el hombre se fue deseándole “un buen día”. Ella se las tendió, perpleja.

Entonces Maree se percató de que dos hombres manejaban una cámara sobre un tripié, a unos metros de distancia. “Les dije: ‘¿Grabaron eso?’ y lo negaron”, explica Maree. “Incluso les dije: ‘¿Quieren estas flores? Yo no las quiero’. Simplemente se quedaron atónitos”.

Maree se fue a casa con sus zapatos nuevos y las flores. Esa tarde, su pareja recibió un mensaje de un amigo que tenía hijos adolescentes: Maree aparecía en un video que se estaba volviendo viral en TikTok. Maree, que no era muy activa en las redes sociales, “no le dio importancia. Pensé: ‘¿Quién ve estos TikToks de cualquier manera? Ah, en fin’. Ni siquiera sabía lo que significaba viral”. Maree no le prestó atención al video hasta que vio un artículo sobre la interacción en el periódico Daily Mail.

El hombre que le había entregado las flores a Maree era Harrison Pawluk, un TikToker de 22 años que tiene millones de seguidores por sus “actos de amabilidad aleatorios. Entre los videos en los que se le ve abrazando a desconocidos y comprando comida para otras personas, Pawluk publicó el video de Maree con la leyenda “Espero que esto haya mejorado su día”, un emoji de corazón rojo y el hashtag “#wholesome”. En poco más de una semana, el video había obtenido 52 millones de reproducciones y 10 millones de “me gusta”. “Yo no estoy llorando, tú sí”, fue uno de los comentarios más representativos.

Este tipo de contenido “para sentirse bien” ha estado presente en las redes sociales desde hace mucho tiempo, remontándose a los primeros días de BuzzFeed y Upworthy, sin embargo, desde el cambio al video, estas historias de actos de amabilidad de extraños han adoptado la forma de tácticas y “experimentos” sociales. En TikTok, el hashtag #randomactsofkindness tiene 416 millones de visualizaciones, mientras que #helpingothers tiene casi 850 millones; aunque no son exclusivamente tácticas #kindness, #wholesome y #positivity alcanzan los miles de millones.

Después de que el video se volviera viral desde el perfil de Pawluk, el Mail publicó un artículo sobre su “conmovedor” gesto, declarando que la mujer –Maree– se sintió conmovida hasta las lágrimas. Sin embargo, Maree no se reconocía a sí misma como la “anciana” descrita, y se sintió ofendida por la suposición de que la intrusión de Pawluk en su día había sido grata. “Eso fue simplemente cruel, pensé, hacerle eso a una persona, todo el escenario ‘patético’… Tengo más de 60 años, me han salido canas, pero en cierta manera alteró mi sentido de cómo me perciben; en realidad nunca había pensado en mí misma como alguien que parece mayor”, explica.

Tuvo que actuar, por su propio sentido de sí misma. A mediados de julio, compartió su experiencia al aire con la locutora Virginia Trioli, de la estación de radio ABC Radio Melbourne, diciendo que se sintió “deshumanizada” por la interacción con Pawluk. “Él interrumpió mi tiempo de tranquilidad, grabó y subió un video sin mi consentimiento, convirtiéndolo en algo que no era; y siento que está ganando bastante dinero con ello… Me siento como clickbait”. Maree lo denunció porque deseaba prevenir a los demás. “Si me puede pasar a mí, le puede pasar a cualquiera”.

Durante la última década, aproximadamente, se han hecho habituales las historias de personas que, sin quererlo, se han convertido en un fenómeno viral en las redes sociales. Muchas personas que trabajan en imágenes de archivo han hablado sobre la experiencia surrealista de que su trabajo se convierta en memes, desde el modelo que llegó a ser conocido como “Hide the Pain Harold” hasta el fotógrafo responsable de tomar la foto que se convirtió en “novio distraído”. “No es fácil”, comentó un hombre español que ahora es conocido internacionalmente como “la peor persona que conoces” después de que su retrato fuera utilizado para ilustrar un artículo periodístico satírico.

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Andras Arato alias Hide the Pain Harold. Foto: Bela Doka/The Guardian

No obstante, cada vez son más las personas que son convertidas en fenómenos virales sin su participación o incluso sin su conocimiento, como ocurrió en el caso de la pareja cuya dramática ruptura en un avión se convirtió en noticia en 2015 después de que un pasajero del avión la transmitiera en vivo a través de Twitter. En diciembre del año pasado, un hombre de 64 años fue grabado en la discoteca Fabric de Londres y se volvió viral en una publicación en la que se burlaban de su baile. Lo que en su día fueron historias virales esporádicas se han hecho más frecuentes a medida que ha crecido la “economía de contenidos”. En todo el mundo, millones de personas viven de sus seguidores en internet. Especialmente desde que despegó TikTok, la producción de contenidos digitales ha sido frenética. Ahora, todo el mundo es un escenario, y todos nosotros corremos el riesgo de vernos reducidos a simples actores de una producción ajena.

Esto evidencia la creciente tensión entre el derecho a la libertad de expresión de los creadores de contenidos, aunque la ejerzan a costa de otros, contra el derecho a la privacidad de los demás, aunque se encuentren en un lugar público. Es posible que el público, acostumbrado a ver la vida de extraños en sus pantallas, ni siquiera perciba inmediatamente como intrusiva una táctica como la de Pawluk. “Vivimos en una época increíblemente visual, en la que cualquiera puede apuntar a cualquiera con la cámara”, señala Sonia Livingstone, profesora de medios de comunicación y comunicación en la London School of Economics.

Uno de los problemas radica en que no es fácil definir la categoría de creador de contenidos o influencer, y mucho menos someterla a códigos éticos o profesionales, ya que engloba a personas que tienen muchos o pocos seguidores, grandes acuerdos con marcas o trabajos cotidianos.

Lo que se considera perjudicial también es objeto de debate, ya que las consecuencias de volverse viral varían enormemente y los límites de cada persona difieren en lo que respecta a ser el centro de atención. “La gente vive en mundos claramente distintos”, explica Livingstone. “No hay ninguna posibilidad de que mi madre tenga la menor idea de lo que está pasando en TikTok, pero TikTok podría decidir envolverla”.

Para algunos, la atención en internet puede parecer una casualidad. Syndie Germain y su novio se volvieron virales en diciembre de 2021 no por ser los destinatarios de un acto de amabilidad como tal, sino por una publicación bondadosa. Una desconocida con cubrebocas se había ofrecido a tomarles una foto mientras estaban cenando y resultó que era Cher, quien compartió la imagen con sus 4 millones de seguidores. “Cuando salíamos del cine vi a la hermosa Pareja”, escribió la cantante en Twitter con su característico estilo caótico. “…. Llevaba mi cubrebocas puesto para que no supieran quién era. TAL VEZ solo una loca.. ESA SOY YO”.

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La foto de Syndie Germain y su novio, tomada por Cher. Foto: Twitter/@cher

Como creadora de contenidos de estilo de vida, Germain se siente más cómoda que muchas otras personas compartiendo su vida en internet. Aun así, la atención le resultó abrumadora. Se alegró cuando todo pasó; ahora su encuentro con Cher no es más que un “dato curioso sobre mí”.

En el caso de los denominados “influencers de los actos de amabilidad”, se puede interpretar que la atención es grata. Estos creadores de contenidos regalan dinero o realizan buenas acciones con el objetivo declarado de inspirar a otras personas a hacer lo mismo. Por supuesto, también puede resultarles rentable. Estos contenidos “edificantes” y sin gracia pueden llegar a audiencias enormes, lo que permite que los creadores con mayor éxito reclamen grandes sumas de dinero en asociaciones con marcas y acuerdos de patrocinio.

Pawluk tiene más de 3 millones de seguidores, lo cual le proporciona unos supuestos ingresos mensuales de entre 10 mil y 15 mil dólares australianos (unos 130 mil y 190 mil pesos). Está estudiando una doble licenciatura en diseño y negocios, pero solo para complacer a su madre, comenta a través de una videollamada desde su cuarto en Melbourne. “Ser creador de videos es mi propósito final”.

Normalmente, explica Pawluk, les pregunta a las personas si estarían dispuestas a aparecer en un video que está grabando para las redes sociales, “y si no, sin preocupación, que tengas un buen día”. No obstante, Pawluk graba las tácticas de “amabilidad” sin pedir permiso previo, a fin de captar la reacción “completa” deseada. Después, comenta, “en situaciones así me esforzaré por actuar como: ‘Acabo de grabar este video, me preguntaba si podríamos utilizar algo así para inspirar a otros'”. La mayoría de las personas aceptan, comenta, aunque borra las imágenes si se lo piden.

En el caso de Maree, Pawluk señala que hubo un “malentendido” por parte de su camarógrafo. Le sorprendió escuchar, en la estación de radio ABC, lo que Maree había sentido con su video. “Definitivamente me hace querer asegurarme de que, en el futuro, la persona dé su consentimiento”. Pawluk niega haberse dirigido de forma intencional a Maree por ser una mujer mayor. Después de que su entrevista se volviera viral, sufrió abusos en internet, explica, sobre todo por parte de personas mayores.

Sin embargo, según Anna Derrig, eso no toma en cuenta la dinámica de poder que está en juego, sobre todo quién tiene el privilegio del corte final. Derrig lleva 10 años investigando el consentimiento y la ética en la redacción de memorias y otros escritos sobre la vida; encuentra similitudes entre la apropiación indebida de las historias privadas de las personas en la prensa escrita y el “daño personal” que se causa cada vez más en internet.

“Es un tipo de robo”, indica. “La persona que está contando la historia, el influencer en estos casos, es la que tiene el control de la narración; cuando eso está en internet, queda expuesto para siempre”.

Pedir permiso no es una solución mágica, señala Derrig; lo que importa es “no solo el consentimiento, sino el consentimiento informado”, lo cual significa que el sujeto entiende todos los riesgos y posibles resultados. En el caso de la atención en internet, son difíciles de predecir y prácticamente imposibles de controlar.

Fácilmente puede caer en la explotación. Un porcentaje sorprendente de videos de actos de amabilidad muestran a personas que viven en la pobreza o en la marginación y, como tales, se supone que son beneficiarios agradecidos.

En julio, un solicitante de asilo de Afganistán comentó que quedó “traumatizado” cuando otro TikToker australiano se abalanzó sobre él, mientras se encontraba en el supermercado, para pagar sus compras. En nombre de la amabilidad, algunos creadores de contenidos incluso se hacen pasar por indigentes para avergonzar a los transeúntes por no darles algo.

En noviembre, una pareja de ancianos fue reprendida públicamente por un TikToker australiano por haber ignorado su petición de ayuda para abrir una botella de agua mientras llevaba un cabestrillo de utilería. “Ni siquiera se dieron cuenta del cabestrillo”, explica la hija de la pareja, Amal Awad. “Vieron a un hombre muy alto que caminaba hacia ellos con un amigo. Se activaron los instintos de mi madre y siguió caminando, y francamente no la culpo”.

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Amal Awad: ‘No es inofensivo: cada vez que hacemos clic en estos videos, estamos permitiendo que estos creadores de contenidos no piensen en grande y mejor’. Foto: Jeremy Ong

Muchos de los comentarios que aparecían debajo del video eran de odio y racistas, comenta Awad. Awad le pidió a TikToker que lo eliminara, pero él se negó diciéndole que “seguía subiendo”, es decir, que seguía obteniendo reproducciones.
Awad escribió una columna en la que describió la angustia de su familia al verse atrapada en el “experimento social” de un desconocido y pidió a la sociedad que reflexionara sobre lo que nos arriesgamos a perder en la carrera por los “me gusta”. “No es inofensivo: cada vez que hacemos clic en estos videos, estamos permitiendo que estos creadores de contenidos no piensen en grande y mejor”, me dice.

Es posible que nos estemos acercando a un punto de inflexión. El límite entre internet e “IRL” (en la vida real) se ha hecho particularmente difuso desde la pandemia, mientras que la generación Z –para la cual la distinción siempre ha sido menos clara– ahora es la fuerza dominante en las redes sociales. No es casualidad que la mayoría de las víctimas del clickbait procedan actualmente de TikTok, plataforma en la que gente muy joven publica contenidos sin la supervisión y la etiqueta de otras plataformas más consolidadas. (TikTok declinó realizar comentarios para este artículo).

Las plataformas tienen pocos incentivos para retirar el material cuando se les solicita o para actuar de acuerdo con las normas que se exigen a los editores tradicionales, señala Persephone Bridgman Baker, socia del despacho de abogados Carter-Ruck, que se especializa en medios de comunicación, privacidad y gestión de la reputación.

El fundamento de cualquier acción legal podría tomar en consideración los motivos del usuario; cualquier beneficio económico; el tamaño y la naturaleza del público alcanzado; el daño de reputación causado al sujeto; cualquier expectativa razonable de privacidad; y cualquier interés público relacionado con la publicación. “Y ciertamente, lo que es de interés público no es lo mismo que lo que el público considera interesante”, añade Bridgman Baker. También existe el peligro del “efecto Streisand”, comenta: al intentar abordar el material comprometedor, se corre el riesgo de que circule de forma más amplia.

A medida que más personas vivan la experiencia de convertirse en carnada, parece probable que se producirá un cambio cultural, aunque aún está por ver si será a favor de la protección de nuestra privacidad o de deshacernos de lo que queda de ella. Podría surgir una mayor alfabetización y una etiqueta social más sólida en torno a las publicaciones en internet, tal como se observa en la mayoría de los casos de difusión de fotos de niños.

Seis meses después, Maree aún se muestra ambivalente sobre su roce con internet, pero ya no se siente herida. “He superado mi tormenta particular”, explica. Incluso parece complacida por la repercusión que ha tenido su mensaje, ya que algunos comentarios de apoyo han alcanzado los dos millones de “me gusta” –”no sólo por defenderme a mí, sino por la idea de que no deberíamos tratar a la gente de esta manera– fue muy alentador”, comenta.

Sin embargo, sigue siendo crítica con Pawluk: “Creo que es bastante mezquino, la verdad. Puede que sea anticuada… pero parece que muchas personas no entienden que el objetivo es ganar dinero, no ser amable”.
Se siente satisfecha de haber hablado para desafiar el intento de “diferenciarla”. “Cambié la narrativa, y tuve que hacerlo… Era tan feo, misógino y discriminatorio por razones de edad. No creo que esos chicos hayan pensado siquiera en eso, pero incluso eso es inquietante”, añade.

A Maree le preocupa la erosión de las expectativas de privacidad: es posible que las generaciones más jóvenes no se den cuenta del alcance de aquello a lo que se están exponiendo, sugiere. “Ahora, la persona común en la calle es un blanco”.
Sabe que el video de Pawluk todavía está en línea, acumulando más reproducciones y “me gusta”. “Pero ya no me importa”, comenta. “Sé que está ahí, pero en realidad no soy yo”.

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