‘No queda nada’: el terremoto agrava el sufrimiento en una Siria devastada por la guerra
Residentes buscan víctimas y sobrevivientes entre los escombros en la aldea de Besnia, cerca de la ciudad de Harim, en la provincia de Idlib, Siria. Foto: Omar Haj Kadour/AFP/Getty Images

Las personas que viven en el noroeste de Siria están acostumbradas a despertarse durante la noche a causa del derrumbe de edificios. Con frecuencia, la destrucción está acompañada por el sonido de los aviones que sobrevuelan la zona mientras Bashar al-Assad y sus aliados rusos lanzan bombas contra escuelas, hospitales y otras infraestructuras civiles.

Atrapada entre el régimen de Damasco y los grupos militantes que controlan la zona, la vida de la población, calculada en 4.5 millones de personas, es ya de por sí muy dura: además de los ataques aéreos, en algunos lugares todavía hay combates terrestres aislados, y el 91% de la población depende de las ayudas para sobrevivir. El terremoto de magnitud 7.8 que asoló la región en las primeras horas del lunes, y la fuerte segunda réplica horas después, agravarán un sufrimiento ya intolerable.

“Al principio pensé que eran helicópteros lanzando bombas de barril. Me desperté y fui a buscar a mi hijo”, explicó Ismail Alabdullah, de 36 años, voluntario de los rescatistas de los Cascos Blancos de la aldea de Sarmada.

“Estamos acostumbrados a sacar a la gente de entre los escombros, pero esto es diferente. Todavía hay muchas personas atrapadas y morirán porque no tenemos equipo suficiente para acceder a todas ellas. No queda nada, absolutamente nada”.

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Edificios destruidos en Idlib. Foto: Dia Images/Getty Images

Tras más de una década de guerra civil, la provincia de Idlib y partes circundantes de la zona rural de Alepo son el último territorio de Siria que permanece fuera del control de Assad, aparte del noreste controlado por los kurdos: aproximadamente tres cuartas partes de los habitantes de la zona huyeron de los combates en otras partes del país. Algunos de ellos se han visto desplazados varias veces.

La mayor parte del noroeste de Siria está gobernada por Hayat Tahrir al-Sham, una milicia que ha intentado distanciarse de sus orígenes en Al Qaeda, pero que tolera escasamente la disidencia e impone decretos religiosos, mientras que otras partes de la región se encuentran bajo el control de facciones respaldadas por Turquía.

Los combates siguen intensificándose de vez en cuando con las fuerzas sirias apoyadas por Rusia en las cercanías, y los años de bombardeos ya han puesto a prueba los servicios de salud. Al menos 1.7 millones de personas viven en edificios estructuralmente inseguros o en tiendas de campaña a temperaturas invernales gélidas, lo cual las vuelve especialmente vulnerables a los daños generalizados provocados por el terremoto.

Se ha reportado un total de 783 muertes en toda Siria, 138 de ellas en territorio controlado por la oposición, pero es probable que la cifra aumente mucho más con cientos, si no miles, de personas más que se cree que siguen atrapadas bajo los escombros, señalaron los médicos.

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Equipos de rescate buscan entre los escombros en la provincia de Idlib. Foto: Defensa Civil Siria/UPI/Rex/Shutterstock

La situación en los hospitales y clínicas en el noroeste del país el lunes era caótica. Cuatro centros médicos gestionados por la sociedad Syrian American Medical Society sufrieron daños considerables, informó un vocero, y dos tuvieron que ser evacuados por completo.

Los médicos explicaron que estaban tan sobrepasados que empezaron a tratar a los pacientes en los pasillos mientras los cadáveres se acumulaban a su lado y el polvo de los escombros asfixiaba al personal de salud y a los supervivientes.

“Hoy traté a muchos niños y me temo que habrá muchos más muertos bajo los escombros. La gente se quedará sin aire y morirá”, señaló el doctor Osama Salloum, que trabaja en el hospital de Bab al-Hawa, cerca de la frontera turca.

“Es una catástrofe de una magnitud que no habíamos visto antes y tengo miedo del mismo modo que tengo miedo en los ataques aéreos. Temo por mi familia debido a las réplicas. Acabo de sentir una ahorita. Hay médicos de los que no sabemos nada, por lo que tal vez también estén muertos”.

Con las líneas de comunicación caídas en gran parte del país, millones de personas de la diáspora siria dispersas por todo el mundo han tenido dificultades para contactar a sus familiares y confirmar que están a salvo.

Las ciudades de Alepo, Latakia, Tartús y Hama, controladas por el gobierno y asoladas por la pobreza, también registraron importantes daños el lunes, al tiempo que se llevaban a cabo operaciones de rescate y el Estado prometía alimentos, asistencia médica y controles de seguridad de los edificios.

Un hombre originario de Alepo, que pidió no ser identificado por temor a represalias, comentó que su familia, que seguía en la ciudad, salió corriendo a la calle desde su departamento después de que se produjera el terremoto a las 4 de la mañana. Los suministros de agua y electricidad quedaron interrumpidos y no había señales de ayuda.

“Todo el vecindario está afuera. Están bien, gracias a Dios, pero hace mucho frío y no saben adónde ir”, comentó.

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Destrucción en la ciudad de Tarmanin, en Idlib. Foto: Juma Mohammad/IMAGESLIVE/Zuma Press Wire/Rex/Shutterstock

Se confirmó la muerte de otras mil 121 personas en el suroeste de Turquía, donde se registró el epicentro del terremoto, y la devastación prácticamente cerró la única vía de comunicación del noroeste de Siria con el mundo exterior: el cruce fronterizo que conecta el enclave con la ciudad turca de Reyhanlı.

Desde 2014, la ayuda internacional ha llegado a la zona a través del cruce de Bab al-Hawa, mientras que los casos médicos urgentes que no pueden ser tratados con las limitadas capacidades del noroeste de Siria han sido transportados al norte para ser atendidos en Turquía.

Sin embargo, los programas humanitarios respaldados por la ONU en el noroeste de Siria han carecido de fondos suficientes desde hace años y no incluyen ningún plan para catástrofes naturales. Con la propia infraestructura médica de Turquía ahora desbordada, y los aeropuertos cercanos cerrados, así como las carreteras bloqueadas, aún no está claro qué tipo de ayuda puede llegar de forma inmediata a esta población atrapada.

“Ya vivíamos en una situación desesperada. No me imaginaba que pudiera empeorar”, comentó el Dr. Salloum. “Hemos sobrevivido a tanto y ahora a esto”.

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