Un ‘pornobot’ robó mi identidad en Instagram
'Apenas tenía sentido, para empezar, mis fotos eran bastante monótonas, y las fotos robadas por el pornbot lo eran todavía más'. Foto: Nurie Salim

Al igual que muchas personas en Sídney, pasé agosto de 2021 en Delta confinada, atrapada en casa, navegando infinitamente en mi teléfono y aferrándome a internet como salvavidas. Aunque puedes conocer a todo tipo de personas en internet, no esperaba conocerme a mí misma, o más bien a la versión pornobot de mí.

No me habían hackeado, no había hecho clic en un enlace de suplantación de identidad, pero aun así había sido víctima de una estafa maliciosa que circulaba por Instagram. Los pornobots crean cuentas falsas diseñadas para imitar a personas reales. Roban fotos de cuentas públicas de redes sociales y siguen a los amigos del perfil real. Añaden pies de foto sugerentes y publican enlaces a sitios para adultos externos de pago.

Las cuentas falsas eligen @nombresdeusuario que son engañosamente similares a aquellos a los que suplantan. Y por si fuera poco, las cuentas falsas bloquean a la persona a la que están copiando, lo cual dificulta que la víctima las vea o interactúe con ellas.

Durante semanas, había visto a amigos –excompañeros de trabajo; gente que había conocido en la comunidad australiana de cosplay– publicar capturas de pantalla de estas cuentas en sus historias de Instagram, implorando a sus seguidores que las bloquearan y denunciaran. Yo siempre había hecho lo que podía para ayudar. Entonces surgió la cuenta falsa de Nurie.

Apenas tenía sentido, para empezar, mis fotos eran bastante monótonas, y las fotos extraídas por el pornbot lo eran todavía más. En una, estoy riendo y descansando vestida con un conjunto nuevo. En otra, estoy posando con mi mejor amiga en nuestra mesa del pasillo de artistas en una convención. El pornbot ni siquiera era bueno en su trabajo. Si hubiera buscado más abajo en mi perfil de Instagram, habría encontrado al menos una foto mía riéndome en la playa en traje de baño.

Durante días, me llegaban innumerables mensajes: “Hola Nurie, me siguió una cuenta que no es más que tu nombre de usuario con un guión bajo al final, supongo que se hace pasar por ti intentando vender desnudos. Solo un aviso”. “¡Hola Nurie! Solo quería que supieras que este perfil apareció el otro día”. “Hola señorita, acabo de recibir una solicitud de seguir de esta página. Vi que hiciste una publicación sobre una cuenta falsa. También tengo un amigo que está pasando por algo parecido”.

Sin embargo, engañaron realmente a un par de mis amigos. Cuando interrogué a uno al respecto, me dijo que al principio le parecía raro, pero que con la llegada de páginas como OnlyFans, era bastante normal ver a personas creando contenidos de pago. Me elogiaron por “conseguir ese dinero”. Aunque sin duda respeto y aprecio el duro trabajo que las trabajadoras sexuales dedican a su oficio, simplemente yo no era una de ellas. Era exasperante que mi nombre y mi imagen fueran tomados sin mi consentimiento y utilizados para estafar a la gente.

Aunque mis compañeros me apoyaban y la mayoría estaban al tanto de lo que ocurría, yo tenía un problema mayor del cual preocuparme: mis padres. Mis padres son mayores, no saben nada de tecnología y además son religiosos y conservadores.

Siempre he tenido mucho cuidado con lo que publico en Instagram. Mi madre me sigue, y no tengo tiempo para andar intercambiando furiosos mensajes de WhatsApp. En mi país, Malasia, incluso el hecho de tener relaciones sexuales antes del matrimonio siendo musulmán puede llevarte a la cárcel. Poseer o publicar pornografía de cualquier tipo puede suponer una multa de 10 mil ringits (unos 40 mil pesos) y hasta tres años de cárcel. Y ahí estaba una cuenta con mi cara, anunciando “EXCLUSIVOS DESNUDOS COMPLETOS, ACCESO GRATUITO 30 DÍAS”. Eran muy malas noticias. Estaba estresada. Tenía que eliminar la cuenta de inmediato.

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‘Por el momento, mi cuenta de Instagram está configurada como privada. Soy más feliz sabiendo que mis tontas selfies las ven personas de verdad, no robots’. Foto: Nurie Salim

Naturalmente, denuncié la cuenta falsa en Instagram. Varias veces. Recuerdo que tuve que enviar una foto mía, con mi identificación en la mano, para demostrar que era quien decía ser. Mi pareja, Alex, que trabaja en el sector tecnológico, contactó a Wix, la empresa que alojaba la página web que enlazaba a mis desnudos inexistentes. Afortunadamente, la página de Wix fue eliminada rápidamente.

Al menos ahora, el pornobot no dirigía a nadie a ninguna parte. Pero seguía activo en Instagram, intentando venderme. Lo revisaba día a día, con la ansiedad en aumento, y seguía ahí. Presenté una denuncia ante la Comisión de Seguridad Electrónica, imaginando que ellos podrían hacer algo, lo que fuera. Recibí una respuesta decepcionante de un agente, en la que me decía que “se ocupan principalmente de material de ciberacoso dirigido a menores”, que “no tenían competencias legislativas para investigar formalmente las denuncias de ciberacoso de adultos” y me preguntó: “¿Pudiste denunciarlo en Instagram?”.

Pasaría un largo y angustioso mes antes de que finalmente eliminaran la cuenta. Parece absurdo que se pueda castigar a alguien simplemente por ser mujer en internet. Trabajamos, jugamos y socializamos en internet, pero no de forma segura. ¿No es hora de que haya leyes que nos protejan? Por el momento, mi cuenta de Instagram está configurada como privada. Soy más feliz sabiendo que mis pequeñas selfies las ven personas reales, no robots.

Sería estupendo que Meta pudiera identificar y eliminar rápidamente las cuentas sospechosas, sin cobrar 25 dólares al mes. Haría que la plataforma fuera más segura para todos. Tal vez si eso ocurre, volveré a configurar mi perfil como público. Diablos, incluso puede que me vea obligada a publicar en la red más de una vez al año.

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