Vida sexual de los animales: tres horas de juego previo y orgías
Delfines apareándose en Fernando de Noronha, Brasil. Foto: João Vianna/Getty Images

Una nueva investigación revela los increíbles hábitos de apareamiento de los murciélagos serotinos. No son las únicas criaturas que tienen un enfoque inesperado en el coito y su vida sexual.

En una oscura tarde de noviembre, en la City Farm de Southampton, los animales están en lo suyo. Todos son rescatados. La cerda Penny, un grupo de gallinas de una antigua granja en batería, tres cabras pigmeas y Salvatore, la serpiente de caña, tan naranja y brillante que parece brillar desde dentro mientras se enrosca alrededor de mi brazo en un cariñoso e incluso sensual abrazo.

Todos pequeños milagros por derecho propio. Pero ninguno tan extraño como las aburridas conchas marrones del tanque de vidrio del rincón. “¿Quién es ese de ahí?” le pregunto a Hannah, quien está a cargo. “Son caracoles de tierra africanos”, me dice. “Acaban de poner huevos. Los dos eran hembras, pero al ser hermafroditas, uno cambió de sexo. Fue toda una sorpresa su cambio sexual”.

Los animales adoptan posturas curiosas, cantaba el artista antes conocido como Prince, y nuevas investigaciones le dan la razón. Un informe científico publicado la semana pasada, que detalla cómo los murciélagos serotinos practican rituales en su vida sexual sin penetración en una iglesia holandesa, plantea todo tipo de cuestiones interesantes sobre lo que hacen los animales en busca del placer o la transmisión de sus genes.

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Los murciélagos serotinos son uno de los primeros ejemplos conocidos de mamíferos que se aparean sin penetración, parte de su vida sexual. Foto: imageBROKER/Dieter Mahlke/Getty Images

Los murciélagos han exhibido el primer ejemplo, que conozcamos de vida sexual, de mamíferos que se aparean sin penetración. Los científicos han estado perplejos durante mucho tiempo por el hecho de que el pene erecto del macho es mucho más ancho que la vagina de la hembra, lo que hace que la penetración sea problemática en el mejor de los casos. Ahora creen que el semen se transfiere simplemente por contacto con la vulva.

Es algo fascinante. Pero es típico de los humanos imaginar que tenemos el monopolio de los métodos ingeniosos de compromiso sexual. Los cetáceos son especialmente creativos y diversos en lo que se refiere al sexo: tener un gran cerebro y tácticas expertas en búsqueda de alimento significa que tienen que encontrar algo que hacer en su tiempo libre. Se sabe que los delfines se aparean hasta tres veces en cinco minutos a gran velocidad mientras nadan juntos, a menudo en gran número: una especie de orgía masiva en movimiento.

Los delfines parecen adictos a los juegos sexuales, y se ha visto a los machos introducir sus penes en los orificios de los tiburones, en el hueco entre el cuerpo y el caparazón de las tortugas, e incluso en peces muertos. Sus parientes cetáceos más grandes son igualmente aventureros en su vida sexual. He visto, desde las costas de Cape Cod, grupos de ballenas francas del Atlántico Norte, animales enormes de 18 metros de largo en grave peligro de extinción, enzarzadas en juegos preliminares durante tres horas o más.

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Ballenas francas del Atlántico Norte, que poseen los testículos más grandes de todos los animales del planeta, apareándose frente a las costas de Canadá, como parte de su vida sexual. Foto: All Canada Photos/Alamy

Al menos para nosotros, lo más asombroso es que se meten en aguas poco profundas para hacerlo, revolcando entre sí sus cuerpos negros y resbaladizos y tocándose con sus aletas de hule. Es una exhibición que parece bastante idílica hasta que uno se da cuenta de que, en su empeño por transmitir sus genes, dos machos a la vez penetran a una hembra. Los machos de ballena franca poseen los testículos más grandes, con un peso de casi una tonelada, de todos los animales del planeta; sus penes miden hasta tres metros de largo. Mientras contemplaba este leviatánico espectáculo de lujuria desde una playa completamente desierta, me di cuenta de que había una foca gris al borde del agua, también observando, reacia a volver al mar por miedo a los cetáceos que se revolcaban en éxtasis.

Después de los primates, las ballenas y los delfines son lo más parecido a nosotros en términos evolutivos. Herman Melville señaló en Moby Dick (como humorista irónico que era, no podía ignorar por completo el doble sentido del título) que, a diferencia de casi todos los demás animales, las ballenas se aparean cara a cara. Lo expresó con timidez, para evitar el rubor de sus lectores victorianos: “Cuando rebosan estima mutua, las ballenas saludan more hominum (a la manera de los seres humanos)”. Su frase me vino a la mente en el Océano Índico, cuando una pareja de enormes cachalotes se unió, vientre con vientre, se trabaron sobre sus costados y nadaron alegremente con los ojos vidriosos y ajenos a nuestra pequeña embarcación pesquera.

Los cetáceos, al igual que primates como los bonobos, también desdibujan los límites entre lo que es sexual, reproductivo, cultural o social; como los humanos, separan sexo y reproducción. Los bonobos utilizan el contacto sexual para calmar las tensiones sociales. También expresan su homosexualidad con facilidad y frecuencia, al igual que las ballenas.

Las orcas macho practican regularmente sexo con penetración entre ellos mismos, aparentemente como ensayo para el apareamiento en su vida sexual con las hembras. Pero, ¿qué sabemos nosotros? Los artistas Gilbert & George se entusiasmaron cuando les dije que las ballenas practicaban la homosexualidad. El Dr. Lance Barrett-Lennard, reputado investigador de orcas ha registrado que, en el transcurso de 126 viajes de campo, se observó un comportamiento homosexual de forma abrumadora, y rara vez se vieron acoplamientos heterosexuales. Al parecer, la homosexualidad es la norma en lo que respecta a las ballenas.

Los cachalotes suelen tocarse con sus aletas pectorales o dorsales cuando se reúnen en grupos socialmente activos. Pero los machos maduros también usan penes erectos (normalmente metidos, en su estado detumescente, en una hendidura de su vientre) como apéndices sociales, aparentemente para saludar o enganchar a otras ballenas más jóvenes, posiblemente su progenie, con ellos como una especie de abrazo. Los cachalotes, por cierto, recibieron su nombre en inglés (sperm whales) de los cazadores humanos que primero perforaban sus grandes cabezas cuadradas y creían que el aceite lechoso que se derramaba era semen.

La alteridad fluida y edénica del mar parece permitir transformaciones de sexo y género. Es el lugar primordial del que procedemos, y cada vez nos damos más cuenta de que los humanos no somos necesariamente la cúspide de la evolución. Los pulpos, por ejemplo, representan una rama alternativa del árbol evolutivo. ¿Cómo es la vida sexual, el sexo en sí, para un animal que cada uno de sus brazos contiene un cerebro y que pueden funcionar casi independientemente el uno del otro? Se entiende por qué el artista japonés Hokusai creó esa memorable imagen del sexo interespecies entre una mujer y un pulpo con esos tentáculos penetrantes e inquisitivos. Pero hay una terrible mortalidad en el sexo entre cefalópodos. Las hembras de pulpo presentan semelparidad: es decir, pueden aparearse con muchos machos, pero mueren tras un solo embarazo.

Las sepias también presentan curiosas posturas, como relata el científico Peter Godfrey-Smith en su libro sobre cefalópodos, Other Minds, bellamente desenfrenado. En una coreografía “giratoria, despreocupada y deliberada”, “como una danza de la corte de algún civilizado rey francés”, se aparean cabeza con cabeza y, tras unos instantes de quietud, el macho utiliza su cuarto brazo izquierdo para coger un paquete de esperma y depositarlo en un receptáculo especial situado bajo el pico de la hembra.

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“Como una danza de la corte de un civilizado rey francés…” dos sepias faraón en pleno apareamiento. Foto: VW Pics/Universal Images Group/Getty Images

La playa es otro escenario para este tipo de espectáculos. Las lapas zapatilla (Crepidula fornicata) se aprietan unas a otras en pequeñas torres de siete o más conchas, cambiando gradualmente de sexo desde las hembras más grandes y viejas en la parte inferior a los machos más jóvenes en la parte superior. Si una hembra muere, un macho cambiará de sexo y ocupará su lugar.

En el otro extremo de la escala marina, las morsas poseen huesos en el pene, conocidos como baculum, útiles para aliviar el esfuerzo del coito cuando se pesa una tonelada y media. Muchos mamíferos tienen este atributo, pero el baculum de la morsa es con mucho el mayor, con 60 cm de longitud, una especie de contrapartida peniana a los formidables colmillos que les confieren el aire majestuoso de dioses del sexo árticos.

Como explica Richard Sabin, del Museo de Historia Natural, que me mostró un hueso de este tipo en los almacenes secretos del museo: “el baculum permite a la morsa macho mantener la inserción el tiempo suficiente para que el esperma llegue a su objetivo”. Es una consideración importante cuando la hembra pesa solo la mitad.

Cuando se trata de aves, las cosas se ponen raras en su vida sexual, para regocijo de Tim Dee. Dee, autor y observador empedernido de las cosas más extrañas del mundo de las aves, me habla desde su jardín sudafricano de los avestruces locales, cuyos machos ostentan un apéndice poco común entre las aves: un pseudopene como “un trozo blando de carne rosada”. También observa que los pingüinos sudafricanos “se aparean delante de sus congéneres, que se reúnen en torno a ellos como un auditorio, todos boquiabiertos y desaprobando a la vez”.

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La demostración pública de afecto es parte de su vida sexual… dos pingüinos africanos apareándose en una playa cerca de Ciudad del Cabo. Foto: NeilBradfield/Getty Images/iStockphoto

Y, sin embargo, añade Dee, el sexo entre aves más extraño se encuentra en Gran Bretaña, entre los acentores comunes, “aves aparentemente inofensivas, incluso victorianas, que picotean dulcemente por los arbustos y, sin embargo, se dedican a hacer cosas pervertidas”.

“Los machos picotean las cloacas de las hembras (el único orificio que las aves utilizan tanto para excretar como para reproducirse, también presente en equidnas y ornitorrincos) para inducirlas a expulsar el esperma de una pareja anterior antes de sustituirlo con el suyo propio. Es cosa del Discreto Encanto de la Burguesía”, dice Dee, evocando las extrañas escenas de apareamiento humano de la película de Luis Buñuel de 1972.

Jim Wilson, célebre ornitólogo y guía ártico, también encuentra sorprendentes los detalles del sexo entre patos, sobre todo desde el punto de vista de la ingeniería genital. Para evitar la atención no deseada de los machos con sus grandes penes en forma de sacacorchos, las hembras de pato almizclero han desarrollado vaginas con espirales en el sentido de las agujas del reloj, dice Wilson, que son incompatibles con la dirección contraria a las agujas del reloj de los miembros de los machos si son forzadas.

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Todo gira en una dirección… Pareja de patos criollos en la plenitud de su vida sexual. Foto: Michael Meijer/Getty Images/iStockphoto

Una de las historias favoritas de Wilson es la de la hembra del falaropo cuellirrojo, inusualmente colorida en un mundo donde los machos son los más llamativos. Tras aparearse y poner sus huevos en las zonas de cría del Ártico, deja a su pareja para que cuide de ellos y vuela a aparearse con al menos otro macho, quizá más. Supongo que depende de su estado de ánimo.

Pero no olvidemos que los humanos también somos animales, y el sexo nos hace más animales y transformadores. Hay una escena memorable en Los anillos de Saturno, de W.G. Sebald, cuando, durante un largo paseo costero por Suffolk, el escritor, a menudo desapasionado, mira desde un acantilado una playa lejana y ve a una pareja acoplándose como un organismo animado, retorciéndose “como un gran molusco arrastrado por la corriente… un ser único, un monstruo bicéfalo de muchos miembros que había llegado a la deriva desde el mar, el último de una especie prodigiosa”. Mirado desapasionadamente, hay que admitir que el sexo sigue siendo un arreglo decididamente improbable, sea cual sea la especie.

Traducción: Ligia M. Oliver

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