The Guardian

Llega la temporada de fanfarronear, y no acabará pronto

¿Cansado de oír a todo el mundo fanfarronear, con falsa humildad, de lo que ha conseguido en el último año? Yo también.

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Ten cuidado con lo que está pasando por ahí, es temporada de alardes, de fanfarronear. Puede que ya te hayan acorralado en una fiesta, que hayas recibido tu primera cadena de correos electrónicos, que al abrir una tarjeta te hayas encontrado con un inserto mecanografiado de “noticias familiares” o que te hayas tropezado con una publicación en las redes sociales en la que alguien enumera sus logros de 2023 con el desconcertante hashtag #humbled (humildemente). No es tu caso, ¿verdad? Todo lo contrario.

Si no es así, mantente alerta. A veces es directo, orgullosos anuncios de premios y ascensos, pero más a menudo es más sutil el fanfarronear. “Debimos estar locos por comprar esa destartalada casa georgiana junto al mar, las reformas son una pesadilla porque está en Pevsner”. “¡Oh, Harriet nunca tiene tiempo para hablar con nosotros ahora que tiene una beca Fulbright, ja, ja!”

Lucho contra el fanfarronear del “bombardeo del éxito ajeno”, como lo he visto descrito recientemente: los logros de todo el mundo en tu cara. Decir eso me hace parecer modesta, un dechado de autodesprecio, lo que también sería una especie de alarde, pero no soy modesta. Soy insegura, esclava de la comparación, inclinada a ver los éxitos de los demás como un reproche por todo lo que yo no he conseguido. ¿No hay un poco de eso en los dos extremos de este baile entre el autodesprecio compulsivo y el deseo de gritar éxito a los cuatro vientos? Todos somos inseguros y estamos hambrientos de validación, ¿verdad?

Bueno, no todos. Me he dado cuenta de que es posible no sentirse amenazado por las expresiones de orgullo de otras personas por sus éxitos y los de su familia, se conviertan o no en fanfarronadas. Lo sé porque hay personas en mi vida que se sienten cómodas y seguras en su propio camino, capaces de alegrarse simplemente por los demás o, si alguien se pasa de la raya, de divertirse con suavidad e indulgencia. Ojalá yo fuera como ellos, los raritos.

Así que tal vez aquellos de nosotros que sentimos una punzada de reconocimiento ante esa cita de Gore Vidal sobre morirse por dentro ante el éxito de los demás necesitemos encontrar una estrategia para enfrentarlo y que no sea rechinar los dientes hasta hacerlos polvo ante el fanfarronear. Este año he adoptado un tono suave y sereno: “¡Es maravilloso!” Porque en realidad, supongo que lo es. Cualquier cosa que añada una gota a la olla agujereada de la felicidad humana merece la pena fanfarronear.

 Emma Beddington es columnista de The Guardian.

Traducción: Ligia M. Oliver

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