Aquí hacemos magia: la comunidad amazónica crea su futuro con chocolate
Izabela Campos, a la derecha, es la impulsora del proyecto agroforestal de la comunidad. Fotos de Marcio Nagano

A orillas del río Acará, en la Amazonia brasileña, a unos 50 km al sur de la ciudad de Belém, el rico olor a chocolate fundido sale de un astillero convertido en pequeña fábrica. “Aquí hacemos magia”, dice Diana Gemaque, de 33 años, miembro de la cooperativa chocolatera Guardianes del Cacao, en la comunidad ribereña de Acará-Açu.

En 2021, Gemaque y otras mujeres de su comunidad fueron invitadas a participar en un taller de elaboración de chocolate organizado por el chocolatero amazónico César De Mendes. Inspiradas por la experiencia, ocho de ellas se reunieron para formar los Guardianes del Cacao. Lo que empezó como un experimento en una pequeña cocina familiar es ahora una empresa registrada con una fábrica artesanal que produce 130 kg de chocolate al mes.

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João Carlos Rodrigues, recogiendo bayas de azaí, trabaja en el proyecto agroforestal. Está plantando cacao en su propiedad para aumentar la biodiversidad. Todas las fotos son de Marcio Nagano

Las mujeres trabajan con granos de cacao fermentados suministrados por el negocio de al lado, dirigido por el primo de Gemaque, Zeno, que compra los frutos cosechados a las comunidades situadas río arriba y río abajo. La mayor parte de su producción son tabletas de cacao 100% hechas por encargo para un cliente de São Paulo; el resto se vende en tiendas de Belém y en ferias de chocolate de todo Brasil en tablillas de 20 gramos, envueltas en hojas secas de cacao y bautizadas con el nombre de Acaráçu, una marca que ahora engloba varios proyectos locales.

“Nos dimos cuenta de que (nuestro chocolate) era algo más que cacao, es nuestro territorio, nuestra comunidad, nuestro potencial”, afirma Luciene Gemaque, de 34 años, otra prima.

El trabajo de los Guardianes del Cacao ha llevado a replantearse el modo de vida de la comunidad e inspirado la creación de otras iniciativas comunitarias que pretenden preservar el bosque. Entre ellas, un club de fútbol que lleva retoños a sus partidos para animar a sus rivales a plantar, y un grupo que está introduciendo un sistema agroforestal, la integración de árboles y arbustos autóctonos con los cultivos, en sus pequeñas fincas, que están reforestando sin pesticidas.

“Tengo plátano, piña, camote, tubérculos de aría, nuez de la india, chirimoya, naranja, cacao, guanábana, chabacano silvestre, guayaba, acerola, papaya y tengo azaí”, dice Izabela Campos, mientras pasea por el jardín silvestre que rodea su casa de madera.

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Vista aérea de Acará-Açu, incluida la fábrica de chocolate (tercera a la izquierda) en el río Acará.

Hija de un Guardián del Cacao, Campos es la impulsora del proyecto agroforestal, en el que participan 9 familias que poseen entre 4 y 5 hectáreas de tierra cada una. “Yo planté todo, menos el azaí”.

Como muchas otras comunidades ribereñas del estado de Pará, la mayoría de las 150 familias de Acará-Açu se ganan la vida cultivando bayas de azaí. Cerca del 95% de la producción brasileña de azaí procede de Pará. Alabada por sus beneficios para la salud, la baya púrpura ha ganado popularidad fuera de su Amazonia natal y, cada vez más, más allá de las fronteras de Brasil, donde se comercializa como superalimento. Esto ha provocado una explosión de la producción, que ha pasado de unas 120 mil toneladas en 2000 a casi 1.7 millones de toneladas el año pasado.

El auge del azaí ha reportado beneficios económicos a las comunidades rurales pobres, pero la consiguiente “azaificación” de algunas zonas de la Amazonia, término acuñado por los científicos, también ha acarreado problemas a la selva tropical, sobre todo la pérdida de biodiversidad. Los monocultivos de azaí también acaban reduciendo la producción de la propia fruta debido a la pérdida de polinizadores.

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Vaina de cacao madurando en un árbol.
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De izquierda a derecha, arriba y abajo: Izabela Campos abre una vaina de cacao, Zeno Gemaque clasifica los granos de cacao, los granos se trituran y el producto final, chocolate artesanal, se enfría.

“Nuestro objetivo es acabar con el monocultivo del azaí y lograr la soberanía alimentaria, comer lo que plantamos”, dice Campos. La joven de 26 años observa otros efectos adversos de la dependencia excesiva del azaí, sobre todo la inseguridad financiera entre las cosechas bianuales y la pérdida de bienestar y de estilos de vida tradicionales.

“Hoy en día, un jornalero está acostumbrado a vender lo que planta y a comprar comida en el supermercado. ¿Y qué hay en nuestra mesa? Alimentos procesados. Queremos darle la vuelta a eso”.

Los agroforestadores están cultivando retoños desde las semillas con el objetivo de reforestar toda su tierra en un plazo de tres años para poder cosechar cultivos de subsistencia durante todo el año junto con cultivos comerciales de temporada, entre los que se incluirán el cacao y el azaí.

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Vista aérea de la zona de Acara-Açu, donde se trabaja para “acabar con el monocultivo del azaí”.

Wanor Elvis, de 33 años, dice que ya siente los beneficios de este nuevo sistema. “Esta zona es más fresca”, afirma mientras camina por una zona reforestada de su plantación de azaí, donde la presencia de otras especies proporciona cobertura arbórea y vegetal. “Nos gustaría que todos los que viven aquí adoptaran este proceso (agroforestal)”.

Los Guardianes del Cacao esperan expandirse, reforzando otras comunidades al tiempo que aumentan la producción. En la actualidad, la empresa sólo gana un promedio de 7 mil reales al mes, mientras que las mujeres cobran por hora y se llevan a casa entre 300 y 500 reales al mes. Este dinero ya está marcando la diferencia para las mujeres, que dicen haber encontrado en su trabajo compañía, empoderamiento y un propósito.

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Valdirena Souza, una de las fundadoras del proyecto de chocolatería Guardianes del Cacao, muestra el producto final.

“Si no fuera por los Guardianes, estaríamos en casa, resignadas a nuestra suerte. Algunas mujeres nos dicen que tienen que pedir dinero a su marido hasta para comprar productos menstruales; nosotras ya no pasamos por eso”, dice Diana Gemaque, que como ama de casa solía pensar que tendría que mudarse a la ciudad para “llegar a ser alguien”.

“Ahora sólo me iré si es para ir a construir otro espacio (Guardianes del Cacao), con mujeres de otra comunidad, para empoderarlas”, dice.

Traducción: Ligia M. Oliver

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