¿Podrá el nuevo presidente de Guatemala ponerle fin a la corrupción?
El presidente electo de Guatemala, Bernardo Arévalo, fue elegido el año pasado gracias al apoyo de los votantes a la promesa de su Movimiento Semilla de limpiar la política de corrupción. Foto: Moisés Castillo/AP

Bernardo Arévalo, un modesto académico, ofrecerá esperanzas cuando preste juramento el domingo, a pesar de los esfuerzos de la anterior camarilla gobernante por detenerlo. En la ciudad de Guatemala estallaron celebraciones espontáneas: los coches circulaban a toda velocidad por el principal bulevar de la capital, con pasajeros asomados por ventanillas y quemacocos, gritando de puro júbilo. Pero el origen de toda la alegría y de todas las banderas en esta noche de domingo de agosto no era el futbol sino la política.

Bernardo Arévalo, un académico de 65 años, cuya discreta personalidad lo distingue de muchos otros líderes latinoamericanos, acababa de ser nombrado presidente electo de Guatemala. “Gracias por no perder la esperanza”, dijo a una multitud enfervorizada desde el balcón del hotel donde su joven partido de centro-izquierda, Movimiento Semilla, había recibido la noticia de su victoria electoral.

Sin embargo, durante los turbulentos meses siguientes, la democracia guatemalteca ha permanecido al borde del abismo. Temerosa de las promesas de Semilla contra la corrupción, la cúpula política, económica y militar del país, conocida como “el pacto de los corruptos”, ha intentado impedir que Arévalo tome el poder. Los fiscales incautaron papeletas de las autoridades electorales e interpusieron demandas judiciales espurias con el fin de anular los resultados de las elecciones.

Pero, al menos hasta ahora, nada ha prosperado y Arévalo, cuyo padre fue el primer presidente elegido democráticamente en Guatemala entre 1945 y 1951, jurará su cargo como nuevo líder del país centroamericano el domingo. Aunque muchos analistas políticos creen que el traspaso de poderes se llevará a cabo según lo previsto, sigue siendo posible que sus oponentes intenten impedir la toma de posesión a última hora.

Lo que hace tan notable el ascenso del activista anticorrupción es que se produjo en un contexto de retroceso democrático en el país. Este se aceleró en 2015, cuando un movimiento de protesta nacional forzó la dimisión del entonces presidente Otto Pérez Molina por un escándalo de corrupción. Sin embargo, el optimismo que trajo consigo se vio rápidamente truncado por los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei, bajo cuyo mandato las instituciones del país se deterioraron rápidamente.

“Institucionalmente, Guatemala es un país en ruinas”, dijo Edgar Ortiz, analista político y abogado, quien cree que la reciente regresión es la peor vista desde el final de la guerra civil guatemalteca en 1996. “La libertad y la democracia del país retrocedieron más en los últimos tres años que en los 25 anteriores”.

De cara a la primera vuelta de las elecciones de 2023, la situación parecía sombría. El sistema judicial seguía siendo una herramienta a través de la cual los poderosos podían atacar a sus oponentes, como ilustraba la condena a seis años de cárcel impuesta en junio al destacado periodista José Rubén Zamora. Y el campo de juego electoral era desigual, a tres candidatos presidenciales antisistema de alto perfil se les impidió competir presentando dudosos motivos.

A Arévalo se le permitió permanecer en la papeleta electoral porque estaba obteniendo muy malos resultados. En junio, en vísperas de la primera vuelta, el descontento popular se concentró inesperadamente en torno a la promesa de Semilla de sanear la política. Arévalo quedó segundo, lo que lo clasificó para la segunda vuelta de agosto contra la exprimera dama Sandra Torres, a quien ganó por goleada.

“Arévalo es un fallo en la matriz. Porque al final, cuando la gente está enojada y desesperada, vota por un Nayib Bukele, por un Javier Milei, por populistas como ellos”, dijo Ortiz, refiriéndose a los líderes de El Salvador y Argentina. “No suelen votar a un Bernardo Arévalo, un sociólogo de sesenta y tantos años”.

Reflexionando sobre la improbable victoria de Semilla, Marielos Chang, politóloga, declaró a The Guardian: “Arévalo no contaba con la bendición del sistema político, ni con la bendición de la élite económica, ni con la bendición de los medios de comunicación tradicionales”.

El triunfo de Semilla se debió, sobre todo, al apoyo de los jóvenes votantes urbanos, que animaron con éxito a sus familiares a apoyar a Arévalo. Para Chang, la trascendencia de los resultados de las elecciones de 2023 fue mucho más allá del respaldo a un hombre y a su partido, con problemas de presupuesto. “Representó una victoria de los ciudadanos guatemaltecos contra el sistema”, dijo.

Los guatemaltecos también eran conscientes de la necesidad de proteger la democracia tras las elecciones. En particular, los líderes indígenas organizaron semanas de protestas en las que se bloquearon carreteras en todo el país, pidiendo la dimisión de María Consuelo Porras, la fiscal general cuyo ministerio ha dirigido intentos infructuosos de inhabilitar a Semilla, y de despojar a Arévalo y a su adjunta, Karin Herrera, de su inmunidad política. (Porras sigue en su puesto).

El otro gran baluarte democrático ha sido la comunidad internacional. En diciembre, Estados Unidos sancionó a Miguel Martínez, estrecho aliado de Giammattei, por corrupción, enviando una señal de advertencia a quienes pretenden obstaculizar a Arévalo. A continuación, Washington anunció restricciones de visas para más de 100 políticos guatemaltecos, después de que apoyaran un presupuesto diseñado para amordazar al gobierno entrante de Arévalo.

Si Arévalo asume el poder el domingo sin problemas, tendrá que agradecérselo a los manifestantes y a las sanciones. Su próximo reto será cómo gobernar con sólo 23 de los 160 escaños del Congreso guatemalteco, y cómo sortear las inevitables maniobras para obstaculizarle por parte del “pacto de los corruptos”. Ha sido honesto al afirmar que sólo puede hacer una cosa en el único mandato asignado a cada presidente guatemalteco, pero dice que confía en poder empezar a reconstruir el país.

Los guatemaltecos, dentro y fuera del país, estarán expectantes. Juan Francisco Sandoval, un alto fiscal anticorrupción obligado a exiliarse en 2021, dijo: “cuatro años es muy poco tiempo y será muy difícil para Semilla, pero creo que al menos existe la posibilidad de detener las acciones que han asfixiado a las instituciones democráticas de Guatemala”.

Traducción: Ligia M. Oliver

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