¿Anuncia príncipe Guillermo era de franqueza real al pedir que cesen combates en Gaza? Esperemos que sí
El príncipe Guillermo habla con los empleados de la sede de la Cruz Roja Británica en Londres, el 20 de febrero de 2024. Foto: Kin Cheung/AP

“¿Qué habrá querido decir con eso?” se supone que murmuró el maquiavélico estadista austriaco del siglo XIX, el príncipe Metternich, cuando se enteró de que su igualmente astuto rival francés Charles-Maurice de Talleyrand acababa de morir en 1838. Es una pregunta que también se hizo después de que ayer se oyera al príncipe Guillermo pedir el fin de los combates en Gaza lo antes posible.

Las palabras no fueron nada excepcionales: el príncipe, como cualquier otro ser civilizado y sensible, habló del terrible costo humano del conflicto y de la necesidad desesperada de aumentar la ayuda humanitaria, en su visita a las oficinas de la Cruz Roja Británica en Londres. Demasiados han muerto, añadió, mientras escuchaba relatos de primera mano directamente del personal de la organización benéfica de entre los escombros del lugar de los hechos.

Podría pensarse que se trataba de poco más que los sentimientos que expresan los políticos de la Cámara de los Comunes (y que es igualmente improbable que influyan en el gobierno israelí). Sin embargo, se supone que los miembros de la realeza británica suelen limitar sus declaraciones a lo más trivial, por lo que los comentarios del príncipe se acercaron peligrosamente a la franqueza a ojos de algunos ayudantes de palacio, a pesar de que lo que quería decir se había consultado antes con el gobierno y de que en los próximos días se realizará una visita a una sinagoga. No obstante, ¿podría esto iniciar una tendencia?

Sería bueno que así fuera. El príncipe hace bien en pronunciarse sobre temas potencialmente polémicos siempre que no se inmiscuya en controversias políticas internas ni asuste a los caballos de Westminster. Nos acostumbramos a que durante décadas su abuela no dijera nada remotamente polémico, pero la monarquía moderna necesita demostrar que no flota en una nube de desconocimiento de lo que ocurre en el mundo, y la mayoría de los partidarios de la realeza no van a poner objeciones a eso. Sólo los republicanos parecen oponerse a que digan algo en absoluto, pues parecen preferir que estén fuera de alcance. No es como si Guillermo fuera a anunciar de repente su conversión al socialismo.

El rey Carlos tiene desde hace tiempo sus causas, principalmente el medio ambiente, que se remontan a una época en la que parecía una excéntrica manía personal más que la cuestión vital en la que se ha convertido ahora, lo que le hace parecer cada vez más clarividente en lugar de pintoresco. Él y su hijo están más comprometidos con las cuestiones que preocupan a sus súbditos que los ministros del gobierno, que entran revoloteando con cascos y chalecos de alta visibilidad para una breve oportunidad fotográfica y vuelven a salir volando en cuanto se han tomado las fotos.

Durante décadas, Carlos se ha comprometido a fondo con el trabajo de la fundación Prince’s Trust, que ayuda a los jóvenes desfavorecidos. El propio Guillermo también parece comprometerse más directamente con las personas que conoce en sus visitas y muestra una auténtica preocupación personal. Quizá esa sea la influencia de su madre.

No siempre acierta, por supuesto, como demostró en los BAFTAS la otra noche, diciéndole a Mia McKenna-Bruce, la estrella de la película Cómo tener sexo (How to Have Sex), que: “Me parece que te habrás divertido mucho durante todo el rodaje”. La película trata de la violación, mucho menos divertida de lo que el título podía sugerirle, pero admitió que aún no la había visto. Un caso de lo que su difunto abuelo el duque de Edimburgo llamaba la enfermedad del pie en la boca. Al menos Guillermo es aficionado al cine y no se limita a acudir una vez al año a la Royal Film Performance. Admitió en los BAFTAS que no había conseguido ver tantas de las contendientes este año, aunque planeaba ponerse al día.

El tiempo dirá cuán genuina es esta generación de miembros de la realeza respecto a las preocupaciones sociales del pueblo. ¿Perdurará su compasión? ¿O será más como el tío tatarabuelo de Guillermo, Eduardo VIII, que recorrió los desolados distritos industriales del sur de Gales en noviembre de 1936 y dijo célebremente a los mineros y trabajadores del acero desempleados e indigentes que había que hacer algo? “Podéis estar seguros de que todo lo que pueda hacer por vosotros lo haré. Ciertamente queremos que lleguen tiempos mejores a vuestro valle”, dijo a la gente en una urbanización de Pontypool.

Sin embargo, cuando regresó a Londres esa noche, Eduardo fue a cenar con el diputado conservador y diarista Chips Channon, quien anotó: “El rey estaba jovial, alegre y contaba chascarrillos. Regresó esta misma noche de las zonas afligidas y debió de sentirse tan eufórico como yo después de dos o tres días en mi distrito”. El distrito de Channon era Southend West.

Lo que los mineros galeses no sabían era que el rey ya había comunicado al primer ministro, Stanley Baldwin, a su madre y a sus tres hermanos su intención de abdicar para casarse con la mujer que amaba. En tres semanas había renunciado al trono y abandonado el país para llevar una vida en la que no se preocuparía por la comodidad de nadie nunca más.

Stephen Bates, antiguo corresponsal de The Guardian, es autor de Royalty Inc: Britain’s Best-Known Brand y The Shortest History of the Crown.

Traducción: Ligia M. Oliver

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