Combatir desperdicio para combatir hambre: bancos de alimentos en Brasil
Niños de una guardería gratuita de Río de Janeiro toman sopa hecha con verduras con imperfecciones y desechadas donadas por Sesc Mesa Brasil, 21 de febrero de 2024. Foto: Ana Ionova/The Guardian

Más del 40% de los cultivos del país se pierden o se desperdician, pero una nueva investigación pone en relieve cómo podrían ser una herramienta clave en la lucha contra la creciente inseguridad alimentaria. Una organización benéfica lidera la iniciativa.

Media docena de hombres con redes en el cabello se afanan con cajas de productos frescos frente a un depósito de alimentos en los suburbios del norte de Río de Janeiro. Mientras uno enumera una lista de productos, los demás colocan verduras de formas extrañas en grandes bolsas antes de cargarlas en un coche que espera. Los productos se cocinarán y servirán posteriormente en comedores comunitarios, guarderías y otras instituciones que ofrecen comidas gratuitas a personas necesitadas de toda la ciudad.

El depósito está gestionado por la mayor red de bancos de alimentos de Brasil, Sesc Mesa Brasil. Con 95 unidades en todo el país, Mesa recoge de supermercados, agricultores y otros proveedores y minoristas alimentos que de otro modo se desperdiciarían, los clasifica y los dona a organizaciones asociadas.

“El programa tiene dos pilares: la lucha contra el desperdicio de alimentos y la lucha contra el hambre”, explica Cláudia Roseno, responsable de ayuda del Sesc, una empresa privada sin fines de lucro que ofrece servicios culturales, de ocio, educación, salud y ayuda en todo Brasil.

Una nueva investigación publicada la semana pasada pone en relieve cómo estos esfuerzos por reducir el desperdicio de alimentos pueden reforzarse en Brasil y utilizarse como herramienta clave para luchar contra la inseguridad alimentaria generalizada.

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En Sesc Mesa Brasil se empaquetan los alimentos para una de sus donaciones quincenales a una guardería infantil de Río de Janeiro, el 21 de febrero. Foto: Ana Ionova/The Guardian

Según las últimas cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 10 millones de personas, casi el 5% de la población, están desnutridas en Brasil, y cerca de un tercio de la población sufre inseguridad alimentaria moderada o grave. Brasil volvió a entrar en el mapa del hambre de la ONU en 2021, siete años después de ser retirado de él por primera vez, ya que dos duras recesiones y la pandemia del coronavirus hicieron que el hambre volviera a aumentar.

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En todo Brasil, Sesc Mesa Brasil ayudó a alimentar a un promedio de 2.1 millones de personas al mes el año pasado. Foto: Ana Ionova/The Guardian

Sin embargo, el desperdicio de alimentos en el país sudamericano, Brasil, es colosal. Hay que actualizar las cifras, dice Roseno, pero se calcula que cada año se pierden 26.3 millones de toneladas de alimentos durante la producción y el transporte, mientras que al final de la cadena de suministro los hogares brasileños desperdician 60 kg de comida per cápita al año.

“Brasil es uno de los mayores productores de alimentos del mundo, pero cerca del 42% de toda la comida producida se pierde o se desperdicia… Así que existe una oportunidad real de mejorar el acceso a los alimentos mediante la redistribución de productos nutritivos a las personas necesitadas, en este momento crítico en el que (tantos) brasileños se enfrentan a la inseguridad alimentaria”, afirma Lisa Moon, Directora General de la Red Global de Banco de Alimentos, que publica el Atlas Global de Políticas de Donación de Alimentos en colaboración con la Clínica de Derecho y Política Alimentaria de la Facultad de Derecho de Harvard.

Chayane Martins de Souza, de 22 años, es ayudante de cocina en la asociación católica Servas dos Pobres, que gestiona una guardería gratuita para 200 niños pequeños en Río. “A veces ves a indigentes buscando (comida) en los botes de basura. Es doloroso verlo cuando sabes que en muchos sitios hay comida, pero prefieren tirarla a la basura antes que darla. Aquí no. Hacemos raciones extra para poder servirles”, dice.

La guardería Creche Cardeal Câmara recibe donaciones quincenales de Mesa que complementan las comidas de los niños y se destinan a almuerzos para docenas de adultos hambrientos que hacen cola a diario frente al convento adyacente.

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Chayane Martins de Souza sirve sopa a los niños de la Creche Cardeal Câmara, hecha con donaciones del Sesc Mesa Brasil. Foto: Ana Ionova/The Guardian

“Tenemos niños que dependen de lo que aquí les damos para comer… Se nota después de un día festivo, en su aspecto, en la forma en que comen con hambre”, dice Flávia Ramos, directora de la asociación que gestiona la guardería. “Sin las (donaciones), no sé cómo nos las arreglaríamos”, añade.

El almacén de alimentos, de 400 metros cuadrados, de Sesc Mesa Brasil en Río se trasladará pronto a unas nuevas instalaciones, con12 veces más espacio. En todo Brasil, la organización ayudó a un promedio de 2.1 millones de personas al mes el año pasado y es “una de las redes más sólidas del Sur global”, según Moon, que ha trabajado en políticas de residuos alimentarios en 25 países diferentes.

El programa Mesa no sólo recupera los alimentos que los supermercados ya no pueden vender, sino que también acude a los agricultores, donde se produce la mayor parte de la pérdida de alimentos, y capacita a las organizaciones asociadas en el uso de productos con alguna imperfección que, de otro modo, podrían desecharse.

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Cida Pessoa, directora de la sucursal de alimentos en Río de Janeiro, Brasil, de Sesc Mesa Brasil, inspecciona calabazas donadas por un supermercado. Foto: Ana Ionova/The Guardian

Según Cida Pessoa, responsable del programa de alimentos en Brasil, Río, la demanda de alimentos impecables por parte de los consumidores hace que los productores desechen productos en perfecto estado. “La gente quiere que la naturaleza sea completamente uniforme, que las zanahorias crezcan de la misma manera, que las papayas vengan sin manchas, que las manzanas sean idénticas”, explica, mientras un trabajador pasa con una fragante caja de albahaca maltratada y plátanos demasiado maduros.

“También realizamos una labor educativa con los cocineros de las instituciones. Porque entendemos que no sirve de nada que pensemos que este producto alimenticio es todavía comestible, si cuando llega allí lo tiran”, dice.

Combatir la inseguridad alimentaria es una prioridad para el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que ha prometido erradicar el hambre durante su mandato. Su gobierno está invirtiendo mucho en programas de reducción de la pobreza y ha incluido el hambre en la agenda del G20, que Brasil preside este año.

Evitar que los excedentes alimentarios acaben en los tiraderos también ayudaría al país a cumplir sus objetivos medioambientales. En todo el mundo, el desperdicio de alimentos representa entre el 8 y el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Además de su compromiso de hambre cero, Brasil ha tenido una estrategia sólida para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos desde 2017, dice Moon. Pero la nueva investigación sugiere dónde se puede mejorar, por ejemplo, a través de mejores políticas fiscales y de etiquetado.

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Niños disfrutando de su almuerzo sin saber que al mismo tiempo están ayudando a reducir el desperdicio de alimentos. Foto: Ana Ionova/The Guardian

De vuelta a la guardería de Ramos, una monja se apresura a repartir un paquete de comida mientras los niños devoran una sopa hecha con verduras descartadas.

“¡Más! ¡Más!” claman los niños, inconscientes de que están evitando que alimentos como calabacitas de gran tamaño acaben convertidos en abono en Brasil.

Traducción: Ligia M. Oliver

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