El GPT-4o de ChatGPT ríe, charla, canta y es una IA casi humana pero, cuidado, en realidad no lo es
Sam Altman, director ejecutivo de Open AI. Foto: Jaap Arriens/NurPhoto/Shutterstock

La inteligencia artificial (IA) está cambiando las cosas a una velocidad vertiginosa. Hace unos 18 meses, la empresa tecnológica OpenAI lanzó su chatbot de IA, ChatGPT, GPT-4o. En un par de meses, 100 millones de usuarios utilizaban regularmente la herramienta, convirtiéndola en la aplicación de consumo de más rápido crecimiento de la historia. Aunque siempre es fácil caer en burbujas tecnológicas, muchos sostienen que el mundo puede dividirse en un mundo anterior y posterior a ChatGPT.

Ese interés no fue un hecho aislado. Esta semana, los analistas de tráfico web Similarweb anunciaron que el sitio web de ChatGPT alcanzó un nuevo récord de interés, con 83.5 millones de visitas en un solo día en mayo. La premisa y el título de mi libro publicado la semana pasada, How AI Ate the World, parece ser cierta. La inteligencia artificial es prácticamente ineludible.

Sin embargo, en mis giras por el país para hablar de ella, sigo encontrándome con reticentes, personas que no quieren formar parte de la revolución de la IA o que aún no han visto la necesidad de interactuar con un chatbot basado en texto. El anuncio hecho el lunes por OpenAI de un nuevo modelo, GPT-4o, puede cambiar esta situación.

Para los amantes de la tecnología, GPT-4o es un cambio significativo. Pero para el público en general, la diferencia importante es lo fácil que resulta interactuar con él. Antes de GPT-4o, la principal forma de interactuar con ChatGPT era escribir preguntas en texto y esperar respuestas en texto. También había una interfaz de voz, pero era tosca y lenta. En los últimos meses intenté que ChatGPT me ayudara a aprender alemán para relacionarme mejor con la familia austriaca de mi pareja, pero los angustiosos retrasos entre que yo hacía las preguntas y ChatGPT formulaba una respuesta y vocalizaba sintéticamente palabras en alemán, a menudo en un inglés americano incomprensible y sin acento, lo hacían casi inútil.

Las demostraciones técnicas mostradas por OpenAI a principios de esta semana han cambiado esta situación. En una sección del evento de lanzamiento, ChatGPT actuó como intérprete en tiempo real de una conversación en inglés e italiano. En otra, se reía en respuesta a un “chiste de papá de primer nivel”. Y en otra, pasó de decir de memoria un cuento a una lectura dramática ante la que incluso Brian Blessed palidecería, antes de concluir con una canción.

Según OpenAI, ésta es la nueva normalidad: un modelo de IA que puede “razonar en tiempo real sobre audio, visión y texto como GPT-4o”. A primera vista, parece otro paso importante para convertir la ciencia ficción en ciencia real. OpenAI sugiere que el robot mayordomo siempre disponible, siempre dispuesto a ayudar, similar al ser humano, sobre el que hemos leído y visto durante décadas, está cada vez más cerca. Y la impresionante fluidez de la interacción podría hacer que algunos reticentes adoptaran la IA. La gratuidad, como ha hecho OpenAI, también ayudará.

Sin embargo, conviene recordar el pecado original de la IA, que se remonta a 1956: su denominación. La “inteligencia artificial” es ciertamente artificial, pero aún no es inteligente, y posiblemente nunca lo será. Cuanto más imiten ChatGPT y otras herramientas similares la interacción humana, aprendiendo a actuar como cuentistas ingeniosos que canturrean y se desmayan, más probable será que olvidemos la parte “artificial” del término.

La fluida interactividad que OpenAI se ha esforzado en hacer posible disimula bien las grietas de la tecnología subyacente. Cuando ChatGPT se abrió paso ruidosamente en nuestras vidas en noviembre de 2022, los que llevaban décadas siguiendo la tecnología señalaron que la IA en su forma actual era poco más que una tecnología de coincidencia de patrones, pero fueron ahogados por las masas entusiasmadas. El próximo paso hacia una interacción similar a la humana no hará sino aumentar el estruendo.

Sin embargo, conviene recordar el pecado original de la IA, que se remonta a 1956: su denominación. La «inteligencia artificial» es ciertamente artificial, pero aún no es inteligente, y posiblemente nunca lo será. Cuanto más imiten ChatGPT y otras herramientas similares la interacción humana, aprendiendo a actuar como cuentistas ingeniosos que canturrean y se desmayan, más probable será que olvidemos la parte “artificial” del término.

La fluida interactividad que OpenAI se ha esforzado en hacer posible disimula bien las grietas de la tecnología subyacente. Cuando ChatGPT se abrió paso ruidosamente en nuestras vidas en noviembre de 2022, los que llevaban décadas siguiendo la tecnología señalaron que la IA en su forma actual era poco más que una tecnología de coincidencia de patrones, pero fueron ahogados por las entusiasmadas masas. El próximo paso hacia una interacción similar a la humana no hará sino amplificar el alboroto.

Son buenas noticias para OpenAI, una empresa valorada ya en más de 80 mil millones de dólares (1 billón 334 mil 653 millones 600 mil pesos) y que cuenta con inversiones de la talla de Microsoft. Su presidente ejecutivo, Sam Altman, tuiteó la semana pasada que la GPT-4o “me parece mágica”. También son buenas noticias para otras empresas del sector de la inteligencia artificial, que aprovechan la omnipresencia de la tecnología y la incorporan a todos los aspectos de nuestras vidas. Microsoft Word y PowerPoint ya incorporan herramientas de IA generativa. Meta, la empresa matriz de Facebook e Instagram, está incorporando su asistente de chatbot de IA a sus aplicaciones en muchos países, para disgusto de algunos usuarios.

Pero no es tan bueno para los usuarios comunes y corrientes. Menos fricción entre pedir a un sistema de IA que haga algo y que realmente complete la tarea es bueno para la facilidad de uso, pero también nos ayuda a olvidar que no estamos interactuando con seres sensibles. Tenemos que recordarlo, porque la IA no es infalible; viene con sesgos y problemas estructurales, y refleja los intereses de sus creadores. Estos problemas apremiantes se analizan en mi libro, y los expertos con los que hablé me dijeron que representan preocupaciones importantes para el futuro.

Así que no dudes en probar ChatGPT GPT-4o y jugar con sus interacciones de voz y video. Pero ten en cuenta sus limitaciones y que no es inteligente, pero sí artificial, por mucho que pretenda no serlo.

  • Chris Stokel-Walker es autor de How AI Ate the World, publicado a principios de este mes.

Traducción: Ligia M. Oliver

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