‘No dejábamos de escuchar disparos’: mi caótica fuga del aeropuerto de Kabul
El periodista afgano Ramin Rahman, de 27 años, salió en un avión militar estadounidense del aeropuerto internacional Hamid Karzai.
El periodista afgano Ramin Rahman, de 27 años, salió en un avión militar estadounidense del aeropuerto internacional Hamid Karzai.
El día en que los talibanes tomaron el poder comenzó con una llamada de mi amigo en Alemania. Me dijo que fuera al aeropuerto porque ese día posiblemente saldría un avión de evacuación de la embajada alemana. Incluyó mi nombre en la lista de evacuación porque yo había trabajado para medios de comunicación alemanes y el año anterior había estado tramitando mi visa.
No tuve tiempo para pensar. Sentí que era una salvación para mí, yo que soy un periodista progresista, franco y con tatuajes, básicamente la antítesis de lo que representan los talibanes. Agarré mi laptop y mi teléfono y nada más. Me sentí asustado en el momento en que salí de mi casa: nunca había sentido tanta presión.
Cuando llegué al aeropuerto, el primer punto de control lucía espeluznante. La policía se había retirado y ya casi no había militares. Solo estaba la seguridad aeroportuaria privada revisando las maletas. No tenía una visa, así que tenía miedo de que me regresaran, pero no podía dar marcha atrás.
Cuando llegué a la terminal internacional, me sorprendió lo que vi y empecé a sentirme desesperanzado. Había miles de personas: mujeres y hombres con sus bebés llorando, debatiéndose sobre qué hacer. Tenían miedo de que llegaran los talibanes. Todas estas personas, incluidas las extranjeras, fueron al aeropuerto sin saber lo que ocurriría.
“Me sentí asustado en el momento en que salí de mi casa: nunca había sentido tanta presión”.
La gente que me rodeaba entraba en pánico al darse cuenta de que tal vez no habría un avión para ellos. Aunque tuvieran un boleto, no había certeza de que su vuelo fuera a despegar. Estaban asustados. Por ello, la gente comenzó a dañar el aeropuerto, las ventanillas y las taquillas. Y a partir de ahí, la situación siguió empeorando. Me escondí en un rincón, aunque también estaba en pánico.
Mirando por la ventana, vi cómo se desencadenaba toda una escena en torno a un avión que intentaba salir hacia Turquía. La gente entraba masivamente en el avión, e incluso se colgaba de las escaleras. El avión estaba sobrepasado, y empujaban a la gente de las escaleras para que el avión pudiera despegar. Gritaban tan fuerte que podíamos oírlos desde el interior del aeropuerto. “Queremos irnos o moriremos”, gritaban algunos. Yo solo miraba con horror mientras esperaba, reflexionando sobre mi destino.
Alrededor de las 8:30 o 9:00 de la noche alguien gritó que los talibanes estaban dentro del aeropuerto. La gente comenzó a gritar y a correr hacia la pista. El aeropuerto era un caos total, sin nadie que controlara la situación. Escuché disparos afuera de la puerta del aeropuerto. Seguía pensando que los talibanes habían llegado.
Todo el mundo a mi alrededor estaba asustado y rezando para pasara algo bueno. Nadie sabía qué hacer. Volví a llamar a mi amigo en Alemania y me dijo que los alemanes no iniciarían las evacuaciones hasta el día siguiente. Eran noticias terribles, y supe que tenía que decidir qué hacer a continuación.
Vi que las tropas estadounidenses conducían a un pequeño grupo de personas hacia la sección militar de la pista. Uno de los soldados le dijo a un grupo de extranjeros: “Esto es territorio estadounidense y los talibanes no entraran aquí”. Comencé a correr detrás de ellos junto con otras personas. Seguíamos escuchando disparos, que se sentían tan aterradoramente cercanos.
En los momentos siguientes, sentí que el tiempo se había detenido. Todo lo que escuchaba era a los estadounidenses diciendo: “¡Vamos!”
Vi una avalancha de gente que subía a un avión y la seguí. Era todo lo que podía hacer en ese momento. Me metieron a toda prisa en el avión, que llevaba cientos de personas a bordo. No había sitio para sentarse, todo el mundo estaba de pie. La gente se agarraba entre sí y a sus hijos. Yo no podía respirar.
Los pilotos estadounidenses gritaban que el avión no podía ir a ninguna parte porque había demasiada gente a bordo. Uno de ellos gritó: “Por favor, salgan, por favor, salgan“. Entonces, llegaron los soldados y comenzaron a sacar a la gente por las puertas delantera y trasera. Nosotros estábamos en medio.
Era caótico, desagradable y estresante. La gente se empujaba y no había aire. Toda la escena era tan desoladora, triste y aterradora. Miré a las madres con sus recién nacidos a mi alrededor y me sentí muy culpable. Decidí bajarme para que el avión pudiera despegar.
Pero, mientras me dirigía hacia la puerta para bajarme, vi a las tropas estadounidenses rodeando al avión en Humvees. Uno de los soldados me dijo que me quedara quieto, porque se percibían amenazas. Pasaron otros 20 minutos.
Entonces, de repente, los estadounidenses nos dijeron a los que estábamos alrededor de la puerta que subiéramos al avión. Era la única oportunidad. Nos apresuramos a entrar en el avión y cerraron las puertas.
No podía ver al exterior porque no había ventanas, pero en mi cabeza, habían comenzado a pelear afuera. El avión permaneció en espera durante una hora. Todos estos pensamientos pasaron por mi cabeza sobre lo que podría pasar a continuación.
Y entonces, sin previo aviso, el avión comenzó a moverse. Comenzó a volar. Despegamos.
Fue uno de los momentos más felices. Todo el mundo aplaudía y celebraba. Había un sentimiento de aprecio para el piloto estadounidense que despegó. Había un sentimiento común en el aire de que probablemente habríamos muerto si ese avión no hubiera llegado. Así de contentos estábamos.
Pero el vuelo fue un desafío. Había muchos bebés a bordo, y los padres los sostenían por encima de sus cabezas para asegurarse de que no los pisaran. No hubo comida, agua ni espacio para respirar durante horas.
Aterrizamos en Qatar en el aeropuerto de la fuerza aérea militar estadounidense, y nos trasladaron a una base militar. Cuando llegamos, sentí varias emociones al mismo tiempo: felicidad, tristeza, confusión, cansancio y frustración. He intentado ayudar a las personas que no sabían hablar inglés para explicarles su situación y conseguir medicamentos.
Tomé una oportunidad para cambiar mi vida de lo que podría ser una situación muy terrible. Solo espero con interés los próximos pasos y lo que vendrá. Me entristece haberlo dejado todo. Estoy triste por Afganistán. Pero estoy muy feliz de estar vivo.