‘Estamos desesperados por salir y no hemos acabado de conciliar el confinamiento’: Ingrid Vargas

El impacto de la pandemia de Covid-19 en la salud mental de la población se ha vivido en fases. La inicial, que fue cuando decretaron el confinamiento hace un año, estuvo marcada por la angustia. La segunda tuvo el sello de la depresión. Y ahora vivimos la tercera, caracterizada por el agotamiento físico y mental.

La curva de casos y fallecimientos por Covid-19 avanza de manera acelerada, y en paralelo crece la de trastornos de salud mental.

Esto era evidente desde el principio, de hecho, en diversos países desde que comenzó la pandemia se habló de que había dos curvas por aplanar: la curva del número de casos, pero también de la mano de eso iba a ser justamente la curva de casos en materia de salud mental“, dice Ingrid Vargas, coordinadora de Investigación del departamento de Psiquiatría y Salud Mental en la Facultad de Medicina de la UNAM, en entrevista para La-Lista.

El crecimiento es evidente en la cantidad de pacientes solicitando una consulta psiquiátrica. “Se ha incrementado muchísimo –dice la especialista–, fácilmente podría decir que es tres veces mayor en comparación al número de consultas que teníamos el año pasado en esta misma época“.

¿Cuál es el impacto de este confinamiento en la salud mental de las personas?

Desde el principio, el impacto principal es la limitación de la interacción con otros, esa ha sido como una de las fuentes principales de malestar, junto con la infodemia –toda esta información desmedida, no siempre la más adecuada– se incrementan otro tipo de malestares, los más frecuentes: la depresión y la ansiedad. 

Con el paso del tiempo y del encierro también se han acentuado algunos otros, uno de los malestares bastantes referidos son las alteraciones en el ciclo de sueño. El insomnio ha estado presente a todo lo que da y, si pensamos un poco como en fases de impacto de esta pandemia, en esta última el insomnio es una de las molestias más frecuentes, porque todo se ha descompuesto: la rutina, los horarios, en muchas ocasiones no tenemos una exposición adecuada a la luz solar que es importante para la regulación adecuada del sueño. Esas son las principales afecciones en cuanto a salud mental derivadas del confinamiento. 

¿En qué ha consistido cada fase de impacto de la pandemia y cuál ha sido el trastorno que caracteriza a cada una de ellas?

La fase inicial fue justo cuando comenzamos con toda esta parte del confinamiento oficial y tenía que ver mucho con la angustia. La angustia de no saber qué va a pasar, toda esta ola de información que llegó, las medidas sanitarias extremas que tuvimos que tomar en ese primer arranque del confinamiento generaron una angustia constante, una angustia por enfermar y no saber qué es lo que estaba allá afuera y nos podía, de alguna manera matar. 

Después fuimos migrando y esa angustia de cierta forma se mitigó, a lo mejor no completamente pero un poquito y dio paso a otro tipo de malestares, entre ellos la depresión. En esa mitad de la pandemia se hizo mucho más latente y tenía que ver con diversas pérdidas, no solamente las derivadas de la muerte de personas sino también del contacto social, económicas –porque para ese momento mucha gente perdió el empleo o disminuyeron sus ingresos–, pérdida del estatus social. 

La depresión era lo que marcaba esa segunda fase y, por supuesto, para el personal de salud y para aquellos con una convivencia mucho más cercana con el Covid también aparecieron algunos tintes diferentes, por ejemplo de trastorno de estrés agudo o de trastorno por estrés post-traumático debido a todo lo que estaba pasando. Esos mismos síntomas se hicieron presentes en las personas que ya se habían enfrentado a la enfermedad. 

Después apareció un tercera etapa que ya es un poquito más en lo que estamos, a finales de 2020 e inicios de 2021. Está mucho más el aburrimiento, la indiferencia, el burnout para muchos –para el sector salud innegablemente por la carga de trabajo que se ha llevado–, también un poco de frustración, cansancio, hastío de la rutina también para los que estamos en el confinamiento. 

El home office ha sido muy pesado, es algo que ha trastocado el ámbito de lo privado, ya se perdió esta esfera privada para mezclarse completamente con el trabajo, con la escuela. La pérdida de escenarios individuales para cada persona, de espacios propios, de espacios de esparcimiento, de distracción, home office con esos horarios interminables. Esta tercera etapa ha estado marcada por eso, por un agotamiento físico y emocional con alteraciones del sueño y metabólicas por las modificaciones en los hábitos de alimentación, de actividad física, etcétera. 

Ha sido por etapas la pandemia y el confinamiento. 

Un año después, ¿ya hemos aprendido a lidiar con el confinamiento y el encierro?

Yo creo que no. Mi impresión es que claro que hemos logrado cierta adaptación, porque afortunadamente la mente es fabulosa y logra adaptarse pero tan no hemos sabido cómo hacerlo que a la menor provocación salimos. Salimos de manera irresponsable porque creo que se ha malinterpretado el beneficio que puede haber de la mano de las vacunas y de un mejor conocimiento de esta enfermedad, pero no hay todavía un conocimiento completo. 

Ver a la gente en la calle sin cubrebocas, el volcarse nuevamente hacia las playas como pasó apenas en el fin de semana de puente, el que las personas ya no se cuidan igual que antes es un claro reflejo de que no hemos aprendido a estar en el confinamiento.

Salimos sin responsabilidad, sin medidas y sin cuidados a la menor provocación, eso sigue siendo un reflejo de que estamos desesperados por salir y no hemos acabado de conciliar el confinamiento adecuadamente.

¿Algún grupo de la población se ha visto particularmente afectado por este encierro?

Lo hemos dicho desde el principio y lo seguimos enfatizando: esta pandemia ha evidenciado muchas cosas. Ha evidenciado vulnerabilidades, diferencias muy marcadas y desigualdades.

Considerando la parte del impacto del confinamiento, claro que impacta con relación a esto: a grupos altamente vulnerables que viven la desigualdad. Las más impactadas son las mujeres, porque los padres de familia llevan una sobrecarga importante pero, en particular, la mujer. Sobre todo madres de familia, trabajadoras, con hijos en la telescuela son de los grupos más impactados expresamente por el confinamiento.

El confinamiento es un arma de doble filo. Por una parte, el poder estar en casa sin exponerse al riesgo de contagio es un gran beneficio y no todos tenemos acceso a eso. Pero por otra quienes tenemos acceso a eso también ya estamos muy cansados del proceso y con un impacto importante en la salud mental.

Es como verlo desde diferentes puntos de vista, aquellos que no han podido guardar el confinamiento porque sino salen a trabajar no tienen ningún ingreso o porque son personal de primera línea –de salud, del servicio de basura, policía–, todos ellos quisieran guardar confinamiento. Y los que estamos del otro lado queremos ya salir de esto.

La Asociación Estadounidense de Psicología ha advertido que los efectos negativos del coronavirus, particularmente en la salud mental, van a ser graves y duraderos…

Esto era evidente desde el principio, de hecho, en diversos países desde que comenzó la pandemia se habló de que había dos curvas por aplanar: la curva del número de casos, pero también de la mano de eso iba a ser justamente la curva de casos en materia de salud mental.

Sí se tenía contemplado, lo estamos viendo y no solamente desde la teoría, lo vemos en la práctica. En la consulta privada, la cantidad de pacientes solicitando una consulta psiquiátrica se ha incrementado muchísimo, fácilmente podría decir que es tres veces mayor en comparación al número de consultas que teníamos el año pasado en esta misma época.

La mayor parte son casos de trastornos de ansiedad, es algo que ha incrementado muchísimo. Derivado de la parte del confinamiento y del desgaste emocional y mental que se tiene, los trastornos de ansiedad se han disparado al máximo. Hay una desorganización absoluta en todo, en el ritmo de vida de las personas, en sus actividades, hay una pérdida total de la capacidad de afrontar estas situaciones de estrés y mucho ha influido el cómo se ha perdido la parte de la privacidad.

Esta ansiedad y esta desesperación ha rebasado ya los límites de la normalidad. Definitivamente la psicopatología está disparada a todo lo que da, no creo que sea algo que se resuelva tan fácil porque, además, siendo sensatos el regreso a la normalidad es una normalidad diferente. Definitivamente las cosas nunca van a volver a ser igual a como era antes.

¿Se ha desatendido la curva de salud mental por aplanar la de contagios?

Sí, es algo que no sólo ha sucedido en nuestro país, es algo que ha sucedido a nivel mundial. Por obvias razones la mayor parte de los esfuerzos en cuanto a recursos tanto materiales como humanos se ha destinado primordialmente ha disminuir el número de casos, que es lo obvio en esta situación.

Eso ha hecho que si de por sí del presupuesto destinado a salud, la parte de salud mental siempre ha sido mínima, ahora se le hayan recortado mucho más recursos.

Creo que por la gravedad de la misma pandemia, todo lo que atañe a la salud mental tampoco ha podido ser atendido como se debería.

¿Qué ha pasado con el tratamiento de las personas que, antes de la pandemia, ya tenían diagnosticado un trastorno de salud mental grave?

Es muy interesante porque aunque desde el principio se les ha considerado uno de los grupos vulnerables, es decir, sabíamos que si a alguien le iba a pegar el confinamiento y toda la pandemia era a ellos, en la parte práctica no se han visto realmente tan afectados.

Los que ya estaban en un tratamiento han podido mantenerse en ese control. Hemos podido aprovechar mucho la teleconsulta, son aspectos de la salud que se pueden brindar a distancia y que vamos no hemos parado la atención. Eso ha favorecido a las personas que ya estaban en un tratamiento. Se esperaba una peor evolución para ellos, afortunadamente están estables.

El impacto mayor lo hemos visto en aquellos que tenían una condición y que no estaban en tratamiento. Esos sí han sido los casos que se han agravado.

¿Estábamos preparados para un encierro, un estrés y una incertidumbre como las que vivimos?

Nunca. Todo se quedó como en una pausa y creo que en los diferentes escenarios –laborales, escolares y demás– pasó así. En el momento en que se nos envió al confinamiento, todos teníamos la idea de: me voy y al rato regreso. La idea era que en dos semanas máximo estaríamos de vuelta, no sabíamos lo que venía.

Ni las peores películas de pandemia o de terror se acercan a lo que hemos enfrentado en esta ocasión. Y todavía no termina, no acabamos de ver un fin claro. Ni estábamos preparados, ni estamos preparados porque ha mucho que seguir aprendiendo.

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