De Michoacán a la CDMX: un recorrido por las historias de agua que entraña el sistema Cutzamala
Desde la capital de México, la falta de agua del Cutzamala se percibe como un problema de sequía. Pero a lo largo de su circuito, además, el problema es la escasez.
Desde la capital de México, la falta de agua del Cutzamala se percibe como un problema de sequía. Pero a lo largo de su circuito, además, el problema es la escasez.
Cuando falta el agua, no es lo mismo sequía que escasez.
“Sequía: precipitación por debajo del promedio durante varios meses o años. Escasez: Falta de agua suficiente para cubrir la demanda de cualquier tipo en una comunidad”, se leía en una dispositiva que presentó la directora general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), Blanca Jiménez Cisneros, el 14 de abril. Lo hizo para informar de la falta de lluvias que arrastra el país desde el año 2020.
En la Ciudad de México, hoy el problema es de sequía porque históricamente, cuando ha padecido o preveía padecer de escasez de agua, la ha salido a buscar.
Lo hizo cuando en los años 60, sus acuíferos, la principal fuente de agua potable, se quedaron cortos y tuvo que recurrir al río Lerma, en el Estado de México. Y dos décadas después, cuando ya no le bastaba con el sistema Lerma, se fue hasta Michoacán a buscar agua potable para llevársela por medio del sistema Cutzamala. Las primeras civilizaciones se erigieron buscando agua, como los nahuas alrededor del lago Texcoco. Hoy, la tecnología permite que las megalópolis se la traigan.
El Cutzamala lo hace porque es un sistema hídrico artificial: desafía y manipula el curso natural del agua. Lo que la naturaleza hace por medio de cascadas, ríos, arroyos, manantiales y afluentes, en los que el agua discurre por gravedad desde las montañas hasta desembocar al mar, el Cutzamala lo hace a través de más de 322 kilómetros de túneles de concreto, acuíferos de acero, canales abiertos y de presas, plantas de bombeo y de potabilización.
Gracias a ello, esta agua que debería llegar al Océano Pacífico, hoy representa un 21% aproximado del agua que consume la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM).
Presa del huachicoleo
En la primera de las siete presas principales del sistema, la presa Tuxpan, se desvían y se mezclan los cauces del río Tuxpan y del Angangueo. Ubicado al este de Michoacán, Tuxpan es un municipio de más de 25,000 habitantes donde abundan los restaurantes de pollo a la leña y los puestos de mango y mamey.
La presa se encuentra al paso de una carretera de tierra de doble sentido que conecta Tuxpan con la vecina de Agostitlán. Se reconoce que es una instalación propiedad de la Conagua porque está pintada de su azul alberca.
En medio de este paisaje sin sombras y de campos amarillo mate, marrón volcánico y negro chamuscado por los incendios, la presa parece un manantial. Es época de estiaje. Las paredes del embalse, de entre dos y cinco metros de profundidad, tienen una franja de metro y medio en tono claro que indica el nivel hasta donde llega la capacidad de relleno de la lluvia. Ahora la presa está a menos de la mitad.
El agua es clave para entender el territorio. Los únicos destellos de verde los marcan las parcelas dedicadas al cultivo de chayote, guayaba, zarzamora y otros frutos de agua. Forman parte del distrito de riego 045 Tuxpan, 19,547 hectáreas que se reparten entre 7,626 ejidatarios y pequeños propietarios alrededor de los 22 kilómetros del canal que conecta la presa Tuxpan con la presa El Bosque.
Los usuarios del distrito tienen derecho a una pulgada de agua por hectárea, así que no toda la que se acumula en Tuxpan llega a la capital del país. De hecho, de los 2.3 metros cúbicos que ahora salen de esa presa nada queda una vez llegas a El Bosque.
“Tengo 20 días sin agua”, asegura J.R., ejidatario de la zona. “No voy a tener cosecha hasta la temporada de aguas, gracias a Dios la zarzamora da dos veces al año. Ahora con mantener la planta, me conformo”, añade mientras da un sorbo a la botella de Coca-Cola que acaba de comprar en la tiendita de madera que hay delante de la presa Tuxpan, junto con una caja de cerillos y un cigarro. No quiere identificarse para no tener problemas. Para él, hay falta de lluvias, sí, pero eso es secundario.
En este tramo del Cutzamala, el problema es el huachicoleo de agua. A lo largo del canal pueden verse mangueras de plástico negras colgando de sus paredes y que se pierden adentro de los campos.
Al llegar al kilómetro 17, el canal ya está seco. Luis Barrera y Amadeo Rebollo se asoman a comprobar si ya llegó el agua. “Ayer fuimos a Hidalgo a solicitarles el suministro porque no estamos regando al 100%”, dice el primero, un señor de poco más de 1.60 metros de altura y bigote de un dedo de ancho, completamente blanco. “Nos dijeron que la iban a echar pero va a costar ir otra vez”, lamenta.
En este tramo del canal ya tienen asumido que parte de los aguacates y guayabos se van a perder. “El agua sí alcanza, pero a veces nos la quitan los compañeros de más para arriba”, complementa el colega, un palmo más alto, bigote canoso y con una gorra como la que usaba Donald Trump pero en vez de “Make America Great Again” lleva bordado “El Toro Rebollo”. Los de arriba son los ejidatarios y pequeños campesinos que los anteceden en el canal.
El robo de agua simplemente se sabe. Es de dominio público. Unos ejidatarios dicen que un “innombrable” se roba el agua para sus cultivos de aguacate que protege con hombres armados. Otros afirman que hay quienes succionan el agua con bombas para llevársela más allá del distrito de riego.
Lo mismo sucede con el crimen organizado. El tramo que une la presa Tuxpan con la presa El Bosque es de los más inseguros del sistema Cutzamala. Empresas de mantenimiento que prestan servicios a la Conagua tienen que pagar derecho de piso cuando menos, rescatar a trabajadores secuestrados cuando más. Eso se sabe, pero no se registra y no se habla, se insinúa.
Presa de los yates
A la presa El Bosque le sigue la más importante del sistema, la presa de Valle de Bravo. Es la más rica. De los aproximadamente 791 millones de metros cúbicos de capacidad que tienen en total los siete principales embalses del Cutzamala, esta aporta 395.
Galería:
Los niveles de agua de la Presa del bosque son evidentes en esta torre, donde el tono más oscuro deja ver que actualmente el agua es poca en la presa. Un automovilista que pasó por el camino nos gritó, al vernos haciendo registro fotográfico: “¡Ya para qué lo graban, si ya está bien seco!”.
Excepto la presa Chilesdo, las otras seis —Tuxpan y El Bosque en Michoacán; Colorines, Villa Victoria, Valle de Bravo e Ixtapan del Oro, en el Estado de México— se construyeron entre 1944 y 1955 para el sistema hidroeléctrico Miguel Alemán. No fue hasta los años 70 cuando esta infraestructura de la Comisión Federal de Electricidad se transfirió a Conagua para reconvertirla en un sistema hídrico.
La presa de Valle de Bravo también se fue reconvirtiendo en atractivo turístico hasta el punto de que hoy es considerada un lago. En 1955 se inundó parte del valle para crear la presa, por eso, las casas le dan la espalda: se pensaron para orientarlas hacia el zócalo.
Las principales actividades de ocio giran alrededor del agua: kayak, velero, canotaje. En la periferia, al borde de la presa, es frecuente ver casas con lanchas estacionadas en sus patios. En esta población de más de 61,000 habitantes, hay hasta 40 clubes náuticos. El logo de los taxis, de hecho, es un velero.
La riqueza del tramo Valle de Bravo del sistema Cutzamala también se debe a la tecnología. Aquí se ubican tres de las seis plantas de bombeo que tiene.
Son torres cilíndricas de color blanco que están detrás de la montaña de Valle de Bravo por donde se pone el sol. Parecen colillas de cigarro plantadas en línea a lo largo de los montes, aunque su nombre técnico son torres de oscilación y de submergencia. Ahí se ubica uno de los sistemas de bombeo más grandes de América Latina.
Cada planta tiene seis motores. En conjunto, en el sistema Cutzamala los hay de hasta 22,000 caballos de fuerza —una pickup Chevrolet Silverado tiene 277–. Cada uno bombea 4 metros cúbicos por segundo, es decir, en ese tiempo llenan un cubo de 2 por 2 por 1 metros, y entre las seis plantas de bombeo consumen 2,280 millones de kilowatts cada hora.
Tanta es su dependencia de energía que al lado tienen una subestación de electricidad. Y tanta es la electricidad que consumen que el agua que provee el Cutzamala a la ZMVM es de las más caras. Personal de Conagua calcula que, solo por bombear el agua, se invierten 4 pesos por metro cúbico.
Galería:
Foto 1: planta de bombeo no. 5, la última a la que llega el agua desde la Planta potabilizadora, donde después “cae” por gravedad hacia la CDMX. En cada planta de bombeo hay 6 motores de bombeo de entre 5,500 a 16,500 kw de potencia para superar los más de 900 metros verticales de desnivel que tiene el sistema desde Valle de Bravo y cada planta cuenta con su Estación eléctrica para poder mantener el flujo constante de agua bombeada y no haya interrupciones.
Estos motores fueron diseñados y fabricados a medida para el sistema Cutzmala. Hoy se tardaría entre dos años y dos años y medio en producirlos y el más potente puede costar hasta dos millones de dólares. Solo se fabrican en Canadá, Brasil o Taiwán.
El bombeo es la actividad que mejor escenifica por qué hoy el ser humano no necesita ser nómada para buscar un territorio con agua en donde erigir civilizaciones.
Esto es así porque toda la fuerza que ejercen los motores se necesita para elevar el agua. La presa de Valle de Bravo se encuentra a 1,800 metros de desnivel y tiene que canalizar el agua hasta la planta potabilizadora Los Berros, en el Estado de México, a 2,600. Lo hace a través de canales y túneles que en este tramo, atraviesan los montes de pino que conforman los ejidos Santa Teresa, Santa Magdalena y Donato Guerra. En total, a lo largo del recorrido el agua se eleva hasta 1,100 metros verticales.
Presa de la escasez
El municipio de Villa Victoria, que da nombre a la segunda presa más grande del Cutzamala, no ha logrado la vocación turística de Valle de Bravo. En este municipio rural de poco más de 108,000 habitantes hay capacidad para embalsar hasta 186 millones de metros cúbicos aunque, al igual que el resto del Cutzamala, está a un tercio de su capacidad.
Aquí el agua se usa para lo básico. En una orilla de la presa, siguiendo uno de los dos costados de la compuerta, se avisora el hilo de la caña que sostiene un señor, sentado sobre una roca, esperando a que tilapias, mojarras, lubinas y demás fauna muerdan el anzuelo. Más al fondo, una señora –de unos 40 años– arrodillada en la costa sacude su cuerpo arriba y abajo al ritmo que quita las manchas de la ropa.
“Llegamos aquí como a las 12. Ya son las 3”, comenta Virginia Franco sin girarse ni para alcanzar el jabón de pasta del recipiente verde que tiene a su derecha. Tiene que lavar la ropa de los cuatro de la familia. Lucero, su hija de ocho años, la ayuda. Sacan una prenda de una bolsa de plástico transparente, la estiran encima de una roca lisa, la embarran con jabón y frotan. A unos 200 metros las espera su esposo con el más pequeño de la familia, en el coche.
Vienen de la comunidad indígena de Mesa del Espinal. Se tardan dos horas en llegar a la presa porque el camino no está todo asfaltado. La comunidad no tiene agua potable. Virginia se levanta cada mañana a las 5 para llenar seis garrafones y llevarlos en burro del manantial que abastece a la comunidad. Una vez por semana, o cada 15 días, van a Villa Victoria a lavar ropa, como lo hacen otras familias que se dispersan a lo largo de la orilla del embalse.
–¿Sabe a dónde va toda esa agua? – se le pregunta.
–Es la que sostiene a México– contesta.
Tiene el pelo chino, negro y le llega a la cintura. A cada rato tiene que enrollárselo en un chongo para que no se le aviente al agua mientras lava. Va vestida con una sudadera con cierre que dice “Monster” en el pecho. Dos rasgaduras al costado dejan ver el rosa de la camiseta interior. Lleva la manga derecha mojada hasta la altura del codo.
–¿Por qué dice que en la Ciudad de México desperdician el agua?– se le cuestiona.
–Porque, por ejemplo, yo meto a mi niño chiquito y a la niña en una misma tina para bañarlos. Con esa misma agua trapeo la casa o me sirve para mis plantas, y la tiro donde hay polvo, porque mi casa es de tierra, no tengo piso– responde.
La poca actividad humana de Villa Victoria se concentra entre la presa y la carretera principal, donde se consigue desde comida corrida hasta llantas. Históricamente aquí el agua ha estado en la primera línea de la vida pública.
“Vino un candidato y prometió agua potable. Volvió a venir, agua. Se fue de diputado y otra vez, agua. Al final, dijimos: ‘De tanta agua que nos ha traído nos estamos ahogando’”, bromea Alejandro Vargas, de ese compromiso que sirvió para ganar cargos, no para servir ciudadanos.
Don Ale, como le gusta que le llamen, atiende una tienda de abarrotes en una calle desalmada paralela a la presa. Tiene 83 años y viste con camisa de algodón y chaleco de punto, con cuello en V. Ya superó el Covid-19.
Seguridad nacional
El jabón que vierten las señoras que lavan la ropa en Villa Victoria se elimina en la planta potabilizadora Los Berros, en el municipio de Villa de Allende, Estado de México. El agua de Valle de Bravo, a través de las plantas de bombeo, tarda una hora y 40 minutos en llegar. Ambas fuentes convergen en la potabilizadora, la médula de todo el sistema.
En este punto del Cutzamala es donde el sistema más se asemeja al curso natural de un río porque no se puede suspender el flujo de agua, nunca. En la planta potabilizadora se reciben las órdenes para aumentar o reducir el cauce que se manda en la ZMVM. Tardan entre dos y ocho horas en cerrar o arrancar plantas de bombeo y levantar o bajar compuertas para reducir o aumentar la cantidad de agua que fluye por el sistema.
Los Berros es una instalación de seguridad nacional. Para entrar, uno tiene que salir del vehículo y dejar que el personal de seguridad lo inspeccione. Hay un destacamento militar.
Todo eso para desinfectar el agua con cloro y aclararla con sulfato de aluminio. El agua que sale de ahí ya es apta para el consumo humano, aunque sabe ligeramente a cloro. Eso es porque le añaden unos gramos extra de esa sustancia desinfectante para compensar el cloro que se evapora a lo largo de los 75 kilómetros de acueducto por el que se manda el agua potable a la ZMVM.
Los Berros tiene la capacidad para potabilizar 24 metros cúbicos por segundo. Ahora están mandando a la ZMVM 14, es decir, 14 toneladas de líquido por segundo, de los 65 que consume. El máximo histórico han sido 17, en 2015 y 2016; el mínimo, 13.5, en 2018 y 2019. La temporada de lluvias apenas está por empezar, aunque es probable que este año se reduzca hasta ese nivel, no menos, por la falta de lluvia.
Desde la Ciudad de México se percibe sequía en el sistema Cutzamala. Pero a lo largo de su recorrido, además, el agua escasea.