La obra de Alberto Durero protagoniza exposición en Francia
Numerosas obras de Alberto Durero son expuestas en el Castillo de Chantilly. Foto: Wikimedia Commons

Maestro del buril y del pincel, el alemán Alberto Durero es uno de los grandes protagonistas del Renacimiento y el castillo francés de Chantilly le dedica una gran retrospectiva a sus grabados, la primera en más de 25 años en ese país.

Algunos lo apodaron el Leonardo del Norte por su curiosidad insaciable, que lo llevó a recorrer Europa, a dibujar casi a la perfección un rinoceronte cuando ni siquiera lo había visto con sus propios ojos, o a revolucionar el mundo del arte con un libro ilustrado en el que los grabados ocupaban toda la página, relegando el texto al reverso.

“Es Durero realmente el que llevará el grabado al nivel de la pintura, con la misma consideración artística”, explicó Mathieu Deldicque, uno de los comisarios de la exposición.

En la Europa del siglo XVI, la imprenta supone un cambio dramático en la manera de distribuir los conocimientos. El libro implica rapidez, y la técnica de grabado, primero sobre una plancha de madera y luego sobre cobre, le aporta las imágenes al ritmo deseado.

“Es totalmente nuevo. Pero Durero es también un pintor”, dice Deldicque.

Los pintores acabaron subyugados. Durero viajó como mínimo una vez a Italia, hacia 1505, donde se hizo gran amigo del maestro Rafael, con el que intercambió obras durante años.

Aprendiz de orfebre junto a su padre, Durero aprende a utilizar el buril para reproducir cuadros de maestros, luego para abrir su propio taller, contratar a vendedores para colocar sus centenares de grabados en los mercados o las ferias.

“Todo el mundo compraba esos grabados”, añade Deldicque. Había ejemplares para todos los bolsillos.

La exposición de Chantilly muestra cerca de 200 obras pertenecientes en su gran mayoría a los fondos de la Biblioteca Nacional de Francia y del castillo de Chantilly.

Por primera vez en décadas, se reproduce la serie de grabados del Apocalipsis, el primer libro ilustrado del artista y una de sus obras cumbre.

Nacido en Nuremberg, Durero fue amigo de los principales humanistas de su tiempo. Conoció y retrató a Erasmo de Rotterdam, y al estallar la revolución luterana, simpatizó con las nuevas tesis protestantes.

Pero también fue un artista con un ojo en el poder. Viajó a Aquisgrán en 1520 para poder asistir a la coronación del nuevo emperador, Carlos V, y para pedirle que le renovara su pensión como artista.

Lo consigue, puesto que es uno de los artistas más admirados en la corte de los Habsburgo. En 1504 graba un “Adán y Eva” que tres años después le servirá como modelo para un cuadro que ahora cuelga en el museo del Prado en Madrid.

Luego, en la cima de su arte, se retrata como hombre del Renacimiento, cabellos largos y rubios y una mirada segura de sí misma, contemplando al espectador.

Pero a Durero le gusta también “retratar la Naturaleza en todas sus formas”, en especial los animales, explica otra comisaria de la exposición, Caroline Vrand.

Destaca una pieza que Durero realizó hacia 1504: la cabeza de un ciervo atravesada por una flecha, visiblemente tras una partida de caza. Es un dibujo que raramente ha salido de los archivos franceses en siglos, recuerda Deldicque.

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