Cientos de miles de personas con problemas de salud mental viven encadenadas: estudio
Muji, de 24 años, padece de una afectación mental. Vive encadenado en una casa de asistencia en Kebumen, Java Central, Indonesia. Foto: Andrea Star Reese. HRW

Peter Beaumont/The Guardian

Según un extenso y preocupante estudio, cientos de miles de personas con problemas de salud mental en 60 países viven encadenadas. Human Rights Watch afirma que hombres, mujeres y niños (desde los 10 años) pasan semanas, meses y hasta años encadenados o encerrados en espacios reducidos, en Asia, África, Europa, Medio Oriente y América.

El reportaje Viviendo encadenados: gente con problemas de salud mental en grilletes en todo el mundo examina cómo personas con discapacidades mentales son encadenadas por sus familiares, en contra de su voluntad, en sus casas o en instituciones saturadas e insalubres a causa del estigma y falta de servicios para la salud mental.

Muchos de los afectados se ven obligados a comer, dormir, orinar y defecar en el mismo espacio diminuto. En las instituciones gubernamentales o privadas, así como en los centros de rehabilitación tradicionales o religiosos, los encadenan como castigo o represión, y los obligan a ayunar, tomar medicamentos o brebajes de hierbas, y se enfrentan a actos de violencia física y sexual.

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El reportaje incluye investigaciones de campo y testimonios de Afganistán, Burkina Faso, Cambodia, China, Ghana, Indonesia, Kenya, Liberia, México, Mozambique, Nigeria, Sierra Leone, Palestina, el autodeclarado estado independiente de Somalilandia, Sudán del Sur y Yemen.

Lo usual es que el encadenamiento lo practiquen las familias que creen que las enfermedades mentales son el resultado de espíritus malignos o un castigo por los pecados de un individuo.

Las personas suelen consultar primero a su fe o curanderos tradicionales, y sólo recurren a los servicios de salud mental como último recurso. Mura, un hombre de 56 años de Bali, Indonesia, acudió con 103 curanderos; como eso no funcionó, lo encerraron en una habitación durante años.

Paul, quien fue entrevistado para el reportaje en Kisumu, Kenya, describió sus condiciones: “Llevo cinco años amarrado. La cadena es muy pesada. No se siente bien, me entristece. Duermo en un cuarto pequeño con muchos hombres. No me permiten usar más que ropa interior. Por las mañanas como avena y si tengo suerte, me dan pan en las noches, pero no todas las noches”.

“Lo usual es que el encadenamiento lo practiquen las familias que creen que las enfermedades mentales son el resultado de espíritus malignos o un castigo por los pecados de un individuo”.

Mudinat, quien estuvo encadenada en una iglesia en Abeokuta, Nigeria en septiembre de 2019, describió cómo defecaba en bolsas durante su confinamiento.

“Hago del baño en bolsas de nylon, hasta que se las llevan de noche. Hace días que no me baño. Aquí, me dan de comer una vez al día. No me dejan salir a caminar. Por las noches, duermo en una casa. Me ponen en un lugar distinto al de los hombres. Odio las cadenas”, dijo Mudinat, a quien describen como discapacitada psicosocial.

Paul y Mudinat forman parte de las 350 personas, incluyendo niños, que el grupo consideró para el estudio.

“Encadenar a las personas con condiciones mentales es una práctica brutal y ampliamente difundida, y es un secreto a voces en muchas comunidades”, dijo Kriti Sharma, investigadora en jefe de los derechos de los discapacitados en HRW, y autora del reportaje. “Hay personas que pasan años encadenadas a un árbol, encerradas en jaulas o corrales porque sus familiares no logran lidiar con sus condiciones y el gobierno no provee servicios adecuados de salud mental”.

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Aunque algunos países prestan cada vez más atención a los problemas de salud mental, todavía no se aborda el tema de los encadenamientos. No hay información, ni esfuerzos internacionales o regionales para erradicar la práctica.

HRW trabajó con activistas por la salud mental con experiencias propias y organizaciones anti tortura y por los derechos humanos para lanzar la campaña global ‘#BreakTheChains’ que busca terminar con los encadenamientos, el 10 de octubre, día mundial de la salud mental.

A nivel mundial, se estima que 792 millones de personas, es decir, una de cada diez, incluyendo a uno de cada cinco niños, padecen condiciones de salud mental. Aún así, los gobiernos gastan menos del 2% de su presupuesto para la salud, en salud mental.

Más de dos tercios de los países no cubren los gastos por servicios de salud mental en sus sistemas de seguros médicos.

Aún en los países con servicios de salud mental gratuitos o subsidiados, los costos de transporte son obstáculos considerables.

Un hombre de Kenya que vive encadenado dijo a HRW: “No se supone que un ser humano viva así. Un ser humano debería ser libre”.

Sin acceso adecuado a sanitización, jabón, o incluso cuidados médicos básicos, las personas encadenadas tienen mayores riesgos de contagiarse de Covid-19. Y en los países en los que la pandemia ha mermado los servicios de salud mental, las personas con condiciones mentales tienen mayores riesgos de ser encadenadas.

“Es aterrador que cientos de miles de personas alrededor del mundo vivan encadenadas, aisladas, abusadas, y solas”, dijo Sharma. “Los gobiernos deberían dejar de ignorar el problema y tomar acciones reales ahora mismo”.

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