Cómo ‘The Queen’s Gambit’ se convirtió en el éxito de Netflix más sorprendente de 2020
Anya Taylor-Joy en Gambito de dama. Fotografía: Phil Bray/Netflix

Adrian Horton/The Guardian

Si fueras a elegir, a primera vista, el hit de la televisión de otoño de 2020, probablemente no sería Queen’s Gambit. La miniserie de siete capítulos de Netflix del creador de Godless Scott Frank y Allan Scott, que se estrenó en octubre, no contiene los componentes obvios del género o la extravagancia de un hit de Netflix. Es la adaptación de una novela de 1983 con buenas críticas pero no muy conocida del mismo nombre por Walter Tevis, una pieza de época de la guerra fría sobre una huérfana que es buena para el ajedrez, un juego cerebral y de alto riesgo, pero no una actividad reconocida por su drama visual. 

Aun así, hasta esta semana Queen’s Gambit es la serie limitada de Netflix más vista, un récord un poco dudoso ya que Netflix cuenta como una “vista” ver más de dos minutos de contenido, pero aún así, atraer a 62 millones de espectadores durante su primer mes es un logro impresionante. (Para referencia, Tiger King, la docuserie de los zoológicos privados de Estados Unidos que arrasó en los inicios de la cuarentena, atrajo a 64 millones de espectadores en su primer mes). 

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¿Cómo explicar el dominio sorprendente de una miniserie de época sobre el inexorable ascenso de una niña a las alturas del prestigio del ajedrez internacional? Para cualquiera que cayó en ella, y con toda la serie que se liberó al mismo tiempo semanas antes de la elección de EU, Queen’s Gambit es material puro para maratón, la respuesta está en la inmersión. Queen’s Gambit es escapismo de primera clase: una historia del menos favorito en un deporte clásico inyectada con el capital de Netflix, un placer descomplicado de estilismo sumptuoso y meticuloso, un portal calmante hacia otro mundo en el que el talento es la moneda invencible. 

Queen’s Gambit juega, especialmente en los primeros episodios, como una rendición madura de una clásica y amada historia de crecimiento de Roald Dahl. Huérfana a los 9 años por un choque de autos, a Beth Harmon (interpretada en el primer capítulo por Isla Johnston) la mandas al Hogar de Niñas Methuen en Kentucky, solitaria excepto por otra huérfana, Jolene (Moses Ingraham), y llena de tranquilizantes, Beth se esconde en un oscuro sótano y se hace amiga del rudo conserje Mr Shaibel (Bill Camp) quien la introduce al ajedrez. Sus habilidades prodigiosas son innegables, su consumo del ajedrez completo. En el día aprendía con Mr Shaibel, inhalaba lecciones que resonarían en el resto de la serie. En la noche, visualizaba tableros en el techo, su mente no terminaba de expandirse. 

En el segundo episodio, a Beth la adopta una pareja infeliz de Lexington, Kentucky, cuyo matrimonio se desintegra. Beth y su madre adoptiva Alma (una maravillosa Marielle Heller, cariñosa e importante) crean una relación codependiente con píldoras y torneos ganados de ajedrez. Anya Taylor-Joy, la estrella de La bruja, de la última temporada de Peaky Blinders y de Emma, interpreta a Beth adolescente y como todas las reseñas dicen, transforma a la extraña Beth en una magnética heroína como toda una estrella. 

Una gran parte del éxito de la serie se debe a la actuación enigmática y emocional de Taylor-Joy, aunque también se le da mucho crédito a la habilidad de la serie de hacer sexy al ajedrez sin sacrificar precisión. Desde su estreno, muchos productores de ajedrez reportaron grandes picos en las ventas, con aumentos desde 215% hasta 1,000%. Los consultores del show fueron el campeón del mundo Garry Kasparov y el entrenador de ajedrez de Nueva York Bruce Pandolfini, que volvieron a la serie “una de las mejores y más exitosas adaptaciones en la pantalla del ajedrez”, según el experto Dylan Loeb McClain en el New York Times

Pero la serie pasa poco tiempo con el didactismo del ajedrez. Puedes verla toda sin entender ni las reglas ni los matices de momentum para sentir la tensión, las pinceladas de genialidad, los colapsos. El ajedrez se ve, bajo la dirección de Frank, como un partido de fútbol: una colisión de estrategias y estilos con pura alquimia. 

El ajedrez también es, en Queen’s Gambit, un placer muy estético que lanzó su propia mini ola de disecciones de la moda de la serie, sus papeles tapiz, y su diseño de interiores. La serie prioriza la belleza, una estética suficiente que apunta a la historia pero más bien la encarna, la eleva, sobre todo en la dramática sorpresa del final milagroso. Su balance de placer sobre complicación la vuelve, como Jane Hu escribió en Vulture, “la Forrest Gump del ajedrez”, una pieza falsa de época” en la que “todo lo potencialmente traumático o problemático se usa activamente como forraje para la belleza”. 

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Fotografía: Phil Bray/Netflix

Esto aplica para el vestuario de Beth que evoluciona según los momentos más oscuros de la serie. Incluso cuando Beth batalla con las adicciones y el peso de la grandeza en los últimos episodios, Queen’s Gambit se mantiene a un paso sereno. En su punto más bajo, Beth cae en una borrachera artística, la cual se usa como la carta atractiva del penúltimo episodio. Beth mirando al techo en ropa interior elegante, desparramada en un sillón en un cavernoso museo de época, una figura etérea a pesar de todas las botellas de vino. 

Ella regresa, por supuesto, mientras Queen’s Gambit usa una estilización fantástica y un optimismo inexorable. Como la marea que sube, Beth sube en las listas del ajedrez, generalmente sin problemas y sin que su género la bloquee. Los hombres competidores y los organizadores suelen dudar de su capacidad, o preguntan sobre su singularidad, pero no hay violencia ni techo de cristal. Queen’s Gambit presenta el talento de Beth, su excelencia imposible, como una bala de plata, una píldora mágica, algo que cuando se mira no se puede discutir u olvidar. 

El impulso más grande de la serie es la confianza reconfortante y anacrónica, y sí, disfrutable, en las habilidades de Beth que hablan por sí mismas. El talento de Beth es el único hecho inmutable e imparable de la serie. Parece que 62 millones de personas y yo nos dimos cuenta de lo lindo que sería vivir en ese mundo.

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