Guernica-Gernika: 85 años del rostro de la atrocidad
El 85% de la villa de Gernika fue destruida por el bombardeo. Foto: Cortesía Gernika Gogoratuz.

Mártir. Un adjetivo que solo se le ha concedido a tres ciudades en la historia de la humanidad: Jerusalén, epicentro de civilizaciones; Hiroshima, martirizada por las bombas más mortíferas creadas por los hombres y Gernika, una pequeña ciudad en el País Vasco que sufrió antes que nadie la tortura de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando Pablo Picasso se enteró de la destrucción de la villa vasca, que no revestía ninguna importancia militar y pasó a la historia como el primer blanco civil destrozado sin razón, decidió dar una vuelta de 180 grados a la pintura que le había encargado el gobierno de la República Española para mostrarse en la Exposición Mundial de París. Su cuadro sería una denuncia de las atrocidades hechas por los fascistas y los nazis.

El 12 de julio de 1937, la humanidad veía por primera vez el Guernica, un espejo atroz en el que podía ver su capacidad para la destrucción, para la muerte. Una advertencia que no escuchó y que le costó millones de muertos por el fascismo que no le importó en ese entonces.

Meses antes, en abril durante un día de mercado, a otros les había tocado sufrir en carne propia la frialdad de la guerra en su propia carne. Los “vascos de piedra blindada” de los que hablaba Miguel Hernández en sus poemas eran blanco de la Legión Cóndor nazi, que luego sobrevolaría como una guadaña de la Muerte sobre Europa.

“Nueve añitos tenía yo, desde las 4 de la tarde hasta las 8 de la noche estuvimos metidos en agua hasta la cintura y eso no se puede olvidar, pero aquí estamos”, rememora Andone Bidaguren, sobreviviente del bombardeo de Gernika, ocurrido en 1937. 

Ubicada a 36 kilómetros de Bilbao, la villa de Gernika no era un objetivo militar. Simbólico sí, porque en su territorio se encuentra un viejo roble, en el que los reyes de España juran lealtad a los viejos fueros vascos, que le dan singularidad a este pueblo, cuya lengua es como ninguna otra y su gente también.

“Ese día, la amatxu –mamá- nos dijo ‘no pueden ir a la escuela’, ¿por qué ama?, ‘porque mañana tenemos trabajo y no podéis ir’. Lunes era 26. El trabajo que teníamos era quitar algunas cosas porque iban a venir de fuera; nos quedamos en casa gracias a Dios, porque aquí no hubiera estado, porque es bien sabido lo que pasó en Gernika; los niños de 9 y mi hermano menor, de 7, pues no nos hubiéramos salvado”, detalla Andone.

La Operación Rügen, a cargo de las aviaciones alemana e italiana, se realizó en la villa de Gernika el 26 de abril de 1937. El objetivo: probar la eficacia de la blitzkireg, la guerra relámpago, un bombardeo a la población civil indemne y, de paso, acabar con la resistencia vasca al norte de la península ibérica.

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Foto: Eusko Ikaskuntza

De acuerdo con narraciones de la época, el ataque comenzó a las 16:20 horas del 26 de abril de 1937. Era un lunes, día de mercado, y en el momento habría en Gernika entre 10 y 12 mil personas. Primero sobrevolaron los bombarderos, que arrojaron bombas de entre 50 y 250 kilos de peso sobre el centro de la ciudad.

“El bombardeo fue completo en el foro; no fuimos a la escuela y parece que Dios nos alumbró y nos salvamos con eso y nada más pudimos venir el día, ya se cerró todo, todo se estaba quemando, no quedó nada, ni escuelas, ni nada; teníamos que caminar kilómetros para ir a la escuela”, recuerda Andone. 

La destrucción no quedó allí. De acuerdo con historiadores de Gernika, fueron arrojadas bombas incendiarias de una aleación de aluminio, zinc y magnesio, la cual reaccionaba con la tierra ardiendo hasta temperaturas de mil 500 grados centígrados. El incendio se veía a kilómetros de la villa.

“Mis hermanos tenían que ir a la escuela y yo también, pero luego se llevaron a mi padre a la cárcel, mi madre estaba sola con seis hijos y unos con escuela y otros sin escuela y así pasó la tarde; Gernika, como estaba ardiendo, no se podía ir a ninguna parte y no veíamos más que llamas hasta que se paró el bombardeo, llamas y llamas y llamas, nada más eso es lo que vimos aquel lunes nos salvó la vida no venir a la escuela”, añade la sobreviviente. 

Como si esto no fuera poco, los aviones nazis, fascistas y falangistas volaban casi a ras de suelo, ametrallando a los que huían para intentar salvar la vida. No se sabe cuántas personas murieron aquella tarde infernal, pero lo que sí se conoce es que el 85% de Gernika fue completamente destruido. El calor incluso hizo que las piedras se mantuvieran al rojo vivo por horas.

“Podemos contar lo que vimos entonces y nada más, aquello no se puede olvidar. Y aquí vivimos ahora que podemos contar lo de aquel día. No podríamos olvidar ningún sitio, a la madre la acompañábamos a todos lados porque sin padre estuvimos como cuatro años. 

“A mi padre lo llevaron porque era nacionalista, que no era de Franco, era nacionalista. Y los que eran nacionalistas a la cárcel; mis suegros, que también eran nacionalistas de pura cepa, se marcharon a Francia y estuvieron años allá. Al padre le denunciaron que estaba dando de comer a los gudaris -soldados vascos- y que tenía armas y que tenía no sé qué, que tenía no sé cuánto, todo mentira”, detalla Andone Bidaguren. 

A pesar del bombardeo, de la muerte y la destrucción, el simbólico roble de las libertades vascas se mantuvo en pie. De la misma manera que el espíritu de quienes supieron sobrevivir al horror del fascismo, de la guerra, y que hoy viven para recordarlo.

“Nos quitaron todo, casas, pisos, todo nos quitaron, pero la vida de entonces y la vida de ahora es algo extraordinario, habiendo de todo, ahora queremos más; antes no teníamos nada, pero eso nos enseñó a ser felices”, concluye Andone.

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