El día después de la fiesta patria

Cada año, millones de personas celebran el aniversario de la Independencia de México, ocurrida en 1810. Aunque el día oficial es el 16 de septiembre, una noche antes las familias mexicanas se reúnen en sus hogares para cocinar y cenar los platillos típicos de la gastronomía mexicana como el pozole, las tostadas de picadillo o los pambazos. Otras, en cambio, prefieren asistir al Zócalo o disfrutar de algún concierto en plazas públicas. Pero ¿cómo lucen las calles, el transporte y los hogares en la Ciudad de México después de la celebración? A continuación, algunos escenarios que retratan lo que ocurre después de la fiesta patria.

Al término de la fiesta, la basura se acumula y se extiende incluso en las banquetas de la ciudad.

Las huellas de la celebración son visibles hasta en las patrullas de la policía, que muestran emojis hechos con latas de “lluvia de nieve”.

Los platos sucios, las serpentinas lanzadas y las trompetas usadas son rastros cotidianos del festejo en los hogares mexicanos.

¿Y se consumió alcohol? Aunque en algunas alcaldías la venta está prohibida, los vasos vacíos son los vestigios que demuestran el ingenio de las personas para conseguirlo, ya sea en forma de michelada o “azulito”.

Y después de la fiesta viene el momento de “curar la cruda”. Los puestos ambulantes de comida que dan servicio hasta en la madrugada son un buen refugio post-festejo.

En casa, al final de la celebración, la cocina es el epicentro del desastre. Las esponjas, el jabón y los trapos son los fusiles adecuados para enfrentar esta “guerra”.

Los puntos blancos de pólvora en el pavimento exhiben que la práctica de usar pirotecnia la noche del 15 de septiembre no se abandona, aunque su mal uso puede ser peligroso o…

Salirse de proporción, como en esta escuela de Chalco, Estado de México, donde la pirotecnia provocó que un árbol y parte del inmueble se incendiaran.

La tradición mexicana lo dicta: al día siguiente de la fiesta del 15 de septiembre viene el recalentado. Los platos vuelven a llenarse.

Mientras se disfruta el recalentado, el transporte público funciona prácticamente vacío: sin niños y niñas que van a la escuela y con pocos adultos que viajan al trabajo.

Y en las calles de la ciudad hay tranquilidad. Los carros no causan embotellamientos, se pausa la prisa diaria de las personas y la habitual rutina de la capital no existe… al menos por unas horas.