Una boxeadora que sube al ring por las víctimas de feminicidio
La boxeadora Sol Vargas. Ilustración: La-Lista

Soledad Vargas pelea con los puños, es boxeadora. Por si no fuera suficiente la fuerza que exige el deporte, ahora también pelea por Clemencia, Rafaela, Esperanza, Gema, Yolanda y muchas más. Soledad puso sobre su uniforme de pelea los nombres de las mujeres que han sido víctimas de feminicidio en Michoacán, su estado natal. Esta es su historia.

De niña, Sol eligió el futbol. Pudo ser una buena elección, pero no sentía que sus padres estuvieran orgullosos de ella. Es la más pequeña de cuatro hermanos y creía que sobraba. Para su mamá los preferidos eran sus dos hermanos, para su papá era su hermana.

Sol viene de una familia en la que el boxeo es tradición. Su abuelo materno era entrenador de box y su papá era tan fan que llevaba a Sol a ver las peleas al palenque. Ella veía a su padre emocionado y pensaba que quería esa atención para ella, fue entonces cuando la idea de los guantes, el ring y los golpes le parecieron una gran oportunidad para que la mirara con esa emoción.

Empezó en el boxeo a los 12 años y logró la atención de su padre. Siempre estaba en sus peleas y aunque nunca se acercó a darle ánimos y echarle porras, ahí estaba la mirada de fanático sobre su hija, no importaba si ganaba o perdía, él siempre estaba ahí.

Sol conoció la adrenalina del deporte y se enamoró del box, de la pasión del sacrificio y de los cambios que esta disciplina trajo a su vida.

Ahora Sol pelea en tres divisiones: peso átomo, peso paja y peso mini mosca. Y no lo hace como amateur, pelea de forma profesional. El box la ha llevado a diferentes estados de la República y también a conocer el ring de otros países.

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Foto: Cortesía Sol Vargas

Los golpes bajos de la violencia

En el ring es donde Sol ha vivido sus pérdidas, sus luchas y sus orgullos. Era 2016 y la habían invitado al torneo Capital de Campeones en la Ciudad de México cuando recibió una llamada para informarle que un tío muy cercano, hermano de su papá, había sido encontrado envuelto en la carretera.

Pensó en no llegar a la pelea, pero se arrepintió: “Si me dijeran que va a revivir a mi tío, pues tiro la pelea, pero no. Como una boxeadora profesional me tocó atorarle y ese día grité como si estuviera ahí tendido, me limpié las lágrimas, me sacudí las rodillas y así me fui a pelear”.

Sol peleó con un uniforme rosa con negro, la misma combinación que llevaba su tío la última vez que lo vio. Le dedicó las tres peleas y las tres las ganó.

En esa ocasión, Sol se coronó como campeona de la división mini mosca.

El gancho del feminismo

Sol no se consideraba feminista, incluso sostuvo una discusión donde expresó “que nada se ganaba con rayar, con romper”.

Algo cambió el día que vio un video por redes sociales en el que la señora Yesenia Zamudio gritaba por el feminicidio de su hija Marichuy. Los hechos ocurrieron el 15 de febrero de 2020, cuando Yesenia protestaba afuera del edificio en el que fue asesinada brutalmente Ingrid Escamilla.

El mensaje de Yesenia resuena lleno de rabia: “Yo soy una madre que me mataron a mi hija, soy una madre empoderada y feminista, y estoy que me carga la chingada. Tengo todo el derecho a quemar y a romper. No le voy a pedir permiso a nadie porque yo estoy rompiendo por mi hija. Y la que quiera romper que rompa y la que quiera quemar que queme y la que no… que no nos estorbe”.

Marichuy Jaimes fue asesinada en 2016, tenía 19 años y era estudiante de Ingeniería Petrolera en el Instituto Politécnico Nacional. Marichuy cayó de un quinto piso y los hechos se investigaron como un suicidio, pero cuatro años después, tras la lucha incansable de su madre, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México reclasificó la investigación como un feminicidio.

Sol vio en el rostro de Yesenia la cara de su madre. “Yo sé que ella lo haría, yo sé que ella haría lo mismo”, enuncia Soledad y recuerda que en ese mismo momento estaba su hijo al lado de ella y también pensó: “Si le hacen lo mismo a mi hijo, yo voy a hacer lo mismo”.

Sol no sabía porque las feministas salían a marchar y en su camino destrozaban todo. Ahora reconoce que las juzgó “sin saber cuál es el motivo de cada una de las personas”.

“Me sentí culpable en ese momento, porque yo sabía que sabía varias historias de varias boxeadoras donde gritaban que el entrenador las acosaba”, recuerda Sol de aquel momento.

Un round tras otro

No había forma de escapar de la violencia, estaba en todas partes, lo veía en las series de televisión y también en la realidad.

El proceso de Sol ha sido una cascada de situaciones, desde comenzar a recordar esas historias de “tú fuiste tocada”, asumir que a ella la tocaron y también a otras mujeres cercanas, hasta reconocer el estado de las mujeres en el gremio del boxeo.

Es sabido que algunas de las boxeadores sostienen relaciones con los promotores y eso les da cierto tipo de privilegios, eso pasa de la misma manera con los entrenadores. También es sabido que cuando pesan a las boxeadoras puede ser un momento en el que aprovechan para tocarlas. Sol no deja de pensar que las niñas empiezan en el boxeo a los 7 años.

Una chica de la Ciudad de México empezó a alzar la voz y en alguno de los tendederos que sirven para las denuncias de acosadores y violencia sexual, puso el nombre de un entrenador.

La violencia rozaba de cerca la historia de Sol. Un día de abril de este año, Sol leía sobre los hallazgos del cuerpo de una joven, Emilia, cuando su hermana y sus dos hijas desaparecieron. 

Era 5 de septiembre de 2022 cuando Emilia y su madre iban a bordo de un vehículo. Ambas fueron interceptadas por hombres armados, golpearon a la madre y aunque ella gritó con todas sus fuerzas, se llevaron a Emilia de 14 años.

Emilia cursaba el tercero de secundaria, le gustaba escuchar música en inglés y disfrutaba de dibujar. Empezó a entrenar básquetbol meses antes de su desaparición y de grande quería ser militar.  

Siete meses después de su desaparición, la Fiscalía General del Estado de Michoacán confirmó haber encontrado restos humanos en el municipio de Apatzingán que correspondían a Emilia, días antes de que la adolescente cumpliera 15 años.

La desaparición de su hermana y sus hijas, sumado al hallazgo de los restos de Emilia desbloquearon un recuerdo para Sol.

Tenía 13 o 14 años cuando ella y su madre se dirigían a comer a la Unidad Deportiva de Apatzingán. Esa área siempre estaba muy sola, recuerda. Venían caminado y hacía mucho calor. Soledad vestía un short negro y frente a ellas se estacionó un auto. Un hombre, que vestía mezclilla y una playera azul con verde, bajó del automóvil y le gritó a la mamá de Sol que se la iban a llevar. Había más hombres dentro del coche.

La mamá de Sol, consciente de lo poco que podría hacer le gritó: ¡Corre! Sol no supo cuánto corrió, pero aquella era la carrera por su vida.

Ella recuerda que el auto venía en reversa hacia ella, pero no dejó de correr. Corrió hasta un taller mecánico que estaba abierto y le dijo a la primera persona que vio: “Me vienen siguiendo”.

El señor le dijo que pasara y le dio un lugar para sentarse. Vio pasar el auto en el que se la iban a llevar. Al tiempo, llegó su madre, la abrazó y le dijo: “Por poquito y ya no te vuelvo a ver”. También le dijo que no le mencionaría nada a su padre o no la volverían a dejar salir. Sol le echó la culpa a sus shorts cortitos y después de eso, los tiró todos.

A Sol le cuesta trabajo hablar de aquel momento, mientras más lo recuerda se enfrenta a detalles que estuvieron cautivos en su memoria durante muchos años.

Todo era un cúmulo de emociones: supo del paradero de su hermana y sus hijas, gestionó el impacto de esos recuerdos repentinamente recuperados y no dejó de pensar en Emilia.

Sol decidió contactar a Rosa, una compañera de la secundaria y familiar de Emilia, para que le preguntara a los padres de la adolescente desaparecida si había manera de que ella “pudiera usar su nombre en un uniforme, con todo el amor y el respeto” como una forma de homenaje.

Sol llamó a la mamá de Emilia. “La entiendo, la quiero entender porque ni siquiera me imagino el dolor por el que está pasando”, rememora. Soledad llevó el nombre de Emilia al ring.

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Foto: Cortesía Sol Vargas

Luego, entregó el uniforme al papá de Emilia días antes del Día del padre. Él le dijo que “hubiera querido que en vez de entregarle el short, hubiera entregado a su hija”. También le dijo que no perdía la esperanza de que su hija estuviera viva y que iba a seguir en la búsqueda porque no estaba conforme con “los tres o cuatro huesos que le entregaron de ella”.

“No sé hasta cuándo nos van a permitir seguir con ese estado de violencia”, dice Sol sobre la situación que prevalece en contra de las mujeres y cuenta que le han dicho: “’Tú porque eres boxeadora te vas a defender’, pero creo que si vienen dos o tres hombres más fuertes va a ser más difícil para mí defenderme”. También otras mujeres le preguntan “¿el boxeo te va ayudar?” Ella responde: “Puede que el boxeo sí te salve la vida”.

Emilia no fue la primera

Antes de Emilia, Sol llevó el nombre de 41 mujeres víctimas de feminicidio en su uniforme. Pensó que debía alzar la voz y que quizá después más boxeadoras también la levantarían.

Sol comenzó a investigar y consideró que no había forma de indagar sobre las mujeres que habían muerto a manos de la violencia feminicida, “hacen como si fuéramos un animalito, ya lo atropellaron y ya se murió, se quedó ahí. Así es el valor que se nos da como mujer. Parece que no dejamos huella, que no pasó nada”.

Pero ya lo había decidido y empezó a dibujar su nuevo uniforme y preguntó dónde podía acceder a los nombres de las mujeres. Una maestra suya le contó de Yo te nombro: El mapa de los feminicidios en México, que la ingeniera geofísica María Salguero empezó en 2016.

En el mapa se incluye una descripción de la situación, el rango de edad de la víctima, la relación que tenía con el feminicida, la fecha y algunos datos que pudieran conocerse.

Sol abrió el mapa, dirigió la brújula a Michoacán y empezó a registrar los nombres de las mujeres de su tierra que habían sido víctimas de feminicidio.

“Había muchos nombres desconocidos, de mujeres que no sabían su identidad”, cuenta y recuerda que empezó a escribir todos los nombres.

Sol se sentía sola en su batalla. Le preguntó a su esposo, quien es su entrenador, si la apoyaba y en su respuesta encontró refugio. Le preguntó a su promotor y también la apoyó. Mandó los colores para el uniforme y los nombres que llevaría para su siguiente pelea.

Cuando vio la primera imagen del diseño no contuvo las lágrimas. Todavía cuando mira nuevamente el short, el impacto es el mismo.

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Foto: Cortesía Sol Vargas

Llegó el día de la pelea, era 9 de abril de 2021, Sol tenía nervios y tenía miedo de lo que pasaría.

Su short es de color morado, con unos pliegues que hacen a su vez una especie de falda donde porta los 41 nombres de mujeres víctimas de feminicidio. En el resorte blanco lleva la frase #Niunamás. Sobre el pecho, en un top blanco, lleva impreso un puño feminisma y la leyenda: Mujeres en lucha.

Para su entrada a la pelea pidió Canción sin miedo de Vivir Quintana, pero no se la pusieron. Pidió también un minuto de silencio, pero eso tampoco sucedió.

“Si no lo hacen, yo lo voy a hacer”, pensó.

Peleó y ganó. Cuando levantaron su brazo en señal de la victoria, llevó su otra mano a su boca en señal de ese minuto de silencio que le fue negado, y aunque hubo críticas y mucha gente no entendió, Sol se sintió plena y afortunada de llevar esos nombres hasta el ring de pelea.

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Foto: Cortesía Sol Vargas

Más boxeadoras comenzaron a portar los mismos colores de la lucha feminista y a llevar los nombres de las mujeres. Sol ha sido una inspiración.

Actualmente, el short con los 41 nombres de las mujeres víctimas de feminicidio se encuentra en el Instituto de la Mujer Moreliana para la Igualdad Sustantiva en espera de ser entregado a familiares de las víctimas.

Sol tiene 31 años y su carrera tiene derrotas, empates y muchos triunfos. Es campeona nacional y ha peleado dos campeonatos mundiales, en uno de ellos quedó empatada y se posicionó en el número 1 del mundo en peso átomo.

Sus planes son seguir en el boxeo y vivir un día a la vez. Su lucha no termina con portar los nombres de las mujeres víctimas de feminicidio en Michoacán, sabe que ese mapa que alguna vez consultó está lleno de cruces de otros estados de la República.

Ha intentado dar talleres gratuitos de box para mujeres, pero no ha tenido suerte. Piensa que tal vez porque es gratuito o porque el box está concebido como un deporte para hombres. Sin embargo, ella piensa que con los talleres puede “regalar una historia de vida”.

Mientras tanto, Sol seguirá peleando para presentarse en un nuevo campeonato por el título del mundo.

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Foto: Cortesía Sol Vargas

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