La diversidad que maneja Biden en los principales puestos políticos es sólo una ilusión de cambio
Foto: EFE

Por: Nesrine Malik

Puede que hayan oído que Joe Biden está contratando a muchas mujeres. Durante su campaña prometió el gabinete más diverso de la historia de EU. Hasta ahora tiene un equipo de comunicación integrado sólo por mujeres y hay varias mujeres en puestos que sólo habían ocupado hombres.

Con la selección de la vicepresidenta Kamala Harris todos estaban muy entusiasmados. ¿Qué mejor forma de fumigar al trumpismo que llenando de mujeres los puestos más importantes? “Se va el club de chicos”, dijo la NBC.

Un artículo de The Washington Post enumera cuatro razones por las que el gabinete debe estar integrado en un 50% por mujeres: Biden se los debe. Se ve mal que otros países como Finlandia y Sudáfrica hayan llegado allí primero. Es fácil encontrar mujeres calificadas y además, sólo es cuestión de tiempo.

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Detrás de la escena, hay mucha presión para que BIden tenga un gabinete diverso y que en general designe a más personas de color. Algunos miembros democráticos del Congreso han dicho que se nombre al menos cinco latinos más en los puestos del gabinete principal.

Los legisladores asiaticoamericanos y los de las islas del Pacífico redactaron un documento para expresar que “si no hay más miembros de sus comunidades nominados, estarían muy decepcionados”. Como los ganadores que se reparten los despojos de la guerra, grupos diversos de estadounidenses se están disputando los espacios en la nueva administración.

Esto podría ser el principio de algo bueno. Pero también podría ser un callejón sin salida. La diversidad tiene dos caminos. El primero importa porque sirve para enfrentar la desigualdad estructural que produce la marginalización de esos grupos. El segundo es el fin en sí mismo.
En una especie de carrera de relevos de identidades, las mujeres y las personas de color reciben la estafeta, siguen corriendo, y sirven para bendecir y reforzar el estatus quo racial y económico.

Cada vez son más liberales que optan por lo segundo: un compromiso con la diversidad que promete cambios cosméticos sin transformación más profunda. Esto es parte de la actitud que ya lastima al partido demócrata entre los asiaticoamericanos y latinos, a quienes, en el contexto electoral, se les trata como monolitos y se les da por hecho.

Según Harris, las palabras que le dirigió Biden eran un punto clave cuando le ofreció el trabajo. “Cuando Joe me pidió ser su compañera de fórmula, me habló de su compromiso para tener un gabinete que fuera como EU, que refleje lo mejor de nuestro país. Eso es lo que hemos hecho”.

Las diferentes selecciones de BIden, “los mejores del país”, no son los representantes de los que los pusieron en el cargo sino adornos. Son embajadores cuyo único propósito es servir de prueba a la meritocracia: si trabajas duro y eres “lo mejor”, también vas a dar un buen espectáculo.

La diversidad en el gobierno no tiene que ver con la solidaridad, se usa como prueba de sensatez en el sistema: la elevación de las mujeres en particular como “jefas feministas” que no serán interrumpidas, la reducción del profundamente serio negocio del gobierno a la política de inspiración.

Resulta molesto e infantil pero no puede negarse. Hay mucho valor en la política inspiracional. No cabe duda de que es muy importante ver a gente que tiene tu aspecto ocupar lugares exclusivos. Desata la confianza y la ambición. Y hay capital político en el cuidado de la reputación de inclusividad del partido.

Pero cuando todo se detiene, nos quedamos con una forma engañosa de una política de liberación que no consigue nada más que dejar que los partidos, y las empresas, se salgan con la suya por unas caras nuevas.

En un artículo sobre Harris en el Philadelphia Inquirer, Solomon Jones enfatiza que tras ocho años de decepción con Barack Obama, la comunidad negra necesita algo más que designaciones simbólicas. “Ya vimos antes esta película”, escribe Jones.

“Soy un demócrata con registro, pero también soy un realista declarado. El que haya caras negras y cafés al frente repitiendo ‘justicia racial’ no impide que la discriminación afecte los créditos, empleo, educación, justicia criminal, o cualquier otros de los miles de sistemas que tratan injustamente a las personas de color”.

Cuando un partido que gobierna pero tiene políticas conservadoras contrata a la gente para hacer que el gobierno “se vea” de cierta forma, hace el cambio, pero las cosas siguen igual o peor. Una buena demostración de esto es la “más reciente elección parlamentaria de la historia” que llegó a Westminster en 2019.

La elección para el Partido Conservador de varias mujeres, personas de raza negra y otras minorías, y su ascenso en el gabinete produjo un gobierno que se siente más confiado cuando implementa políticas para ambientes hostiles y en donde los ministros de mayor rango de diversas procedencias étnicas se reclutaron con el objetivo de negar el racismo estructural.

La clave para la falta de potencial en la labor de Biden está en el hecho de que los nombramientos se han recibido con alivio por el regreso a la normalidad. Brendan Buck, exasesor del antiguo vocero de los republicanos en la casa de representantes, Paul Ryan, tuiteó: “Estas nominaciones de Biden y sus designaciones aburren que da gusto”.

Los analistas de Politico escribieron que la selección de equipo de Biden se caracteriza por su creencia en un “proceso linear, laborioso, lleno de propósitos y de políticas estándar”. No podemos olvidar que fue con la administración “estándar” y relativamente “aburrida” de Obama que empezó el movimiento por Black Lives Matter. La diversidad de esta manera es una palanca fantasma, un aparato que no está conectado con ningún mecanismo del poder pero que da la ilusión del cambio”.

En la euforia de los liberales por la derrota de Trump, sentí algo de impaciencia en contra de aquellos que no se unieron a la celebración. “Hay gente que nunca va a estar feliz”, se quejaban.

Si nuestras expectativas alcanzaron un nivel tan bajo que tenemos que estar agradecidos con la sola presencia de la diversidad visual en regímenes que nos han fallado desde hace tiempo, entonces no hay mucho que celebrar.

Nesrine Malik es columnista de The Guardian

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