‘Los niños gritaron por horas’: los horrores del huracán Otis dejan estragos entre la población más pobre
Daños causados por el huracán Otis en los edificios de la zona turística de Acapulco, Guerrero. Foto por Rodrigo Oropeza para AFP y Getty Images.

En la madrugada del miércoles 25 de octubre, Josefina Maldonado, de 60 años, abuela de dos niños y quien vive en Renacimiento, en Acapulco, Guerrero, vio cómo el techo de metal de su casa volaba hacia el cielo, arrancado por vientos de 270 kilómetros por hora (km/hr). La casa familiar y todo y todos quienes estaban dentro, incluidos dos niños aterrorizados, fueron presas de la torrencial lluvia y de los horrores del huracán “Otis”. La mayoría de los muebles, incluidas camas, fueron arrasados.

“No es que el viento fuera más fuerte que el agua o viceversa. Ambos trabajaban juntos”, dijo Maldonado. “Estuvimos despiertos toda la noche tratando de salvar lo que podíamos; los niños gritaron y lloraron durante horas”, agregó.

El huracán “Otis” ha sido la tormenta más fuerte que se ha registrado en las costas del Pacífico mexicano; dañó más de 200 mil hogares, mató, al menos, a 48 personas; y dejó decenas de personas desaparecidas. Lo inadvertido de su intensidad está ampliamente aceptado como una de las mayores deficiencias en las recientes predicciones meteorológicas. Dos días antes de que tocara tierra, el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos clasificó a “Otis” como huracán de categoría 1, pero sus predicciones cambiaron a categoría 5 unas horas antes de que la tormenta azotara. Para entonces, poca población en Acapulco había tenido tiempo de evacuar.

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Roxana Guerrero y su esposo, Jesús Rojas, arman lo que quedó de su casa en Acapulco. Foto: Alexandre Meneghini/Reuters.

De acuerdo con el Centro Nacional de Huracanes estadounidense, la crisis climática ha alterado la temperatura del agua en el Pacífico, lo que ha hecho más comunes este tipo de aceleraciones.

En Renacimiento, un día después de la llegada del huracán “Otis”, los residentes utilizaron rastrillos y palas para amontonar los escombros, entre los que había refrigeradores, colchones, recipientes de comida, señales de tráfico dobladas y triciclos delante de las casas; los pobladores crearon un camino para caminar entre las propiedades destruidas.

Maldonado no encontró ninguno de sus muebles entre los escombros, pero tuvo que hacer fila a la entrada de la colonia a la espera de un vehículo militar que repartía agua. No fue hasta el día siguiente que ella y otros habitantes recibieron, por familia, contenedores con suministros para varios días.

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La gente hace fila para abastecerse en Puerto Marquez, cerca de Acapulco. Foto: José Luis González/Reuters.

Sin embargo, tuvieron que buscar alimentos, medicinas y otras provisiones. “Casi no hemos recibido ayuda”, aseguró Maldonado.

Dos días después del paso de “Otis” los residentes se enteraron que el Ejército distribuiría latas de frijol, arroz y galletas en el barrio contiguo. Sin embargo, una gran multitud ya se había congregado y era claro que los suministros eran insuficientes para todos.

“La gente empezó a pelearse por la comida. Al inicio sólo a gritos, después a empujones y puñetazos. Los marinos dejaron de distribuir los suministros y se retiraron”, detalló Maldonado. “Solamente decidieron que ya no querían repartir”.

Muchos residentes recibieron ayuda de vecinos con mayores recursos. Varios días después de que la tormenta golpeó Acapulco, cuando muchos caminos de la ciudad estaban despejados, comenzó a verse el desastre económico con un alza de precios al doble o triple de lo normal. Sin embargo, gran parte de la población no tenía dinero. Algunos ciudadanos tuvieron que hacer viajes en taxis colectivos a más de una hora de distancia para llegar a lugares donde habían oído que podían conseguir comida.

Mientras los residentes más ricos de las zonas hoteleras de Acapulco pudieron darse el lujo de abandonar la ciudad, muchas y muchos trabajadores que prestaban servicios turísticos temían que, al huír, perdieran las pocas pertenencias que les quedaban. Y aunque podían tomar autobuses gratuitos hacia Chilpancingo, la cercana capital del estado, apenas tenían dinero suficiente para quedarse ahí unos días.

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El presidente Andrés Manuel López Obrador, al centro, y los integrantes de su gabinete pasan por una comunidad en el kilómetro 42, a 18 millas al norte de Acapulco, Guerrero. Foto: Rodrigo Oropeza/AFP y Getty Images.

“Todo el mundo necesita volver a trabajar, pero los empleos ya no existen”, menciona Maldonado mientras señala los edificios y las paredes derrumbadas por el huracán “Otis”.

De acuerdo con las evaluaciones preliminares publicadas el por autoridades locales, el huracán “Otis” destruyó 80% de los hoteles de Acapulco, lo que sería devastador para la economía de la región, un punto turístico internacional en una de las entidades más pobres de México.

El gobierno mexicano estima que la reconstrucción en Acapulco costará 61 mil millones de pesos. Varios políticos destacados de Morena, el partido gobernante en el país, han ofrecido donar un mes de sueldo a las personas damnificadas. A la par, el gobierno ha enviado 20 mil raciones de comida y 200 mil litros de agua a Acapulco. Aún así, cientos de miles de personas han permanecido en la ciudad mientras el clima volvió rápidamente a marcar 32 grados centígrados tras el paso de “Otis”.

“Queremos que todos sepan que si su casa sufre daños el gobierno les ayudará”, mencionó Ariadna Montiel Reyes, secretaria del Bienestar. La funcionaria agregó que en los próximos días, las autoridades incrementarán el número de puntos de distribución de raciones.

Para algunos, como Abdul Ramírez, taxista de profesión, las promesas parecen vacías. “Estamos esperando al gobierno cuando decida venir. No los culpamos, pero no están presentes”, dijo.

El presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que las Fuerzas Armadas entregarán ayuda humanitaria esta semana para que ni organizaciones ni gobiernos locales “lucren con la necesidad de la gente”. El mandatario habló con optimismo de los esfuerzos para la reconstrucción y espera que las familias de Acapulco puedan estar “contentas para Navidad”.

En la colonia La Colosio, que sufrió graves daños e inundaciones, algunos de sus habitantes, desesperados, tuvieron que tomar lo que necesitaban del Walmart local. Sin los suministros del supermercado, muchos habrían pasado hambre por días debido a que las severas inundaciones mantuvieron la zona incomunicada del resto de la ciudad.

Aunque el estacionamiento del supermercado estaba cubierto con señalamientos de metal, postes derribados y jardineras destrozadas, varios hombres crearon un camino y rompieron una ventana para entrar. En dos días, los estantes estaban vacíos.

“Cuando llegamos toda la comida había desaparecido, sólo quedaban dulces. Mi marido dijo: ‘¡Está bien, el chocolate nos dará energía!’, narró la médica Laura Díaz.

Ante la falta de suministro de gas, los habitantes tuvieron que cocinar en hogueras colectivas encendidas entre restos de basura. Para el domingo 29 de octubre las carreteras estaban despejadas, sin embargo, en La Colosio seguían sin recibir alimentos ni agua del gobierno. Lo único que llegaban eran botellas de agua de medio litro esporádicamente repartidas por integrantes de la Guardia Nacional que pasaron por el lugar.

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Personas trabajan para liberar sus automóviles atascados en el lodo en Progreso, Acapulco. Foto: Quetzalli Nicte-Ha/Reuters.

Mientras la ciudad se llena de toṕografos que cargan sus portapapeles y tropas con armas automáticas, Maldonado ha comenzado a preguntarse por qué estas personas que fueron enviadas para ayudar no están repartiendo artículos de primera necesidad, como agua y comida. “Podría ser una prueba de Dios… Quizás sea nuestra penitencia”, mencionó.

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