Terapias de conversión en México: “Fue como una pesadilla con rezos, insultos y golpes”, confiesa víctima de ECOSIG
A Carlos y a Charlie les dijeron que no debían ser quienes ellos querían e intentaron "corregir" su orientación sexual mediante terapias de conversión. Te contamos sus historias.

Desde 2024, las terapias de conversión están prohibidas en México, pero no siempre fue así: antes era común que escuela e iglesias las promovieran.
/La-Lista
Carlos Ávila tomó un retiro espiritual en San Juanico, Estado de México, con la esperanza de encontrar a Dios, pero solo halló un infierno. Era Jueves Santo y lo sacaron de la cama para “curarlo” a golpes. Así conoció la crueldad humana y se convirtió en víctima de las mal llamadas “terapias de conversión”.
“Llegamos tarde de una misa, nos mandaron a nuestras habitaciones a dormir y yo estaba acostado cuando de repente alguien me levantó con fuerza. Me quedé totalmente bloqueado, porque no entendía que estaba pasando. Eran cinco personas con capuchas negras”, cuenta.
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Los encapuchados lo llevaron a un salón, le vendaron los ojos y lo obligaron a hincarse. Petrificado de miedo recibió “el castigo” por ser lesbiana. En ese entonces tenía 15 años y su aspecto era el de una mujer. Los jóvenes católicos ya habían mostrado rechazo hacia su orientación sexual, pero no sed de violencia.
Primero vino una patada, luego otra y en medio de todo eso hubo gritos, rezos y groserías. Las piernas de Carlos no respondían ni los dedos ni los brazos ni alguna otra parte de su cuerpo, así que no pudo defenderse. No tenía celular, no podía volver a casa y con el miedo encima, solo atinó a hacerse bolita y esperar a que amaneciera.
Carlos es ahora un hombre trans de 21 años, pero recuerda la escena con mucha claridad. “Era como en las películas de terror, como estar en una pesadilla”, dice.
Antes de que empezara la golpiza, había recibido señales de que no era bienvenido. Le habían hecho comentarios negativos y se había sentido segregado, pero jamás imaginó que el retiro podía derivar en una agresión.
“Eres una machorra. Te lo vamos a quitar, esto es una enfermedad”, es la frase que más recuerda, pero lo que aún lo hace estremecerse son los rezos, porque sus captores dieron vueltas a su alrededor y rogaron a Dios que lo salvara.
Por temor a otras represalias, Carlos calló sobre aquel ataque y esperó pacientemente que acabara el retiro. Las últimas tres noches no durmió, tenía terror de que volvieran por él…
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Antes de que conociera los Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual o la Identidad de Género (Ecosig), Carlos ya había atentado contra su vida. Se sentía solo e incomprendido. La escuela recomendó que lo llevaran a un centro de atención psicológica, pero su madre solo pudo pagarle una terapeuta en su localidad.
La “doctora” fue la responsable de la suerte de Carlos. Ella estaba vinculada a ese grupo religioso y fue quien lo remitió a los retiros que presuntamente le ayudarían a entender quién era.
La Organización de las Naciones Unidas clasifica estas prácticas como Ecosig, pero advierte que no están destinados a “curar” y que, por el contrario, provocan afectaciones psicológicas y físicas de larga duración.
En su último reporte independiente, las define como “intervenciones profundamente dañinas que se basan en la idea médicamente falsa de que la población LGBT+ está enferma”.
El objetivo de “las terapias” es que las víctimas rechacen o supriman su autopercepción y con tal de lograrlo infligen culpa, dolor y hasta sufrimiento severo.
Busca Ecosig aniquilar personalidad
Charlie López cursaba el cuarto grado de primaria cuando su maestra lo regañó por “gritar como niña” en el salón. La escena está borrosa en su cabeza, pero tiene claro que se encontraba jugando con sus compañeros, y que no fue una pelea o una discusión.
Ese grito bastó para que la profesora lo identificara como un “problema”. Revisó sus cuadernos y su mochila, le recriminó su comportamiento solitario, cuestionó su caligrafía “por ser demasiado femenina” y hasta su falta de afinidad al futbol, para finalmente reportarlo a la dirección.
Para ella, Carlitos “no actuaba como un hombre” y necesitaba ayuda externa. Junto al cuerpo directivo, la profesora exigió a la familia que sometiera a Charlie a un tratamiento psiquiátrico y amenazó con expulsarlo del colegio si no cumplían esa demanda.
Así, a sus 10 años de edad, Carlitos -como le llamaban en casa- terminó en lo que se conoce como “terapia de conversión”.
“Decían que yo tenía que corregir mi manera de ser. Fue un tiempo muy difícil para mí y para mi mamá. Yo era muy chiquito y siento que esa maestra solo quería trastornarme. Pero mi mamá no tuvo más remedio que llevarme”, comenta.
Charlie empezó a frecuentar un hospital psiquiátrico infantil situado al sur de la Ciudad de México. Y precisamente, en 1990 empezaron a administrarle un medicamento bajo la creencia de que “corregiría su homosexualidad”; ese mismo año, la Organización Mundial de Salud (OMS) reconoció que sentir atracción por el mismo sexo no era una enfermedad.
“El psiquiatra era muy violento, me preguntaba a esa edad si me gustaban los niños, si me gustaban los hombres. Me preguntaba si me gustaban los señores e incluso me cuestionó si me sentía atraído por él, pero yo ni siquiera había pensado en eso jamás”, comenta Charlie.
De eso trataba la supuesta terapia: un hombre adulto, que superaba los 50 años, interrogaba a solas a un niño asustado, e insinuaba que podría desear encuentros sexuales con cualquier hombre que cruzara por su camino.
“Yo ni siquiera sabía que estaba pasando, solo sabía que yo era así, y que nunca había tenido problemas por ser amanerado (…) Pero de pronto estaba en ese ambiente, donde me señalaban, donde decían que ser como yo era estaba mal, que mi manera de existir era un error”, rememora.
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Carlos cambió su actitud, su ánimo decayó y sus calificaciones bajaron. Su madre, Liz, lo notó de inmediato y reconoció que la presunta terapia lejos de ayudarlo a sentirse mejor, lo estaba destruyendo. Finalmente, se armó de valor para cancelar las consultas y exigió que su hijo no sufriera represalias en el colegio. Lamentablemente, ella tuvo que asumir el costo de esa decisión.
En su casa, el papá de Charlie era muy violento y las agresiones contra Liz aumentaron por el señalamiento de la profesora.
“Él fue muy agresivo siempre y esta situación detonó más violencia. Él le echó la culpa a mi mamá de lo que estaba pasando. Y yo lo que quería era demostrarle a mi papá que no había nada de malo conmigo, con tal de que la dejara en paz”.
Terapias de conversión, son prácticas de tortura
Según documentó la ONU, los esfuerzos por corregir la identidad de género u orientación sexual pueden clasificarse en tres tipos: psicoterapéutico, médico y religioso. Todos contribuyen a un ambiente deshumanizante contra la población LGBTQ+.
Las prácticas de abuso que se emplean contra los pacientes pueden ir desde descargas eléctricas, suministro de drogas —que provocan náuseas o parálisis—, intervenciones quirúrgicas para afirmar el género, insultos, palizas, grilletes, privación de alimentos, violaciones tumultuarias y hasta supuestos exorcismos.
En México, los Esfuerzos por Corregir la Orientación Sexual o la Identidad de Género (Ecosig) fueron prohibidos a nivel federal apenas este 2024 y finalmente podrán ser penados con cárcel.
La iniciativa fue impulsada por Yaaj, una organización de la sociedad civil que desde su fundación denunció que las “terapias de conversión” en realidad eran prácticas de tortura.
Seis años costó a activistas cabildear la propuesta, negociar con las fuerzas políticas y divulgar información verificada. La iniciativa fue enviada a la congeladora en varias ocasiones, pero en abril de 2024 el Senado la aprobó con mayoría.
Las sanciones consideran multas que superan los 200 mil pesos, de 2 a 6 años de prisión y la prohibición para el ejercicio profesional de hasta por 3 años, a médicos o terapeutas que participen en estas acciones coercitivas.
Además, las penas podrán duplicarse cuando los Ecosig se practiquen en personas con discapacidad, adultos de la tercera edad e infancias.
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Carlitos apenas tenía 10 años cuando la escuela lo obligó a acudir con un psiquiatra. Aunque la “terapia no duró muchos meses, ese periodo lo marcó para toda una vida.
Sus compañeros de la primaria creían que estaba enfermo y hasta las madres de otros estudiantes cuchicheaban o señalaban a mamá e hijo.
A ciencia cierta, Charlie no recuerda qué le prescribieron para acabar con su “homosexualidad”, pero sí está consciente de que las pastillas que consumió le desataron reacciones alérgicas en la piel y que, a partir de entonces, se volvió temeroso de mostrarse tal cual era.
El caso de Carlitos se refleja en la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual e Identidad (Endiseg) que reveló en 2021 que al menos 1 de cada 10 personas LGBTQ+ en México fue obligada por sus padres a acudir con un psicólogo o una autoridad religiosa.
Lo que en términos brutos significaría que en México hay cerca de 500 mil víctimas de estos actos crueles y degradantes.
Consecuencias fatales de los Ecosig
Por su parte, Carlos Ávila ya no volvió a ser el mismo desde la golpiza de la iglesia. Se sentía aún más triste y relegado, empezó a tener ansiedad y episodios de angustia.
Hoy, siete años después de lo ocurrido, no tolera que haya grupos susurrando a su alrededor. “Es que vuelvo a esa noche, los cuchicheos o susurros me recuerdan los rezos y todo el dolor que significó”.
Carlos tampoco soporta que lo despierten a gritos o de una manera abrupta, porque se pone a la defensiva y se reconoce capaz de golpear a alguien sin considerar las consecuencias.
Como Carlos y como Charlie, las víctimas de Ecosig también pueden sentir vergüenza, daño emocional, depresión, reafirmación del desprecio propio, decepción y falta de autoestima.
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Además, las agresiones pueden desencadenar otros trastornos como ansiedad, ataques de pánico, terrores nocturnos, pensamientos suicidas y hasta auto lesiones en los casos más delicados.
De acuerdo con Iván Tagle, director de Yaaj, la legislación, que castiga a quienes promuevan o ejecuten estas prácticas es el pago de una deuda histórica con las personas LGBTQ+, pero también es el principio de una etapa de prevención y concientización entre la sociedad mexicana en general.
Amir Samaria, de la organización Balance, señala que aunque la ley ya fue aprobada a nivel federal, debe haber un trabajo de educación y sensibilización sobre las violencias previas que pavimentan el camino a una “terapia de conversión”.
“No se trabaja en escuelas ni con los docentes. No se habla de campañas de sensibilización para combatir prejuicios o estigmas. No queremos que se dé por terminado el trabajo, porque muchas veces no es así. La legislación avanza, pero apenas es un paso, no el final del camino”, apunta.
Samaria, quien es parte de las disidencias sexogenéricas afirma que la responsabilidad sobre este tema no solo consiste en llevarlo a las leyes y cumplir algunas demandas, sino que las autoridades deben prevenir y atender a la población LGBTQ+, dar un paso hacia atrás y detectar el origen del problema.
Actualmente, 18 estados de la República han homologado su código penal con la ley federal que prohíba Ecosig, pero si se comete este delito en las entidades que no han atendido la legislación, la víctima deberá recurrir a un amparo para pelear en el sistema de justicia penal su caso.
Aguascalientes, Campeche, Chiapas, Chihuahua, Coahuila, Durango, Guanajuato, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz se han negado a atender esta demanda pendiente.