Terminan 10 años de libertad: la heroína caída de Myanmar ve el regreso de días oscuros
Un migrante de Myanmar sostiene un retrato de Aung San Suu Kyi en una manifestación frente a la embajada de Myanmar, en Bangkok, contra el golpe de estado militar en su país natal. 1 de febrero de 2021. Foto: Lillian Suwanrumpha / AFP.

Hace una década, había esperanza. 

En un frío atardecer de noviembre de 2010, la temida milicia de Myanmar retiró las barricadas de University Avenue que separaron a Aung San Suu Kyi de su gente por tanto tiempo

Como The Guardian reportó en ese entonces: 

“En longyis y sandalias, los seguidores de Aung San Suu Kyi corrieron los 360 metros a la entrada principal de su casa. Una mujer, con un retrato de “La Dama” fijado a su camisa, lloraba mientras corría, gritando su nombre. Empujaron la reja de bambú antigua y floja, gritaban y cantaban, ‘larga vida a Aung San Suu Kyi’”. 

La liberación de Aung San Suu Kyi de su arresto domiciliario se recibió con emociones similares en todo el mundo. Primeros ministros y presidentes aclamaron su libertad como el inicio de una nueva era democrática en su nación que había estado tanto tiempo bajo la presión despiadada de una junta militar.

La hija del Padre de la Nación, el General Aung San, quien fundó el tatmadaw y ayudó a ganar la independencia de su país, se convirtió, a través del confinamiento de 15 años de 21 de arresto domiciliario, en un ícono de resistencia pacífica democrática. 

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A lo largo de su detención, Aung San Suu Kyi fue intachable. Laureada con premios, el Nobel, el Sakharov, la medalla presidencial de la libertad de EU, ella representaba la gracia y la libertad frente a la represión brutal. 

Pero en la década desde su liberación, Aung San Suu Kyi transicionó de ícono democrático a política trabajadora, y cayó duro de su pedestal. 

Su declive, en los del occidente, primero fue lento y luego repentino. 

En la elección de 2015, su partido Liga Nacional para la Democracia arrasó. Como ella no podía ser presidenta (porque sus hijos, con el académico Michael Aris, son extranjeros), se volvió consejera estatal y ministra de exteriores, la líder de facto del país. 

Pero los tratos que tenía que hacer con una milicia tan inmóvil, que por un decreto de la nueva constitución controlaba 25% de los lugares del parlamento así como los ministerios clave del gobierno, la dejaban fundamentalmente debilitada. 

La liberalización económica prometida fue débil y clientelista, y el ansiado desarrollo para los más pobres del país nunca llegó. 

Crecieron las preocupaciones de que su aquiescencia legitimaba un régimen todavía controlado por aquellos en uniforme, y que se mantenía profundamente antidemocrático. 

Pero lo más notorio era su renuencia o incapacidad de condenar las atrocidades de la milicia que su padre fundó, que desató un genocidio en contra de las minorías rohingya en el oeste del país. Incendiaron pueblos, violaron y asesinaron a aquellos que no pudieron escapar por la frontera con Bangladesh. 

El mundo exhortó a Aung San Suu Kyi a defender a los más marginalizados, a los más oprimidos en la nación que ella lideraba. En lugar de defensa, hubo disimulación

“La situación en el estado de Rakhine es compleja y no es fácil de resolver”, le dijo a la corte de justicia internacional en la Haya, dijo que los alegatos de genocidio eran “una interpretación incompleta y errónea de los hechos de la situación”

Aung San Suu Kyi es, y siempre ha sido, una nacionalista birmana, su concepto de nación está ligado profundamente con la identidad étnica. El sufrimiento de las múltiples minorías étnicas birmanas (no solo la rohingya) siempre ha sido su punto ciego. 

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Como la hija del héroe nacionalista más grande del país, es un principio principal de su filosofía personal y política. 

Aunque ella cayó sin elegancia ante los ojos de la comunidad internacional, todavía la adoran en Myanmar. En las elecciones de noviembre del año pasado, a su partido le fue mejor que en 2015, lo que le asegura otros cinco años en el poder. Aún así la milicia se rehúsa a aceptar el resultado, y tomó el poder el lunes, detuvieron a Aung San Suu Kyi y a otras figuras principales del partido gobernante. Alegan que hubo fraude en la elección, una declaración que los observadores dicen que tiene poca credibilidad. 

En Myanmar, la detención de Aung San Suu Kyi por el ejército se verá como un retorno a los días oscuros del mandato militar opresivo. El ejército anunció que tomará control del país por un año entero, e introdujo un estado de emergencia. Las líneas de teléfono y de internet se cortaron en muchas zonas. Dado el estatus de Aung San Suu Kyi como ícono nacional, las acciones del ejército podrían ser contraproducentes fácilmente, dijo David Mathieson, un analista independiente de Myanmar.

“No creo que el ejército pueda contar con la inactividad de muchos en el país”, dijo. “Tienen a una generación que creció con ella en arresto domiciliario, y a una generación más joven que creció con ella libre, y que realmente la apoyan”. “Y hay muchos en los estados étnicos que no la soportan a ella ni a su partido, pero odian al ejército”, añadió. 

Alrededor del mundo, a pesar de la reputación irreparablemente manchada de Aung San Suu Kyi, que el ejército tome el control se vio con repudio universal. Dentro del país, hay una profunda sensación de incertidumbre. 

“Se abrieron esas puertas a un futuro muy diferente”, escribió el autor e historiador Thant Myint-U. 

“Tengo un mal presentimiento de que nadie podrá controlar realmente lo que viene después. Y recuerda que Myanmar es un país repleto de armas, con divisiones profundas entre las líneas étnicas y religiosas, donde millones apenas pueden alimentarse”.

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