Cuba quiere ser el país más pequeño en desarrollar su propia vacuna Covid
Los cubanos hacen cola para comprar comida en La Habana. Fotografía: Yamil Lage / AFP / Getty Images

Con dos golpes encima por las sanciones estadounidenses y la pandemia, Cuba atraviesa la peor crisis económica desde el colapso de la Unión Soviética. Los estantes de las farmacias están vacíos. La gente hace cola durante horas para comprar pollo. Es difícil encontrar pan.

Y, sin embargo, esta isla sitiada podría convertirse en el país más pequeño del mundo en desarrollar sus propias vacunas contra el coronavirus. De las 27 vacunas contra el coronavirus en fase final de prueba en todo el mundo, dos son cubanas.

“Para tener nuestra soberanía necesitamos nuestras propias vacunas”, dijo el Dr. Vicente Vérez, director del Instituto Finlay, que ha desarrollado Sovereign 2, la más avanzada de las cinco vacunas candidatas del país. “En nueve meses hemos pasado de una idea a una vacuna en los ensayos clínicos de fase tres“.

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Unos 44,000 voluntarios en La Habana participan en la fase tres de los ensayos de Sovereign 2. Un número similar en la ciudad oriental de Santiago se ofrece como voluntarios para la fase tres de Abdalá, una vacuna que lleva el nombre de un poema de José Martí, el “héroe nacional” oficial de la isla.

Junto a los estudios clínicos se encuentra un “estudio de interveción” en el que se están vacunando 150,000 trabajadores de la salud en La Habana.

El “frente biológico” de Cuba se estableció en 1981, solo cinco años después de la incorporación de la primera empresa de biotecnología del mundo, Genentech. En el corazón de la campaña actual por una vacuna se encuentran los principales científicos de la isla, muchos de los cuales fueron capacitados en la otrora Unión Soviética. Estos políglotas con experiencia internacional tienen todas las oportunidades para emigrar (y muchos lo hacen); los que optaron por trabajar en la isla son casi siempre creyentes de la vieja escuela.

En una conferencia de prensa reciente, el Dr. Vérez explicó lo que lo impulsa al citar a Ernesto “Che” Guevara. “El verdadero revolucionario”, dijo, “se guía por un gran sentimiento de amor”.

El Dr. Gerardo Guillén, que dirige el desarrollo de dos vacunas en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, es un fanático del chocolate que ha tenido que prescindir de su adicción favorita durante más de un año (no hay ninguna en las tiendas). Su salario de 200 libras al mes es cien veces menos de lo que podría ganar en el extranjero.

“Tenemos ofertas”, dijo el Dr. Mitchell Valdés-Sosa, un neurólogo nacido en Chicago que forma parte del grupo de trabajo sobre el coronavirus del país. “Pero preferimos quedarnos porque sentimos un compromiso con el desarrollo de nuestro país. No estamos trabajando para hacer que un director ejecutivo sea obscenamente rico; estamos trabajando para hacer que las personas sean más saludables”.

Tal idealismo no es un antídoto en contra de las amargas realidades geopolíticas.

El embargo estadounidense a Cuba restringe el instrumental médico que la isla puede importar. Los diferentes equipos de investigación cubanos que trabajan en las vacunas comparten un solo espectrómetro, una máquina esencial para el control de calidad, lo suficientemente potente como para analizar la estructura química de una vacuna. Pero desde que el fabricante británico del espectrómetro, Micromass, fue comprado por una empresa estadounidense, Waters, no han podido comprar piezas de repuesto directamente.

Si bien los relatores de derechos humanos de la ONU pidieron a Estados Unidos que levante las sanciones en la isla durante la pandemia, en los últimos 12 meses el embargo se ha intensificado.

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Y desde que la administración saliente de Trump incluyó a Cuba en la lista estadounidense de patrocinadores estatales del terrorismo en enero de este año, el simple hecho de encontrar un banco dispuesto a procesar pagos se ha convertido en un gran problema.

“Estados Unidos quiere que Cuba se someta de hambre”, dijo Valdés-Sosa. “No es solo que sea difícil comprar cosas directamente de EU. También es que todas estas sanciones que implementó la administración Trump han secado muchas fuentes de ingresos”.

Cuba notificó 12,225 casos confirmados y 146 muertes el año pasado, entre las tasas de mortalidad y de casos más bajas del hemisferio. Pero en noviembre vino un error. Cuando los vuelos comerciales finalmente se reanudaron después de siete largos meses, durante algunas semanas el gobierno no exigió a los visitantes que se sometieran a pruebas de PCR antes de abordar los aviones. El efecto fue letal: miles de cubanoamericanos vinieron de los focos rojos del Covid, como Florida, para abrazar, besar y bailar con sus familias durante el período navideño, lo que provocó un aumento en los casos.

Se informaron más casos solo en enero que en todo 2020, y la isla ahora tiene un promedio de 1,000 contagios confirmados por día.

Con alrededor de 100,000 cubanos que han recibido vacunas, la isla va detrás del despliegue promedio de vacunas en América Latina en donde 12% de personas han recibido al menos una dosis. Y sin una vacuna aún totalmente aprobada para su uso por el regulador de la isla, los críticos dicen que la decisión del Partido Comunista de no unirse a Covax, el mecanismo respaldado por la ONU para distribuir dosis contra el Covid-19 de manera justa en todo el mundo, fue una postura arrogante y los dejó innecesariamente expuestos.

Cuba tiene como objetivo fabricar 100 millones de dosis de Sovereign 2 este año, suficiente para su población y con un excedente pueda exportar.

Si se superan los obstáculos de producción, la logística de distribución debería ser un punto fuerte: la isla tiene una infraestructura bien desarrollada de clínicas comunitarias locales y la proporción de médico por paciente más alta del mundo.

Los científicos cubanos confían en que la vacunación generalizada se logrará este año y dicen que Cuba estará entre los primeros países del hemisferio en lograrlo.

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“Cuando tienes todo, no tienes que pensar tanto”, dijo el Dr. Guillén, “Pero cuando tienes dificultades, tienes que pensar en nuevas formas de innovar.

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