De imperios a guerras mundiales: una historia del tráfico global de cocaína
Imagen tomada de Insight Crime

El tráfico de cocaína es una de las economías ilícitas más grandes del mundo. Desde su prohibición a mediados del siglo XX, esta sal de clorhidrato blanca se ha erigido como la mercancía más preciada del crimen organizado global.

La ilegalidad ha disparado la rentabilidad del alcaloide, envolviendo las líneas de suministro de cocaína en la corrupción y la violencia. Desde países productores como Colombia, Perú y Bolivia hasta los mercados consumidores en todo el mundo, la droga cristaliza tanto el poder como el peligro.

Este no fue siempre el caso. Antes de la prohibición, la cocaína era un producto legal. Facilitaba procedimientos médicos. Generaba ingresos fiscales. Su ancestro botánico se introdujo como cultivo en todo el mundo.

Entonces, ¿cómo este extracto agrícola granulado se convirtió en la base de imperios criminales? Para desentrañar este complejo pasado, InSight Crime habló con tres especialistas transdisciplinarios: un experto en seguridad, un botánico de la coca y un historiador de las drogas.

Coca: de la hoja al vino

La base de la cocaína es el arbusto subtropical latinoamericano Erythroxylum. Es una planta global, con más de 200 especies silvestres encontradas en Centro y Sur América, y cerca de 80 en África, Madagascar, el sureste de Asia y Australia, señaló Dawson White, botánico que estudia la diversidad y la evolución de la planta.

Las hojas de cada una de estas contienen diminutas cantidades de cocaína, desde aproximadamente 0.5 a 1.8%. Aun así, la gran mayoría no se cultiva ni se poda. Solo las pocas que se encuentran exclusivamente en el continente americano pueden llamarse en propiedad plantas de coca, le explicó White a InSight Crime.

La evidencia arqueológica muestra que la coca se ha cultivado a través de milenios, lo que la convierte en uno de los cultivos más antiguos del continente. La hoja deshidratada ha sido utilizada en diferentes formas para diversos fines religiosos y sociales.

Hay una “rica historia enterrada en el olvido de la coca en las culturas suramericanas y centroamericanas”, señaló White.

Mucho más conocida es la historia de las interacciones más amplias de Occidente con la coca. En los siglos que siguieron a la conquista española en Latinoamérica, el interés en ciertas plantas locales, la coca incluida, creció con rapidez, lo cual motivó diversos experimentos comerciales.

El químico francés Angelo Mariani creó uno de los más exitosos. En 1863, comercializó un Bordeaux con coca y le puso el nombre de Vin Mariani. La cantidad de cocaína en Vin Mariani era mínima, pero al mezclarse con alcohol resultaba una bebida muy agradable, como escribe Steven Karch en su breve historia de la cocaína A Brief History of Cocaine.

Mariani despachó cajas gratis a celebridades, incluido el papa León XIII, cuya aprobación uso Mariani en sus anuncios publicitarios. Otros famosos asiduos del Vin Mariani en la época incluyeron algunas de las figuras más poderosas del mundo, como la reina Victoria del Reino Unido, los presidentes estadounidenses Ulysses S. Grant y William McKinley, y el zar Nicolás II de Rusia.

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La bebida fue tan célebre que Mariani llegó a ser el mayor comprador de cocaína de los Andes entre 1863 y 1885, como escribió el historiador Paul Gootenberg en “Cocaína de los Andes”. La muerte de Mariani, en 1914, supuso el fin del Vin Mariani, pero otros seguirían sus pasos.

En Estados Unidos, el bioquímico John Pemberton creó una versión similar en 1885, al añadir la nuez de cola africana, una fuente natural de cafeína. Un año después, cuando comenzaron a cambiar las leyes que regían la venta de alcohol en el estado natal de Pemberton, Georgia, este se adaptó reemplazando el vino con almíbar: había nacido la Coca-Cola.

Para el inicio del siglo XX, la Coca-Cola ya era una de las mercancías de mayor demanda de la historia, Gootenberg lo señaló en Entre la coca y la cocaína Between Coca and Cocaine. Aunque después de 1903 se sustrajo la cocaína de la Coca-Cola, se mantuvo un extracto de hoja de coca conocido como “Mercancía No. 5” como parte de la receta para no modificar el sabor. 

De la coca a la cocaína

En la década que precedió al Vin Mariani, un joven estudiante de doctorado alemán, Albert Niemann, experimentaba con las hojas de coca. Este hacía parte de una ola de químicos europeos que trataban de extraer el principal ingrediente sicoactivo de varios productos vegetales: la cafeína del café, la nicotina del tabaco, la morfina del opio.

En 1859, logró liberar la cocaína de la hoja de coca, y sentó las bases para una revolución en la medicina. En el transcurso de dos décadas, su uso como anestésico estaba en auge, según Steven Karch. Uno de los primeros en adoptarlo fue Sigmund Freud, el connotado fundador del psicoanálisis y prolífico cocainómano.

“En mi última depresión profunda tomé coca de nuevo, y una pequeña dosis me elevó a las alturas de forma maravillosa. Ahora me ocupo de recopilar la literatura para una alabanza a esta sustancia mágica”, escribió Freud en junio de 1884, mientras trabajaba en el borrador de su obra De la coca.

Farmacéuticas como Merck, de Alemania, tenían grandes deseos de promocionar la cocaína y animaron a Freud, entre otros, escribió Karch. El cultivo de coca aumentó y se creó así un mercado de productos básicos. Pero había un problema para su exportación por el mundo: las hojas de coca no resistían el viaje y muchas veces se podrían antes de llegar a los laboratorios europeos.

Fue entonces que un químico peruano ideó un método de procesamiento para crear un producto intermedio, más transportable: la pasta base de cocaína. Esta “torta” de sulfato quebradiza tenía mayor vida de almacenamiento y reducía en mucho los costos de transporte, pues concentraban unos 100 kilos de hojas secas en cerca de un 1 kilo de base de cocaína.

El nuevo método de procesamiento fue todo un éxito y el mercado de cocaína logró un crecimiento exponencial. Merck aumentó la producción de un kilo de cocaína hacia 1884, a más de 500 kilos en 1890 y más de 2 mil 400 kilos en 1902, una cuarta parte de la producción mundial de la época.

Para ese momento, varias potencias imperiales europeas habían reconocido la rentabilidad de la cocaína y, como lo hicieron con un sinnúmero de otras plantas locales, empezaron a mandar plántulas de coca a sus colonias asiáticas y africanas. Allí, junto con cultivos industriales, como el té, no tardaron en montar plantaciones experimentales de coca.

“La gente subestima la versatilidad de la planta de coca. Piensan que solo crece en cierto valle sagrado de algún lugar, pero ecológicamente crecería en cualquier lugar donde crezca algo como el té”, le comentó a InSight Crime Paul Gootenberg, profesor de historia latinoamericana en la Universidad Stony Brook y un reputado historiador.

La coca se globalizó, por cortesía de tres grandes potencias coloniales: los británicos, los neerlandeses y los japoneses.

El prematuro hábito de la cocaína entre los británicos

El interés de los británicos en la cocaína surgió en la década de 1880, con un programa de investigación creado en los Jardines Botánicos Reales de Kew, al oeste de Londres. Las semillas se sembraban y se despachaban a África y el Caribe, para que echaran raíces en Nigeria, Sierra Leona y Jamaica.

Pero estaba lejos de ser un monopolio. Francia y Alemania, entre otros, sembraron coca en Tanzania, Togo y Camerún, al igual que en Guadalupe, Martinica, Trinidad y República Dominicana.

La coca británica evolucionó  mejor en el sureste asiático, en especial en India y Sri Lanka, que luego adoptó el nombre de Ceilán. En este último país se introdujo la coca en 1870, y se amplió en la década de 1880. Las cosechas anuales alcanzaron un pico de unas 24 toneladas de hojas de coca entre 1906 y 1911, lo suficiente para procesar alrededor de 150 a 200 kilos de cocaína para usos médicos. Al día de hoy, pueden encontrarse plantas de coca en jardines residenciales en Sri Lanka.

“Pero en cierto punto [los británicos] decidieron no invertir en la coca como cultivo colonial […] posiblemente porque el mercado se había saturado”, apuntó Gootenberg.

¿Quién estaba saturando este mercado en expansión? Los neerlandeses.

La fábrica de cocaína neerlandesa

Fue Países Bajos el que llevó el cultivo de coca al siguiente nivel. Para comienzos de la década de 1900, los agricultores que trabajaban en la estación de investigación botánica del gobierno en Indonesia, entonces conocida como las Indias Orientales Neerlandesas, seleccionaron sistemáticamente las mejores semillas para reproducirlas y establecer plantaciones de coca ultraeficientes.

Como resultado de eso, los neerlandeses dominarían la industria global de la cocaína desde cerca de 1905 hasta los años veinte, con la creación de más de 120 plantaciones de coca. Para otros importantes productores resultó difícil mantenerse a la par. La siembra intensiva en mano de obra campesina de Perú se vio paralizada por la pericia agrícola y la tecnología de los neerlandeses, que para los años veinte ya cosechaba mil 650 toneladas de hoja de coca, según Gootenberg.

Estas exportaciones se devolvían en su gran mayoría de nuevo a Amsterdam para su refinación en la “Fábrica de Cocaína Neerlandesa” (Nederlandsche Cocaïne Fabriek, NCF). Para 1910, la NCF era al parecer el mayor productor de cocaína del planeta, con una producción en masa superior a las 1.5 toneladas de producto al año, escribió Karch. La oferta solo aumentó cuando las empresas privadas entraron al mercado.

La Primera Guerra Mundial disparó la demanda por la droga. Los militares británicos y alemanes proveían a sus tropas toda la cocaína que quisieran en las trincheras aun cuando se cortaron las vías marítimas globales. La condición de país neutral de los Países Bajos y su fábrica en Amsterdam la llevaron a convertirse en un monopolio de manera inmediata, vendiendo a ambos bandos y aumentando su producción anual de 20 a 30 toneladas, escribió Robert Stephens en su manual global sobre historia mundial de las drogas The Oxford Handbook of Global Drug History.

Pero, para los años treinta, el monopolio neerlandés sobre la droga se desvanecía. La Liga de Naciones, precursora de las Naciones Unidas, se había vuelto contra la coca y la cocaína después de la guerra, mientras que de manera paralela en Japón crecía el mercado de la cocaína. El cultivo de coca en los Países Bajos colapsaría definitivamente durante la Segunda Guerra Mundial, después de la invasión de Indonesia por las tropas japonesas.

Los generales de la cocaína en Japón

En un inicio, Japón se abastecía de coca de diferentes lugares. Algunos procesadores comenzaron a comprar coca de Java y Perú. En 1917, una farmacéutica japonesa, Hoshi Pharmaceuticals, adquirió un gran terreno de 583 kilómetros cuadrados en el valle del alto Huallaga en Perú y cultivaron diferentes plantas tropicales, coca incluida, que luego llevaban a Japón.

“Comenzaron a plantar coca en Taiwán y un poco en Okinawa, para crear su propia industria autosuficiente de cocaína” en los treinta, puntualizó Gootenberg.

Pronto, las farmacéuticas japonesas tomaron casi una cuarta parte de la producción global de la época, mientras de manera sistemática dejaban de reportar todo el rendimiento de la coca y la producción de cocaína, como señala Karch. Las fuerzas armadas de Japón, junto con ciertos contrabandistas aprobados, trasegaban toneladas de excedente para los consumidores recreativos de Asia, lo que generaba ingentes ganancias que financiaron la campaña bélica expansionista.

Aunque la escala de los delitos de Japón indicaba que el narcotráfico no era una prioridad después de la Segunda Guerra Mundial, el Tribunal de Delitos de Guerra de los países aliados imputó a dos funcionarios del gobierno y a un general que tuvieron fuerte participación en tráfico de drogas. Como lo señala Karch, ellos tuvieron el “raro y dudoso honor de ser los primeros traficantes de drogas que comparecieron en un tribunal y fueron declarados culpables de crímenes de lesa humanidad”.

Ellos no fueron los últimos líderes acusados. Altos jefes militares fueron también acusados de tráfico de cocaína en Chile en los setentas, en BoliviaParaguay y Panamá en los ochentas, y en Surinam en los noventas. Hoy se aplica lo mismo a Venezuela, donde el llamado Cartel de los Soles presuntamente está dirigido por oficiales del ejército, quienes regulan el tráfico de cocaína en el país

La posguerra: inicia la guerra antinarcóticos

En su inicio, la guerra contra la cocaína liderada por Estados Unidos produjo un éxito espectacular. Las tropas estadounidenses quemaron las plantaciones de coca japonesas en el sudeste asiático y, con la reducción de su uso terapéutico en el mundo a partir de los años veinte, este país se preparó para emprender un veto global.

Dado que ni los cultivadores indonesios ni los taiwaneses habían comenzado a consumir coca en décadas de cultivo, hubo pocos obstáculos para la erradicación total, según Gootenberg. Varios países también habían declarado la ilegalidad de la droga o la importación de la misma, lo que motivó la pérdida de interés de cultivadores de coca y fabricantes de cocaína.

Para 1950, las Naciones Unidas impusieron el uso terapéutico de la cocaína por debajo de las 2 toneladas, como escribió Gootenberg en Cocaína de los Andes. En 1961, la prohibición de la cocaína y otras drogas se consolidó aún más en la Única Convención de la ONU sobre Narcóticos.

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Imagen, parte de la Convención de la ONU de 1961 en la que se prohibía la producción, la elaboración, el tráfico y la posesión de diversas drogas, entre ellas la cocaína.

Con la firma de esta convención, la cocaína pasó a ser una sustancia ilícita. Entró en una nueva fase como mercancía ilegal que haría de Colombia, Perú y Bolivia la santa trinidad de la cocaína. Y sangre era lo que se avecinaba.


Este texto fue originalmente publicado en InSight Crime. Puedes consultarlo aquí

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