Opinión

Economía y futuro con rostro de mujer

No hay duda. La pandemia y la crisis económica concomitante nos ha afectado a todos, pero en mucha mayor medida ha impactado a las mujeres. Una de las exigencias de este próximo 8 de marzo debe ser que la inclusión económica de las mujeres ocupe un lugar prioritario en la agenda de políticas.

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El 8 de marzo del 2020 la conmemoración anual del Día Internacional de la Mujer se convirtió en algo más en nuestro país. Se trató de un momento único, profundo e incluyente que unió a la mujer mexicana en el sentido más amplio y nos mostró la fuerza que nace del dolor, del amor y de la solidaridad compartida. Sororidad reconocida y reivindicada. Aquí estamos y nada nos va a parar.

A cerca de un año de ese icónico día, será importante hacer muchas revisiones. Los avances sí, pero también las agendas, los pendientes y las promesas incumplidas. Son estas deudas las que en el contexto del Covid se hicieron más evidentes y dolorosas. Las más afectadas por la pandemia, las que cargan con más efectos negativos de mediano y largo plazo son las niñas y las mujeres. Los costos de que se hayan revertido años de avances y los costos de mayor pobreza, más desempleo y menores oportunidades.

La pandemia tiene rostro de mujer. De la enfermera que sin material de protección ni de atención se entrega al cuidado de los pacientes arriesgando su vida; de la mujer que intenta continuar con su trabajo de manera remota al tiempo de realizar labores domésticas, cuidar y educar a los hijos dentro del esquema de escuela a distancia; de la mujer y de la niña que fueron forzadas por las circunstancias a vivir encerradas con su abusador.

Para saldar deudas históricas que nos condenan a una exclusión inter-generacional que solo genera retrocesos y falta de desarrollo, es urgente que en la agenda post-Gran Confinamiento se priorice la inclusión económica de las mujeres.

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) de 2020 del INEGI publicada a penas el pasado 15 de febrero, la tasa de participación económica de las mujeres a partir de los 15 años de edad es de 42.4%, lo que quiere decir que el 57.6% no tiene participación económica o más bien, en su mayoría realizó trabajo no reconocido y no remunerado (como el trabajo del hogar o el cuidado de los hijos, las personas con discapacidad y los adultos mayores). Esta cifra contrasta con la de los hombres cuya tasa de participación económica es de 74.2%. Del total de mujeres ocupadas, el 68.1% son subordinadas y perciben un salario, 23.7% trabaja por su cuenta, 5.7% no obtiene ingresos por el trabajo que realiza y 2.4% son empleadoras.

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La Comisión Interamericana de las Mujeres de la OEA realizó el reporte especial “Covid 19 en la Vida se las Mujeres” con motivo de la pandemia cuyos datos son verdaderamente preocupantes: el confinamiento ha agudizado la necesidad de cuidados de la familia tanto por la vía de los niños que dejaron de ir a la escuela de manera presencial, como de la de los enfermos, teniendo el efecto indeseado -debido a los roles de género- de mayores cargas de trabajo para las mujeres, aunado a un mayor grado de exposición ante contagios.

Adicional a esto, como resultado de que los sectores más afectados por el cierre económico emplean a un alto número de mujeres (servicios, manufactura, turismo), muchas han perdido su empleo, han visto debilitados sus ingresos, lo que ha derivado en un sensible retroceso de su participación laboral y económica. Según cifras del INEGI, solo en los primeros seis meses del confinamiento, de marzo a agosto de 2020, las mujeres representaban casi dos de cada tres empleos perdidos (3.17 vs 1.75 millones de los hombres).

La ENOE destaca que la variación anual de la población económicamente activa (PEA) en el cuarto trimestre de 2020 fue de -3%, donde las mujeres fueron las más afectadas con una disminución de -5% frente a -1.7% de los hombres. En cuanto a la población no económicamente activa, también las cifras muestran una afectación mucho mayor para las mujeres de esta crisis ubicándose en 29.4 millones, lo que representa 1.9 millones más que 2019, que compara con la de los hombres que es de 11.9 millones, 1.6 millones más que un año atrás.

No hay duda. La pandemia y la crisis económica concomitante nos ha afectado a todos, pero en mucha mayor medida ha impactado a las mujeres. Si consideramos que en nuestro país el 25% de los hogares está encabezado por una mujer, estos hechos traerán consecuencias negativas en el bienestar de las familias como lo son la precariedad económica y la falta de acceso a la salud. La CEPAL, en su Informe Especial sobre la Autonomía Económica de las Mujeres destaca que adicional a que el porcentaje de mujeres desempleadas supera al de los hombres en esta crisis, también se puede evidenciar una sobre-representación de las mujeres en los hogares pobres, una mayor brecha digital y una concentración en el trabajo informal, entre otros elementos que advierte agrandarán la brecha de género y atentarán contra la autonomía de las mujeres.

Por su parte, la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera 2012-2018 del INEGI y la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, destaca que en este periodo hubo un cierre significativo en la brecha en la inclusión financiera entre mujeres y hombres. Mientras que en 2012 esta cifra era de 30% en mujeres, para 2018 los datos cambiaron a 46% de mujeres, mientras que para los hombres fue de 48%.

Estos datos muestran que los avances son posibles con políticas dirigidas, pero que aún falta mucho camino por recorrer. Se deben continuar y fortalecer los esfuerzos para que las mujeres participen en el sistema financiero formal y con ello posibiliten su autonomía económica y maximicen su potencial de desarrollo personal y profesional.

Mientras más mujeres accedan a los derechos elementales (salud, educación, vivienda, servicios básicos a la vivienda), pero también a los empoderadores económicos como el empleo, el salario igual por trabajo igual, oportunidades de desarrollo profesional, educación financiera, ahorro e inversión, financiamiento, aseguramiento y previsión social, más cerca estaremos de lograr los espacios de prosperidad y el avance social que todos anhelamos.

Una de las exigencias de este próximo 8 de marzo debe ser que la inclusión económica de las mujeres ocupe un lugar prioritario en la agenda de políticas. Una buena forma de comenzar es asegurando presupuestos con proyectos claros para el cierre de las brechas de género. Si no se reconstruyen nuestras economías con perspectiva de género, las pequeñas grandes diferencias pueden pasar desapercibidas y con ello, reforzar la desigualdad. El futuro siempre nos acaba alcanzando y el futuro, también, tiene rostro de mujer.

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