Opinión

La magia de correr a las 5 de la mañana me hace sentir viva, y estoy decidida a sentirme segura

Con la única compañía de los zorros y los murciélagos, correr a primera hora de la mañana me permite afirmar mi lugar en la ciudad.

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No hay mejor hora para salir a correr que las 5 de la mañana. Sobre todo en marzo.

Por el momento, dos o tres mañanas a la semana, me levanto de la cama, me arrastro por las escaleras y me paro completamente desnuda en la cocina. Las cortinas están cerradas y no hay nadie despierto que pueda verme, de todos modos. Después me pongo mi ropa para correr –sin que me oigan mi pareja y mi hijo dormido– y, abriendo la puerta principal tan silenciosamente como puedo, salgo.

Al adentrarme en la oscuridad de color azul, me golpea el frío, que es más bien una degustación que una temperatura. Todavía caliente de mi cama, me encuentro con el suave y terroso aroma del rocío, la niebla y la tierra. Unas cuantas estrellas cuelgan en el cielo nocturno. Las ventanas de mis vecinos están cerradas, como los párpados. Estoy completamente sola. Bueno, casi.

La magia de correr a primera hora de la mañana también consiste en que, incluso en una ciudad, puedes ahuyentar a la fauna desprevenida. Ciervos Muntjac, conejos, zorros y gatos se dispersan cuando salgo de nuestra pequeña finca, corro a través de una reserva natural o atravieso el parque. Junto al río oigo el ulular de las lechuzas. Los murciélagos surcan el cielo sobre mi cabeza.

Como una mujer que corre por la ciudad en la oscuridad antes del amanecer, me siento segura. No, me siento decidida a sentirme segura. Otros corredores saludan y dan los buenos días de manera alegre y casual cuando nos cruzamos en el “camino de sirga” o en los espacios entre las farolas. Encuentro hombres y mujeres, con pañoletas y chamarras acolchadas, que se dirigen a la ciudad para iniciar sus turnos de trabajo. De vez en cuando, sudorosa y con una cangurera, me cruzo con grupos de estudiantes que avanzan por el centro de la calle como barcos azotados por fuertes vientos, bajando desde la cima de una noche de fiesta. A las cinco de la mañana hay pocos carros en la calle, lo que hace que el aire sea dulce, que el mundo permanezca tranquilo, que las colinas y el asfalto sean una mina para explorar. Es algo que no se consigue a las 11 de la mañana o a las 3 de la tarde o, Dios no lo quiera, en un gimnasio.

Si existe un peligro en esta situación, no soy yo. Tengo derecho a estar afuera, en la oscuridad, moviendo mi cuerpo, respirando vapor. Nadie tiene derecho a herirme, molestarme, atosigarme, intimidarme o hacerme daño. Así que ocupo mi espacio. Salgo a la calle. Saludo con la mano a otras mujeres que salen a correr como muestra de solidaridad y seguridad mutua. La oscuridad y el exterior son nuestros.

Nell Frizzell es autora de The Panic Years.

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