La diplomacia por otros medios

El general alemán Carl Philipp Gottfried von Clausewitz escribió en 1832, en su famoso manual y tratado De la Guerra, que “la guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”. Su enunciado no era una aprobación de la guerra, entonces vista como un acto legítimo y común, sino una observación y acaso una recomendación: la diplomacia es primero, los ejércitos deben supeditarse a la política.

Pero la diplomacia requiere diplomáticos y, aunque están presentes en esta ocasión, no parecen estar al volante en ambos lados del conflicto entre Rusia y Ucrania, ahora convertido en una gélida guerra proxy entre Rusia y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Los reportes involucran negociaciones entre funcionarios ucranianos y rusos, conversaciones entre líderes de Europa y Estados Unidos, una reunión virtual entre los líderes de Estados Unidos y China, visitas a Medio Oriente del primer ministro de Reino Unido y uno que otro ministro de energía europeo, numerosas declaraciones de voceros, ministros, líderes y secretarios de organizaciones internacionales como la ONU y la OTAN. Las charlas prosiguen mientras continúan los enfrentamientos bélicos, la destrucción en Ucrania y las sanciones económicas a Rusia.

La diplomacia pura ha demostrado su insuficiencia, de ahí su aparente continuación por otros medios. Quienes decidirán efectivamente sobre la paz –especialmente Vladímir Putin, Volodímir Zelenski y Joe Biden– siguen hablando con las armas, las sanciones y los discursos. Si Zelenski termina proponiendo (aceptando) la neutralidad de Ucrania respecto a la OTAN, será porque el prospecto de una guerra larga y destructiva con Rusia es peor que la renuncia a la seguridad colectiva ofrecida por Occidente. Las armas en el terreno, la destrucción de ciudades, la muerte de niños y madres habrán sido más persuasivas que los argumentos en una mesa de negociación. Y si Putin se desistiera de sus objetivos en Ucrania, será porque el costo de las sanciones y el apoyo Occidental al esfuerzo de guerra ucraniano es sostenido y creciente. La solución reflejará más una nueva distribución de fuerzas que la persuasión de las ideas y los ideales.

Se ha dicho que Putin podría conseguir una victoria táctica al tomar el control del gobierno o parte del territorio ucraniano, pero es un hecho que se enfrenta desde ya a una derrota estratégica. Ucrania ha reforzado su identidad nacional y su deseo de integrarse a la Unión Europea. La OTAN ha encontrado un vívido ejemplo de su razón para existir y sus miembros se han sacudido la desidia para fondearla y elevar su efectividad. Suecia y Finlandia, que no son miembros de la OTAN, encuentran motivos para revisar esta postura. Alemania y Japón reconsideran su doctrina y presupuesto militar. Europa contempla gastar más en defensa. En el ámbito energético, el golpe estratégico adverso a Rusia también avanza. Rusia se enfrenta a una Europa decidida a comprarle menos gas natural, petróleo y carbón. La Comisión Europea publicó el 8 de marzo un comunicado donde destaca la participación de Rusia en las importaciones regionales: 40% del gas natural, 27% del petróleo y 46% del carbón. Para reducir esta dependencia, la Comisión propone, sin gran sorpresa, obtener más combustibles de otras regiones y reducir su consumo. Su propósito es reducir en dos tercios las importaciones desde Rusia.

Esto implicaría recibir más gas a través de los ductos que conectan a la Europa continental con Noruega, Reino Unido y Argelia; importar por barco más gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos, Catar, Australia; comprar más crudo de Medio Oriente (que podría producir más si se relajara el acuerdo OPEP+) y el continente americano; sustituir carbón con energía nuclear y renovable y comprar lo que resta de otras regiones.

En orden de menor a mayor dificultad, sustituir fuentes de petróleo y carbón será más sencillo que de gas natural. Los mercados de petróleo y carbón mundiales están integrados. Los mercados de gas natural son regionales, en gran medida condicionados por la disponibilidad de ductos. Los lazos intercontinentales dependen del comercio con base en la disponibilidad de terminales de licuefacción y regasificación, y de buques para transportarlo. En el corto plazo, esta capacidad para ampliar las ventas de GNL es limitada y augura precios elevados por cuando menos cinco años. Europa tendrá que competir duro contra Asia para asegurar que el GNL fluya hacia sus puertos, y deberá ampliar sus esfuerzos de promoción a las energías renovables.

Hasta ahora la diplomacia energética no ha requerido de su continuación a través de hostilidades directas. El bloqueo físico, financiero, comercial o de cualquier tipo a los flujos de petróleo, gas y carbón sería el equivalente de un botón nuclear que nadie quiere oprimir por el enorme costo que significaría para todas las partes. Pararía economías y motivaría aún más a las naciones a perseguir objetivos de seguridad lejos de la cooperación y la integración. Bajo la niebla de la guerra, sin embargo, todo es posible.