Opinión

Pumas era otra cosa, Dani…

Me gustaría verte campeón con Pumas, Dani, pero no lo hagas por mí, hazlo por mi papá, por George Witker y don Germán Dehesa; por Cesarini, Mario Velarde o don Guillermo Aguilar Álvarez. ¡Por los colores del Club Universidad Nacional!

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Julio González, Jerónimo Rodríguez, Nicolás Freire, Arturo Ortiz, Pablo Bennevendo, Higor Meritao, Leonel López, Eduardo Salvio, Gustavo del Prete, Juan Dinenno y… tú. En la cancha había cinco jugadores mexicanos y seis extranjeros, solo dos canteranos. En la banca dos foráneos más y ocho futbolistas nacionales, únicamente cinco formados en inferiores.

Esa fue la plantilla que presentó el Club Universidad Nacional el miércoles 27 de julio en tu debut con la camiseta de Pumas frente a un equipo que llegó desde las beisbolerísimas tierras de Sinaloa. Sí, allá donde jugó Pep y dirigió Maradona, y al que llaman, por decreto, Cañoneros, aunque está muy lejos de las factorías londinenses que dieron origen al Arsenal, los verdaderos Gunners.

No puedo negar que la curiosidad me mató y vi algunos minutos del partido. Vaya, no cualquier día llega a la insípida liga mexicana una figura como tú, aunque en Pumas, en 1997, ya habíamos tenido a un tal Bernd Schuster, ¿te suena? Digo teníamos porque por aquellos años, como tantos otros fanáticos, me sentía parte del equipo y pensaba que sin mi apoyo, mis exageraciones y mis irracionales cábalas, Pumas no podía funcionar. Qué equivocado estaba.

En el Clausura 2004, después de tres décadas de ir, por lo menos, a un partido en cada torneo, Pumas salió campeón luego de 13 interminables años y yo no fui a ningún juego. Golpazo a mi ego, que me hizo prometer no ir a la cancha los siguientes cinco años como agradecimiento por haber cortado la malaria. Grave error. Seis meses después rompí la promesa por motivos laborales, di la media vuelta olímpica con el equipo en la cancha del Tecnológico de Monterrey y toqué el trofeo de campeón del Apertura 2004. Mi irracionalidad dice que por eso el siguiente año estuve presente en cada una de las finales que perdió Pumas: Concacaf, el Campeón de Campeones y la de la Copa Sudamericana, en la mismísima Bombonera de Buenos Aires y frente al otro equipo que había venerado durante los últimos años: Boca Juniors.

El Dios del futbol me castigó y enfrentó a “mis” equipos. La misma deidad que quiso que el rompimiento con ambos fuera aquel 9 de diciembre de 2018. Porque quién más que un ser superior, no precisamente benévolo, quiso que Boca Juniors perdiera la final más vista en la historia de la Copa Libertadores de América, aquella jugada en Madrid, el mismo día que Universidad sufría su segunda humillación consecutiva ante el América en la liguilla del campeonato mexicano. Ese día acabó mi fanatismo.

En mi vida, Dani, Pumas fue mucho más que un equipo de futbol, era un estilo de vida. A riesgo de parecer un viejo amargado (a los casi 51 lo soy), puedo decir que los Pumas de hoy no se parecen en nada al equipo del que me enamoré a finales de los años 70, ese cuadro que, pensábamos algunos, sería una cantera inagotable de jugadores, productor eterno de futbolistas para las selecciones nacionales.

Por eso inicié esta columna con el repaso a la alineación que te dio la bienvenida, en la que solo siete jugadores de los 21 que salieron del vestidor fueron hechos en La Cantera, nuestra “Masía”, algo inimaginable en aquellos planteles campeones de las temporadas 80-81 ó 90-91, en los que sólo había dos futbolistas foráneos y uno participó en ambas finales: Ricardo Ferretti. O qué decir de aquel equipo subcampeón en la temporada 1987-88, donde la totalidad de la nómina era integrada por jugadores de fuerzas básicas. Hasta los equipos del ya lejano bicampeonato, con Sánchez Márquez en el timón, conservaban algo de la mística universitaria con el famoso “Hecho en CU”, del Jimmy Lozano.

Pero tú no tienes la culpa, Dani, por eso te mando toda la buena vibra de alguien que sufrió y disfrutó a Pumas durante más de 40 años. Te deseo la fortuna que no tuvo Emilio Butragueño para coronarse con ese inolvidable Celaya de mediados de los 90. La suerte que no tuvieron algunos figurones que llegaron a nuestro futbol en la última década del siglo pasado, como Biyik, Bebeto, Bakero, Schuster, Belodedici, Kostadinov, Higuita o Leo Beenhakker desde el banquillo de las Águilas.

No lo puedo negar. Me gustaría verte campeón con Pumas, Dani, pero no lo hagas por mí, hazlo por mi papá, por George Witker y don Germán Dehesa; por Cesarini, Mario Velarde o don Guillermo Aguilar Álvarez. ¡Por los colores del Club Universidad Nacional!

PD: En la madrugada del miércoles desperté y vi en Twitter el servicio que pusiste para el gol de Freire. Te confieso que sentí envidia de la gente que estaba en la tribuna del Olímpico. Me hubiera gustado gritar un agónico Goya, como tantas otras veces.

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