Opinión

La inflación en tiempos de cólera

Optimistas y pesimistas coinciden en la respuesta técnica: elevar tasas de interés, restringir el gasto público, procurar revisiones salariales razonables con el fin de evitar que se arraigue la inflación.

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Cuando la incertidumbre económica es alta, como en estos tiempos, las visiones contrastantes sobre el futuro están a la orden del día. Para muestra, la discusión reciente respecto al curso probable de la inflación alrededor del mundo.

La sombra de los años 70, cuando se combinaron la alta inflación con el estancamiento económico para dar origen al término estanflación, se extiende en un gran espectro de las evaluaciones actuales. ¿Viviremos una experiencia similar?

Los economistas coinciden en que la política monetaria fue y será fundamental para el desenlace inflacionario en un entorno de aumentos pronunciados en los precios de energéticos, materias primas y alimentos. Si los bancos centrales de las principales economías siguen una política laxa que no eleva las tasas de interés hasta donde sea necesario para frenar los gastos de empresas y consumidores, habrá inflación alta y sostenida. Si la política es firme y decidida en la otra dirección, la inflación será moderada.

Su apreciación difiere respecto a tres cuestiones que también fueron clave en la dinámica de precios de los años 70: 1) si los consumidores y las empresas están convencidos de que el aumento en los precios que hemos observado en los últimos meses es pasajero (si las “expectativas inflacionarias” están ancladas), 2) si los bancos centrales están listos para elevar las tasas de interés hasta donde sea necesario en caso de que la inflación siga en aumento, y 3) si los gobiernos tendrán el espacio político para reducir la brecha entre sus gastos e ingresos.

En los años 70, las familias y las empresas se persuadieron de que los aumentos de precios y salarios que observaban mes a mes continuarían por un tiempo indefinido. Los costos de producción estaban aumentando y se reflejaban en visitas cada vez más caras a las gasolinerías, los supermercados y en prácticamente todos los frentes, motivando a los trabajadores a presionar para recuperar su poder adquisitivo. Las negociaciones obrero-patronales resultaron en salarios más altos que elevaron otro tanto los costos de producción y de nueva cuenta los precios de los bienes finales. Nació así una espiral inflacionaria.

Algunos economistas piensan que ya somos testigos del nacimiento de una espiral inflacionaria como la setentera, otros no. Ambos bandos reconocen que las encuestas revelan que familias y empresas todavía esperan una inflación moderada en los próximos cinco años. Ambos observan también que la compensación que los prestamistas están exigiendo para contrarrestar un probable aumento pronunciado en los precios corresponde con lo que esperan familias y empresas. Esto ubica a la inflación para los siguientes cinco años en un rango de 2 a 5%, una vez procesado el aumento de 8-9% de estos últimos dos años.

Pero cada bando estima un comportamiento diferente de los bancos centrales y los gobiernos derivado del entorno político actual, que implicaría un futuro distinto para los ajustes de precios y salarios.

Los optimistas esperan que los bancos centrales acierten en el diagnóstico del proceso inflacionario y que el aumento en las tasas de interés que ya empezamos a ver provoque solamente una recesión leve. Eso reduciría la oposición política a que los gobiernos reduzcan poco a poco el excedente de gastos sobre ingresos del que se han valido para brindar alivio frente a la pandemia y el aumento en los precios de energéticos y alimentos.

Los pesimistas dudan que los bancos centrales logren evitar una recesión profunda, en cuyo caso sufrirán presiones para aplicar una medicina menos amarga, mientras los gobiernos enfrentarán a un público más impaciente frente a las secuelas de la pandemia, la guerra en Ucrania y el cambio climático, sin contar el posible impacto de la desglobalización sobre las cadenas de suministro.

Optimistas y pesimistas coinciden en la respuesta técnica: elevar tasas de interés, restringir el gasto público, procurar revisiones salariales razonables con el fin de evitar que se arraigue la inflación. Está abierta la discusión respecto a la dosis indicada y la tolerancia del público a mayores ajustes en las otras políticas. En estos tiempos de cólera no parece que la paciencia sea como antes.

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