Opinión

El árbol y las cadenas

Confrontarme con mi ascendencia esclavista fue doloroso, pero sobre todo incómodo. Dañó el ego de mi blanquitud y mi privilegio, me posicionó en la historia desde su justa dimensión.

Alguna vez alguien me dijo que conocer el origen familiar es un privilegio. No podría estar más de acuerdo, sobre todo en un país como México, en el cual durante 200 años se ha llevado un proceso de asimilación identitaria que ha privilegiado la blanquitud.

“Mejorar la raza” ha implicado blanquear. Aunque discursivamente nuestro país reconozca las “raíces” indígenas como la base de su narrativa nacional, el presente se distancia de ese “pasado” para perfilar un futuro que le asimile cada vez más al Norte global. Todo esto justificado bajo una perspectiva de progreso.

De ahí que no nos extrañe que mientras muchas personas blancas son conscientes –y orgullosas– de sus orígenes catalanes, españoles, ingleses, alemanes, polacos, estadounidense o italianos, las personas racializadas se encuentran con árboles genealógicos poco claros y con pocos vestigios para darles seguimientos. Ya sea por el olvido forzado que el sistema discriminante generó en sus familias o por la indiferencia de la mayoría de los registros históricos que se preservan, ser una persona racializada implica saber que se está aquí por ese proceso de asimilación, racismo, discriminación y blanqueamiento, pero no tener certeza del origen.

Sin embargo, las personas blancas también solemos desconocer una parte importante de nuestra historia familiar: la de la esclavitud. ¿Cuántas personas blancas que con orgullo recitan los orígenes de su familia hasta por cinco generaciones atrás tienen información acerca de cómo el árbol genealógico se sirvió de la explotación de personas racializadas? Pero a diferencia de las personas morenas, prietas o mulatas, en nuestro caso muchas veces es una amnesia voluntaria. Así sea inconsciente, no deja de ser voluntaria.

Yo soy descendiente de esclavistas. Mi línea paterna tuvo esclavos africanos y mi línea materna esclavizó a personas mayas. En ambas ramas ha habido dolores y problemas, pero sin duda alguna también una base sólida para poder levantarse de ellos en el marco de una generación a otra. Y esa capacidad de resiliencia y movilidad no es otra cosa que un privilegio acumulado como parte del capital familiar a través de, por ejemplo, haber contado con el trabajo y los cuidados de personas a las que se tenía de manera incondicionada como parte de su propiedad.

Ninguno de mis padres es culpable de eso. Tampoco lo son mis abuelos y abuelas. Pero sí somos responsables que recibir réditos esclavistas que forman parte del patrimonio económico, social y cultural de la familia. Pudiera hoy parecer apenas un vestigio arquitectónico que solo aprecia al excavar el zócalo del presente familiar. Pero ahí estuvo, ahí sigue.

Prueba de que se trata de una herencia tan real como las historias de heroísmo migratorio blanco es que resulta incómodo tan solo plantearlo. Esta columna probablemente recibirá diversos mensajes de indignación y enojo, como si en él estuviese ofendiendo de forma personal a personas que no conozco por historias familiares que no conozco. ¿No será esto uno de esos casos en los que indigna ver el saco por temor a que nos quede?

Confrontarme con mi ascendencia esclavista fue doloroso, pero sobre todo incómodo. Dañó el ego de mi blanquitud y mi privilegio, me posicionó en la historia desde su justa dimensión. Pero también me ayudó a liberarme de narrativas y egos heroicos que no solo me engañaron sobre los orígenes familiares sino sobre mi forma de entenderme hoy día.

A propósito del Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición, quiero seguir incomodándome porque la memoria cuando está viva incomoda a quien ha favorecido. Y también creo que es una responsabilidad. ¿Qué sabes tú de tu apellido europeo? ¿En qué condiciones llegó? ¿Qué estaban haciendo tus ancestros en los años en los que sus contemporáneos poseían esclavos? No son preguntas para hacer juicios sumarios sobre personas muertas sino para entender las responsabilidades presentes.

En alguna parte están los descendientes de las víctimas de los ancestros mi familia, probablemente sin acceso a registros que ayuden a converger historias. Ellas y ellos son mis contemporáneos. No se trata (solo) del pasado sino de entender desde dónde nos posicionamos en el presente.

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