Opinión

El rescate del sistema de salud

Esperemos que, para finales de 2024, el sistema de salud de México no esté herido de muerte.

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¿Por qué una mujer de 68 años, enferma, debe de tomar dos microbuses y caminar con una úlcera en la pierna para hacer fila en la madrugada en un centro de salud donde la atenderán varias horas después, solo para terminar en una farmacia donde no tienen los medicamentos que le acaban de prescribir? A casi cuatro años de esta administración, no es ningún secreto que nuestro sistema de salud se encuentra en malas condiciones.

Lo que inició como un capricho ideológico se ha transformado vertiginosamente en una debacle. Durante este gobierno se han tomado una serie de decisiones que podemos clasificar en dos grupos: malas y peores. Cada una de ellas ha ido minando la ya de por sí precaria condición del sistema de salud de México, afectando negativamente a los pacientes, sus familias y sus cuidadores y ha colocado a los profesionales de la salud en las condiciones más precarias de las que se tenga memoria.

En diciembre de 2018, a 17 días de iniciado el sexenio, escribí un artículo titulado: La Salud en México no mejorará. No con ese presupuesto. En él analizaba la asignación absurda que se le habían dado al Ramo 12 del Presupuesto de Egresos de la Federación para 2019, de tan solo 3.7% adicional en términos reales contra el año anterior y sin considerar que se venía de tres años de serios recortes durante la administración anterior.

A esa endeble asignación, le siguieron una serie de absurdos como el desmantelar el sistema de compras del sector salud provocando un desabasto histórico y la desaparición del Seguro Popular.

El 2019 estuvo marcado por un subejercicio del gasto programado para los Institutos Nacionales de Salud, lo que ocasionó una crisis que, a la postre, hizo renunciar a su coordinador y casi genera una salida en bloque de los directores de esas unidades médicas. Cuatro presupuestos después, la asignación de recursos sigue siendo absurda.

En sus 33 meses de existencia, el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) ha probado ser una de las instituciones más inútiles jamás creadas en México. Por su parte, el “nuevo” IMSS-Bienestar se ha dedicado hasta el momento a pintar de blanco y verde las unidades médicas y cambiar papelería y sábanas, mientras ocasiona incertidumbre y conflictos laborales entre el personal de salud de Nayarit y próximamente en tres estados más. Todo esto en medio del desastre de una pandemia mal tratada.

En estos casi cuatro años, no hay una sola decisión que aplaudir en materia de salud.

Dos reportes serios nos muestran los malos resultados: la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2021 y el reporte de la Comisión de The Lancet para analizar la pandemia de Covid-19. En el primero se muestra que la salud se privatiza cada vez más en México, con siete de cada 10 mexicanos prefiriendo acudir a la medicina particular que a una institución. En el segundo se critican las decisiones “absurdas e irracionales” de algunos países y sus jefes de Estado, con un énfasis particular en Estados Unidos, Brasil y México.

¿Cómo podremos reparar este desastre en el 2025?

Rescatar nuestro sistema de salud no será fácil. Muchas áreas están dañadas y otras simplemente se han desmantelado. Para lograrlo, se requiere tener una visión clara de qué se busca y, como lo mencionaré más adelante, pensar fuera de la caja.

Cuando la gente me pregunta cómo podremos volver al sistema que teníamos, mi respuesta es simple: no debemos hacerlo. En mi opinión, uno de los principales errores que se cometen al pensar en el futuro de la salud en México es considerar que el modelo que se tenía hasta el 2018 era el más adecuado.

El desastre en el que nos encontramos partió precisamente de tomar como cimiento un sistema de salud que, en más de 70 años de existencia, llevaba apenas 38 años de lentos resultados. Los éxitos que se fueron alcanzando dependieron de la combinación dos factores: haber contado con algunos secretarios de Salud excepcionales y brillantes, como los doctores Guillermo Soberón, Jesús Kumate y Julio Frenk, al tiempo de lograr una continuidad en los programas de salud que trascendía sexenios y partidos políticos. La salud no dependía de ideologías.

Sin embargo, el andamiaje nunca ha sido el mejor. El sistema de salud de México, el más complicado del mundo, depende en gran medida de sus instituciones y es ahí donde está el error.

El “fortalecer” a estas instituciones ha significado crear y acumular infraestructura y burocracia a conveniencia misma del sistema. Las decisiones se toman endogámicamente en beneficio de la misma institución y, en el camino, nadie piensa en los pacientes. Para un gobierno populista, que busca el lucimiento y las fotos, esto es una mina de oro.

La salud en México se ha sobreinstitucionalizado y es por ello que los pacientes, en el primer nivel de atención, prefieren a la medicina privada. Un sistema de salud con instituciones postrevolucionarias y concebidas para una realidad de hace 80 años está diseñado de manera funcionalista, no pensando en los pacientes.

El otorgar acceso “universal y gratuito” a la salud ha sido sinónimo de pacientes que viajan kilómetros para ser atendidos en la única clínica a la que tienen derecho. Sin la posibilidad de elegir a su médico, los tiempos de espera son largos para, finalmente, intentar surtir sus medicamentos en la única farmacia que tienen autorizado hacerlo.

El flexibilizar este modelo complicaría muchísimo la operación de la institución, por eso es mejor complicarle la vida a los pacientes.

Para rescatar nuestro sistema de salud, se requiere cambiar el paradigma completo. El pensar que el acceso universal y la “gratuidad” (no dejaré de entrecomillarlo) son sinónimo de un gobierno que provee de forma física los servicios es, hoy, anacrónico y absurdo. Recientemente, Carlos Elizondo Mayer-Serra, refiriéndose al eficiente sistema de salud de Francia, donde el primer nivel de atención está en manos de médicos privados que cobran al gobierno, mencionó que “lo relevante es quién paga el servicio, en este caso el erario. No quién lo provee”. Concuerdo completamente.

Un sistema de salud basado en instituciones que dan en la mano (literalmente) el servicio y los medicamentos a los pacientes es terriblemente ineficiente. La pregunta con la que inicio esta columna es el reflejo de ello. ¿Por qué esa paciente no puede simplemente acudir al médico más cercano, más conveniente o simplemente el que más le agrade? ¿Por qué millones de pacientes tienen una sola opción para surtir (cuando hay) sus medicamentos?

La respuesta es simple: el sistema está pensado en beneficio del mismo sistema, no en beneficio de los pacientes.

Es momento de pensar fuera de la caja. Rescatar nuestro sistema de salud requerirá de mucha visión, talento, cálculo y presupuesto pero, sobre todo, necesitará decisiones y decisores valientes, que realmente quieran ayudar a mejorar la salud y, en algunos casos, salvar las vidas de la gente.

Esperemos que, para finales de 2024, el sistema de salud de México no esté herido de muerte.

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