La salud en México, casi cuatro años de pesadilla
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Médico cirujano con más de 30 años en el medio y estudios en Farmacología Clínica, Mercadotecnia y Dirección de Empresas. Es experto en comunicación y analista en políticas de salud, consultor, conferencista, columnista y fuente de salud de diferentes medios en México y el mundo. Es autor del libro La Tragedia del Desabasto.

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La salud en México, casi cuatro años de pesadilla

El viernes pasado tuve el gusto de estar en Pachuca presentando mi libro La Tragedia del Desabasto, en la 35 Feria Universitaria del Libro de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Honestamente no sabía qué esperar de este evento, en el que la inmensa mayoría de sus asistentes son jóvenes universitarios de entre 17 y 27 años. ¿Cómo recibirían un texto que trata historias de padres de familia desesperados, de pacientes con enfermedades crónicas y de personal de salud que vive atado de manos al no poder ofrecer a sus pacientes un cuidado adecuado?

Me llevé una doble sorpresa. Primero por el lleno total en el auditorio, que en realidad eran 120 personas debido al distanciamiento exigido por covid; pero lo más importante fue el gran interés por el problema y la activa participación de estos muchachos al narrar sus propias historias, compartiendo sus opiniones, producto de un análisis durísimo que ellos hacen a los responsables de la salud de México.

Sí, la catástrofe que estamos viviendo en nuestro sistema de salud es notoria incluso para los más jóvenes en este país. Desde el entender que las malas decisiones en salud han sido únicamente producto de una ideología y de falsas acusaciones, hasta críticas directas al secretario de Salud, pasando por historias personales como la de una bebé que sí había sido atendida excelentemente “hasta con clavos de titanio” durante “el neoliberalismo de Calderón” (sic).

Un indignado estudiante, preguntando sobre el papel de los medios, narraba molesto que esa misma mañana, en ese mismo foro, había participado “el monero con el cual López-Gatell acusó a los padres de los niños con cáncer de ser golpistas”.

El problema no puede ocultarse más. Esto fue patente cuando el 80% de los asistentes levantaron la mano al preguntarles yo si habían tenido recientemente problemas con algún servicio público de salud o con el abasto de medicamentos de ellos o de algún familiar cercano.

Atrás se quedaron los discursos y las promesas, os argumentos tratando de justificar las fallas, los “desmentidos” que se convirtieron en pretextos, las soluciones absurdas, los parches, el compromiso presidencial de cambiarse el nombre y muchas más. Tras casi cuatro años, la gente sabe que el sistema de salud es un desastre y, lo peor, las personas siguen sufriendo y los pacientes continúan muriendo.

El jueves pasado fuimos testigos de lo que se llamó Cuarto informe de labores, el segmento correspondiente a salud solo habla de eso: las labores. El informe de salud es un lastimoso documento donde el 30% de sus 200 páginas no hablan de nada. Ochenta páginas son una colección narrativa de labores comunes, el business as usual. Ni un solo logro. Ni un solo resultado. Ni una sola meta cumplida, tal vez precisamente porque nunca se plantearon.

La otra sección del informe corresponde al manejo de la pandemia. Tan pobre es la labor normal en salud que para darle más volumen se dedican otras 22 páginas a las actividades diarias en un evento extraordinario: la epidemia de Covid-19, pero para hablar de los resultados del manejo de la pandemia, el documento dedica menos de cuartilla y media.

Pero como mencioné antes, esto ya no es una sorpresa. Con los niveles de vacunación más bajos en los últimos años y el cuarto lugar en el mundo en exceso de mortalidad y en un país donde cada vez más pacientes prefieren la medicina privada que la de sus instituciones de salud, la gente está verdaderamente decepcionada.

Hace cuatro años que la ideología se impuso sobre la razón, los datos técnicos, los objetivos o la medición del desempeño. De la promesa vacua de un sistema de salud “como el de Dinamarca”, pasamos a la demolición de los mecanismos de abasto de medicamentos y a la eliminación del Seguro Popular, por considerarlo una idea “neoliberal”. 

Es esa ideología la que creó un Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) que resultó un fracaso y dio pie a que, tras adueñarse de los sistemas de salud estatales, el gobierno federal los esté pintando de blanco y verde con la marca de IMSS-Bienestar y se anuncien ya como el nuevo sistema universal y gratuito de salud.

Una ideología que consideró que adueñase del presupuesto en salud y los fondos del Seguro Popular y administrarlos a su conveniencia era lo más apropiado, aunque 60 millones de mexicanos se quedaran sin financiamiento, para luego “salvarlos”. Pacientes que llevan ya tres años sin una protección.

Carlos Urzúa, exsecretario de Hacienda, decía en una entrevista transmitida el jueves pasado que de todo el daño que se ha hecho en esta administración, quizá el peor sea el daño al sistema de salud, porque eso cuesta, en algún momento, vidas humanas.

Sin un plan concreto. Sin objetivos. Sin seriedad. Sin profesionalismo. Sin pensar en los pacientes. El sistema de salud de México se hunde cada vez más a casi cuatro años de esta “transformación”.

Para los pacientes, los familiares, los cuidadores y el personal de salud que ha tenido que dar la cara en este tiempo, han sido casi cuatro años de pesadilla.

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