Las palabras y los días

Leo sobre un pumbo lleno de tortillas y un hachón para encender la luminaria. Leo Balún Canán de Rosario Castellanos (FCE). Pienso en cómo esta historia publicada en 1957 es un depositario de hermosura. Palabras que usó Castellanos para contar un tiempo y hacernos creer que a éste se le puede encapsular. 

Pienso entonces en las pláticas que tenemos ahora mis sobrinos Diego y Matías y yo. La palabra “Bowser” tiene sentido. También la moneda de cambio llamada “pavo”. Diego pide “enfrijoladas de la abuela” (su abuela, mi madre, murió en enero de 2023) para desayunar y pienso inevitablemente “¿cuánto durará – o nos durará – una palabra idea así? Y luego de la nada Matías me cuenta sobre un videojuego que va entendiendo de a poco y que va sumando lugares en común que van cobrando sentido. Ser su tío me ha regalado muchas palabras. 

Regreso al Comitán que nos regaló Rosario Castellanos y una y otra vez en esos caminos me topo con árboles y materiales, modos y formas que puedo seguir trazando, pero que no entiendo a la primera en muchas ocasiones. Sonrío pensando en el revuelo que en algunas personas causó la aparición del Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua presentado a principios de año y no puedo hacer otra cosa que sonreír. 

Chateando con la familia hacemos un recuento rápido de las palabras que recordamos de la infancia que han quedado en alguna historia y reímos a distancia. ¿Adónde se fueron y quién las guardó? ¿Dónde estamos si se van quedando en el camino? ¿Qué tanto de ese Comitán de Rosario Castellanos sigue en el Comitán de hoy? Me aventuro a pensar que tanto como palabras quedan de ese pueblo. Pero para cosas así ni siquiera puede uno esperar respuestas.

¿Cuántas palabras más nos quedan en este universo que hablamos?