Opinión

El ruido y la señal

La controversia entre la AIE y la OPEP sobre la demanda energética global: ¿el fin del petróleo, un futuro incierto?

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La semana pasada se suscitó una polémica breve pero ilustrativa de la dificultad de interpretar los tiempos energéticos en que vivimos y de la incómoda relación entre las dos organizaciones de energía más importantes del mundo. El martes, el director ejecutivo de la Agencia Internacional de Energía (AIE), Fatih Birol, afirmó en un artículo publicado en el Financial Times que los picos de la demanda de crudo, gas natural y carbón ocurrirán antes de que termine esta década, debido a la creciente penetración de vehículos eléctricos y energías renovables. Para Birol esto no significa el fin de la inversión petrolera, pues se requerirá para compensar por las pronunciadas caídas en producción de algunos yacimientos importantes, pero los picos por venir de fósiles sí “socavan los llamados de algunos sectores para aumentar el gasto y subrayan los riesgos económicos y financieros de nuevos proyectos importantes de petróleo y gas, además de sus riesgos evidentes para el clima”.

Un par de días después, la OPEP respondió con un comunicado donde observa que “los pronósticos consistentes y basados en datos no apoyan tal afirmación” y que “es una narrativa extremadamente arriesgada y poco práctica descartar los combustibles fósiles o sugerir que están al principio de su fin. En décadas pasadas, a menudo hubo pronósticos de picos de oferta y, en décadas más recientes, de picos de demanda, pero evidentemente ninguna de las dos cosas se ha materializado. La diferencia hoy, y lo que hace que tales predicciones sean tan peligrosas, es que a menudo van acompañadas de llamados a dejar de invertir en nuevos proyectos de petróleo y gas”. El secretario general de la OPEP, Haitham al-Ghais, dice el comunicado, declaró que “tales narrativas sólo preparan al sistema energético global para fracasar espectacularmente. Conduciría a un caos energético a una escala potencialmente sin precedentes, con consecuencias nefastas para las economías y miles de millones de personas en todo el mundo”.

¿A quién hacerle caso? ¿A la organización que tradicionalmente aboga por un menor uso de crudo (AIE), a la que lo promueve (OPEP), a ninguna? Los analistas de ambas organizaciones son gente seria. Sus bases de datos son creíbles pero sujetas a interpretación, como cualquier otra. Desarrollaron sus modelos del mercado petrolero con las mejores técnicas disponibles. ¿Es una cuestión de gustos sobre tal o cual técnica o hay algo en los análisis actuales y la experiencia histórica que nos ayude a resolver hacia dónde inclinarse? ¿No bastaría con dejar a los datos “hablar” por sí solos?

Cuando se trata de proyecciones, la respuesta no es ni sencilla ni clara. Los datos de hoy son relativamente duros: en 2022 se vendieron en el mundo 10 millones de autos y para este año se esperan ventas de 14 millones. Lo que queda hacia delante son las adivinanzas presumiblemente bien informadas. Dada la aceleración exponencial de las ventas, argumenta la AIE, 35% de los 245 millones de autos en 2030 serán eléctricos y eso significará una caída en la demanda de crudo de 5 millones de barriles diarios, o 5% de la demanda de crudo actual. Bloomberg New Energy Finance ha aportado con su propia prospectiva a 2026 cifras que sugieren una tendencia similar. El Rocky Mountain Institute, nada amigable de los combustibles fósiles, reportó la semana pasada estimaciones todavía más ambiciosas, que ubican a la flota de automóviles eléctricos para 2030 en cuando menos 60% del total. Un factor clave de estas proyecciones es que el costo de las baterías, el principal para un vehículo eléctrico, ha caído 88% desde 2010. Si de voto mayoritario se tratara, pareciera que son más quienes piensan que el punto de inflexión en la demanda de crudo está a la vuelta de la esquina.

Pero la historia del mercado petrolero sugiere cautela antes de llegar a conclusiones definitivas. Nadie, ni la AIE, ni la OPEP ni ningún servicio de análisis de mercado, supuso hace 20 años que la expansión de la demanda de crudo de China sería la más grande jamás vista. O, dicho de otro modo, una mayoría esperaba crecimiento en su demanda, pero no de esa magnitud. El resultado fue que la inversión en crudo batalló para crecer al ritmo necesario para atender la nueva demanda de China y otros países emergentes, el precio aumentó de manera sostenida, y para 2008 se hablaba de un “pico” en la producción de crudo. Tres años después, el aumento en la producción de petróleo no convencional provocó el abandono de la idea del pico de producción y fue reemplazada por la idea de una abundancia virtualmente ilimitada. Las sorpresas rebasan continuamente a las proyecciones.

El ritmo de adopción de los vehículos eléctricos dependerá de factores cuya evolución es difícil de discernir. Los autores de un artículo sobre la descarbonización del transporte publicado en el número más reciente del Journal of Economic Perspectives advierten: “Sería arriesgado extrapolar a partir de las tendencias recientes cómo será el mundo en el futuro. No hay garantía de que la red eléctrica siga siendo confiable mientras reemplazamos las fuentes de suministro más flexibles con energías renovables intermitentes. No hay garantía de que las baterías, que requieren enormes cantidades de metales cada vez más escasos, sigan disfrutando de constantes caídas de costos. Y no hay garantía de que la voluntad política para apoyar la electrificación continúe si las preocupaciones sobre costos y confiabilidad se hacen realidad”.

Entre tanto ruido en los datos, la ausencia de garantías es lo normal. Quizá la pista indicada, la señal que nos ayude a elucidar hacia dónde se dirigen las cosas, provenga quienes tienen que ganar o perder más. La inversión de las empresas petroleras lleva cayendo siete años, las armadoras automotrices tienen programado aumentar su oferta de vehículos eléctricos ligeros hasta alcanzar un 100% en 2030 y los gobiernos de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos impulsan proyectos ambiciosos para despetrolizar sus economías. Da la impresión de que comparten la visión de la AIE. Ya no es pregunta si dejará de crecer la demanda de crudo en algún momento (que no es lo mismo a que deje de requerirse crudo), pero si se equivocan, podríamos encontrarnos en el mundo que imagina la OPEP.

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