¿Están listas las candidatas para negociar por la energía limpia?
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

¿Están listas las candidatas para negociar por la energía limpia?

Las candidatas a la presidencia de México coinciden en que debe ampliarse la generación de electricidad con energías limpias, especialmente las renovables como la eólica y la solar. Claudia Sheinbaum ha publicado numerosas investigaciones como coautora donde, además de estimar el consumo energético y las emisiones de los sectores industriales y residenciales del país, analiza rutas posibles para alcanzar una mezcla de energía limpia congruente con los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Xóchitl Gálvez se ha pronunciado tanto en el Senado como en campaña por las energías limpias, señalando las grandes oportunidades que tiene el país en las energías solar y eólica, así como en la producción de hidrógeno verde.

No parece que la coincidencia entre ambas se extienda a la manera de promover a las renovables, pues una favorece a las empresas del estado y la otra las ha criticado. Claudia Sheinbaum encontró (con otras investigadoras) que las reformas para liberalizar los mercados eléctricos de Argentina, Brasil, Colombia y México no contribuyeron a aumentar la capacidad de generación eléctrica con renovables. Xóchitl ha dicho que no detendrá “por decreto los avances tecnológicos del sector energético” y que es preciso promover la inversión en el sector.

Cualquiera que sea su posición con respecto a la manera de organizar a la industria eléctrica, quien gane se enfrentará al creciente desafío de conseguir la aceptación de las comunidades receptoras de las inversiones en energías renovables. Con la tecnología actual, instalar un sector energético limpio como lo proponen exige una ocupación superficial sin precedentes, lo que implica negociaciones con comunidades a una escala mucho mayor a la conocida hasta ahora.

Las energías renovables requieren mucho más espacio que las fósiles o la nuclear para generar la misma potencia. Estimaciones recientes publicadas en la revista Nature arrojan datos notables: mientras en el extremo superior la energía nuclear aporta 582 Watts por metro cuadrado (W/m2), en el extremo inferior la energía eólica aporta 1.5 W/m2, es decir, en el mismo espacio la energía nuclear aporta casi 400 veces más potencia que la eólica. El gas natural se ubica en segundo lugar, con 350 W/m2 (235 veces más potencia que la eólica), seguido de la energía termoeléctrica solar, con casi 14.45 W/m2 (casi 10 veces más que la eólica). Las conclusiones son prácticamente las mismas si en lugar de potencia se emplea a la densidad energética (energía por metro cuadrado) como referente.

A grandes rasgos, estos datos sugieren que para reemplazar con energía eólica la capacidad instalada de generación eléctrica en México, hoy cercana a los 90 mil millones de Watts, o 90 Gigawatts, se requeriría aproximadamente la superficie total del estado de San Luis Potosí o 61,138 km2 (por cada GW eólico se requieren mil 500 km cuadrados). Si, en cambio, optáramos por la termoeléctrica solar, la superficie equivaldría a la de Colima. Esto es, sin contar la expansión que anualmente se requerirá para atender el crecimiento en la demanda nacional, similar al del crecimiento del PIB.

Obviamente, nadie en su sano juicio propone ni propondría recurrir a tales extremos. La prudencia en la política energética exige diversificar, diversificar y diversificar. Esto implica que la mezcla de fuentes energéticas incluiría tanto a renovables como fósiles y nuclear, por lo menos mientras la tecnología no resuelva a plenitud el almacenamiento barato de electricidad con baterías. Aun así, bajo cualquier escenario que signifique elevar la penetración de energías renovables hasta 35, 50 o 75% de la mezcla energética para cumplir con los compromisos de cambio climático en los próximos 25 años, se intensificará el imperativo de obtener la llamada “licencia social”. Si solo avanzáramos a una capacidad instalada de 35% de energía renovable del total de 90 GW, excluyendo a las hidroeléctrica o geotérmica, implicaría ocupar una superficie similar a la del estado de Guanajuato con energía eólica, o con energía solar a la de Tlaxcala.

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Si se trata de avanzar con velocidad, el panorama es cada vez más complejo. Conforme a una base de datos, en la última década cerca de 600 proyectos en Estados Unidos han fracasado en conseguir la autorización o apoyo de las comunidades receptoras de las inversiones. El número de rechazos ha crecido sobre todo en los últimos cuatro años.

Un artículo publicado en la revista Energy Policy, analiza 53 casos e identifica las siete principales razones para el rechazo de este tipo de proyectos en Estados Unidos:

  1. “Preocupaciones por posibles impactos ambientales, incluidos los impactos sobre la vida silvestre
  2. Desafíos para la financiación de proyectos y la generación de ingresos
  3. Percepciones públicas de procesos de participación injustos o inadecuados, [falta de] inclusión a la luz de los requisitos reglamentarios
  4. Falta de respeto de los derechos tribales, incluido el derecho a la consulta
  5. Preocupaciones por la salud y la seguridad
  6. Disputas intergubernamentales
  7. Impactos potenciales sobre el valor de la tierra y la propiedad”

Razones virtualmente idénticas pueden encontrarse para proyectos en todo el mundo, México incluido. Las energías renovables caen bien en abstracto, pero generan oposición en concreto.

Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez no son ajenas a la sensibilidad de las comunidades rurales que potencialmente recibirían estas inversiones. Con sus coautores, Sheinbaum ha examinado cómo una comunidad en el Istmo de Tehuantepec ha procesado la inversión en energía eólica en su región, identificando insuficiencias y oportunidades en los procesos de consulta. También ha analizado como los hogares de un pueblo en Michoacán elevaron su eficiencia energética y redujeron emisiones con el uso de estufas de gas LP en lugar de leña. Gálvez ha trabajado de cerca con grupos rurales a través de su fundación para combatir la desnutrición infantil y como Comisionada para el desarrollo de pueblos indígenas. El conocimiento que ambas tienen sobre las necesidades, las resistencias, la sensibilidad y la sabiduría ancestral de estos grupos sociales será imprescindible para lograr sus objetivos de limpiar la matriz energética del país.

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