Cincuenta años de soledad
Enernauta

Especialista en política energética y asuntos internacionales. Fue Secretario General del International Energy Forum, con sede en Arabia Saudita, y Subsecretario de Hidrocarburos de México.
Actualmente es Senior Advisor en FTI Consulting.

Cincuenta años de soledad
Luis Echeverría Álvarez, presidente de México entre 1970 y 1976. Foto: Especial

Úrsula Iguarán, la fabulosa matriarca de la familia Buendía en Cien Años de Soledad, reconoce varias veces a lo largo la novela la circularidad del tiempo, la misma que da sentido y estructura a la magnífica e improbable creación de García Márquez. En una de esas veces, Úrsula reflexiona: “Ya esto me lo sé de memoria… Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio.”

Variantes de esa máxima aparecen a lo largo de la historia de la mitología y la literatura. Es de esperar: la experiencia humana, su conexión con la naturaleza, se desenvuelve a partir de ciclos como el que va del amanecer al anochecer o el de las estaciones. En la mitología griega pululan condenas de repetición cíclica, desde Sísifo hasta Tántalo, cuya pena es vivir una y otra vez la misma insatisfacción a pesar de sus mejores esfuerzos. En la ficción literaria, es común encontrarse con protagonistas que vuelven transformados por alguna experiencia al lugar desde donde partieron, tan solo para iniciar una nueva aventura. Es el destino de los soldados de la guerra de Troya y de tantos otros héroes de relatos posteriores.

Jorge Luis Borges imagina en La Trama a un gaucho traicionado diecinueve siglos después de la misma manera que Julio César. “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías,” observa, justo antes de someter a su gaucho a la agresión de otros gauchos, entre quienes “reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.” Unos treinta años antes, en su breve ensayo El Tiempo Circular, Borges recuerda una reflexión de Marco Aurelio, apenas menos añeja que la sorpresa de Julio César frente a la traición: “Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir”.

Quien ha mirado el presente mexicano podría pensar como Marco Aurelio, Úrsula, algunos personajes míticos o el gaucho traicionado. Es inescapable la sensación de saberse esto de memoria, de repetir una experiencia hasta el fin de los tiempos, de haber mirado todas las cosas. El ciclo del renacimiento sexenal mexicano está por reiniciarse (con infinitamente menos romanticismo, si acaso) y se anuncian ya para el sector energético lugares comunes que reinciden en ideas expresadas hace cuando menos cinco décadas.

De entonces a ahora se disolvió la Unión Soviética, se democratizó el internet, se lograron hazañas como secuenciar el ADN y desarrollar en tiempo récord la vacuna para el COVID, se popularizó el uso de los teléfonos inteligentes, se colapsaron las Torres Gemelas y repetidamente los mercados financieros, se introdujeron tecnologías de inteligencia artificial con capacidades insospechadas, se depositaron millones de toneladas de CO2 en la atmósfera, se multiplicó el uso de fuentes de energía renovable. De entonces a ahora, cuando la población mexicana es dos veces mayor, con todas las complicaciones que ese solo hecho conlleva, la conversación energética mexicana regresa al punto de partida.

He aquí algunas citas sobre el sector energético enunciadas cincuenta años atrás, antes del auge petrolero, por el presidente Luis Echeverría Álvarez, que anticipan al tipo frases que estaremos escuchando en las campañas y por quien resulte líder del nuevo gobierno:

“Nuestro país depende excesivamente de los hidrocarburos, lo que nos obliga a diversificar las fuentes de energía. Por ello, los programas de expansión de las industrias petrolera y eléctrica consideran la posible utilización de otros recursos energéticos… Queremos aprovechar ampliamente los derivados de los hidrocarburos y complementar adecuadamente la inversión pública y privada (en la industria petroquímica).” (Primer informe de gobierno, 1971)

“La decisión de elevar los precios de los hidrocarburos obedeció, en lo fundamental, a la necesidad de abatir el déficit con el que Petróleos Mexicanos operaba desde hacía varios años, y que le impedía realizar las inversiones necesarias para satisfacer la creciente demanda nacional” (Tercer informe de gobierno, 1973)

“A fin de que la industria eléctrica esté en aptitud de satisfacer plenamente las ingentes necesidades del mañana, el Gobierno de la República ha dispuesto su profunda reestructuración…” (Quinto informe de gobierno)

“He dado instrucciones a la Comisión Nacional de Energéticos para que antes de que concluya el año, se presente a la consideración del Ejecutivo un programa tendiente a desarrollar nuevas fuentes de energía que alivien la excesiva presión que actualmente se ejerce sobre los hidrocarburos, que son los combustibles más caros y escasos que hay en la actualidad y que aportan todavía más del 90 por ciento del abastecimiento nacional.” (Quinto informe de gobierno).

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El tiempo de la energía en México es circular. Después de un largo periplo en el que se montó sobre las bondades del épico yacimiento de Cantarell para construir la infraestructura de extracción de crudo más grande jamás vista en aguas someras, financiar gasto y deuda pública, facilitar la distribución de recursos clientelares, entre tantos otros usos, el país retoma desafíos de hace medio siglo que en rigor nunca abandonó. Hoy la lista de prioridades energéticas es la de antes, la de siempre, como lo ilustran las citas anteriores: aumentar reservas y producción petrolera, equilibrar las finanzas de Pemex, ampliar la capacidad de producción de petroquímicos, reestructurar al sector eléctrico e incorporar nuevas fuentes de energía, preferiblemente limpias. Sea de izquierda, centro o derecha, el próximo gobierno tendrá que plantear una estrategia para (intentar) trascender esta agenda.

Quizá esta vez sí sea diferente, como García Márquez lo deseó en contraposición al final que dio a Cien Años de Soledad, durante su discurso de recepción del Premio Nobel: “… todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria… Una nueva y arrasadora utopía de la vida… donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”

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