Elon Musk llegó al poder sin ser elegido. No necesitó papeletas ni campañas, solo una serie de llamadas, miles de tuits y más de 26 millones de dólares para convertirse en el asesor más influyente de Donald Trump en su regreso a la presidencia. A su cargo quedó el flamante Department of Government Efficiency (DOGE, como la criptomoneda que tanto promovió), una oficina creada para aplicar lógica empresarial a la burocracia federal. El experimento fue, como muchos de los impulsos de Musk, brillante y, a la vez, autodestructivo.
Musk, a través de DOGE prometía eliminar trámites innecesarios, digitalizar el aparato público y convertir la atención ciudadana en algo muy parecido al servicio al cliente de Tesla. Pero su tan anunciada “eficiencia gubernamental” pronto se convirtió en improvisación, despidos masivos de burócratas, decisiones tomadas en chats privados y una guerra abierta contra las agencias que no se alineaban con el nuevo orden tecno-populista.
Mientras tanto, los negocios de Musk comenzaron a resentirse. Las acciones de Tesla cayeron en picada tras los nuevos fracasos de sus modelos autónomos. SpaceX, su joya marciana, perdió contratos clave con la NASA y Europa. Y X -su red social que usa como foro de fake news y postverdad- terminó siendo abandonada por anunciantes y usuarios por igual. El exceso de exposición política, sumado a decisiones erráticas, erosionó la imagen del magnate que alguna vez fue visto como un símbolo del futuro.
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Musk anunció su salida del gobierno con una frase que lo retrata de cuerpo entero: “La Tierra me aburre. Nos vemos en Marte.” Su renuncia no fue tanto un acto de rendición como un repliegue estratégico. Sigue teniendo acceso directo a Trump y una base de seguidores que lo ve como un visionario perseguido por las élites, sin embargo consideró que si seguía dentro del gobierno, su sueño marciano podría ser solo eso, un sueño marciano. Ahora con menos apoyo público y con una crisis de liquidez, “colonizar” el planeta rojo, volvió a ser una utopía.
Su paso por el poder deja preguntas incómodas: ¿Qué pasa cuando los líderes del sector privado asumen tareas públicas sin rendición de cuentas? ¿Qué límites deben imponerse a los empresarios que quieren rediseñar gobiernos como si fueran startups? ¿Y qué ocurre cuando los sueños de un solo hombre se imponen sobre los intereses de millones? Musk se va, pero su sombra queda. No solo por lo que hizo, sino por lo que permitió, una Casa Blanca más vulnerable a los caprichos de Silicon Valley y un futuro en el que eficiencia y autoritarismo pueden caminar de la mano.